Política. Sociedad. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.
En Cuba es cosa cotidiana culpar al “bloqueo” de todas las desgracias que causa el fracasado experimento social diseñado por Karl Marx e impuesto en Cuba por Fidel Castro.
Y en eso ahora, de pronto, el campeón es el canciller Bruno Rodríguez, quien hace unos días botó la pelota del parque cuando afirmó —no en broma, sino en serio— algo que al mismísimo Comandante en Jefe jamás se le ocurrió: de no ser por el “bloqueo” de Estados Unidos el Producto Interno Bruto (PIB) de la isla habría aumentado a un ritmo del 10% anual durante la última década. O sea, que Cuba sería hoy el país con mayor crecimiento económico de todo el planeta.
Pero no vale la pena gastar neuronas para refutar tan alucinante disparate, lo que sí es importante es que el régimen con su bombardeo apabullante de propaganda antiestadounidense ahora insiste en que si el incipiente sector privado tiene problemas para crecer es por el “recrudecimiento del bloqueo”.
Y como decía Goebbels, eso inevitablemente cala a nivel social. En una reciente encuesta entre 126 cuentapropistas en La Habana, realizada por la firma cubana independiente Auge, el 80% de los entrevistados afirmó que la falta de progreso del cuentapropismo es culpa del “bloqueo”, que ahora recrudecido ha hecho caer la llegada de turistas estadounidenses y eso los afecta.
No tienen demanda cubana por la pobreza imperante
Es cierto que con la suspensión de los viajes en cruceros a Cuba se ha desplomado la llegada de turistas estadounidenses a Cuba y eso afecta a muchos cuentapropistas, pero hay un factor fundamental que, dada la propaganda castrista, se torna “invisible” en la isla: los cuentapropistas dependen casi exclusivamente de turistas extranjeros para subsistir porque no hay demanda de los consumidores cubanos, pues son muy pobres gracias a la “revolución”.
El salario promedio en el país es de $44 dólares mensuales y solo la canasta básica de alimentos no baja de unos 82 dólares. Un kilogramo de pechuga de pollo con pellejo y hueso no baja de $4.50 dólares, el 10% de un salario que es inferior al de Haití ($66) y el de países africanos tan pobres como Etiopía ($46) o Madagascar ($53), según el Banco Mundial (BM).
Imaginémonos que en EE.UU., cuyo ingreso per cápita es de $4,961 mensuales en 2019, según el BM, un consumidor de Idaho, o de Kansas, tuviera que pagar $496.00 para comprar un kilogramo de pechuga con hueso y pellejo. Ni Kafka habría sido capaz de imaginárselo.
Es simple, los cubanos no pueden constituirse en demanda para esos negocios privados porque no tienen dinero para ello. Solo pueden ser clientes suyos, y limitadamente, algunos pocos nacionales que reciben gruesas remesas de sus familiares “gusanos” en EE.UU. y, por cierto, con el beneplácito de Washington, que permite el envío de hasta mil dólares trimestrales a ciudadanos no vinculados oficialmente a la dictadura. Esa cifra es siete veces mayor que el salario cubano promedio.
Además, si Washington suspendió los viajes en cruceros a Cuba fue como sanción al régimen por sostener en el poder a la dictadura criminal de Nicolás Maduro. Si Castro II retirase sus fuerzas de ocupación y todo el soporte de inteligencia y represión que está acabando con Venezuela, Cuba volvería a recibir cruceros repletos de estadounidenses, quizás varios millones de visitantes.
Tanto la pobreza de los cubanos, como la intervención castrista en Venezuela son factores políticos, no económicos. Es como cuando el régimen afirma que los cubanos emigran por motivos económicos y no políticos, cosa que repiten muchos de los propios emigrantes cubanos. Vale recordar la conclusión a la que llegó Martí: “Cuando un pueblo emigra sus gobernantes sobran”.
Cierto, aunque no lo parezca a primera vista, los cubanos se van por razones políticas porque ¿de quién es la culpa de que la economía nacional se derrumbara y quedara hundida en una crisis permanente que ha empobrecido al país y compulsa a emigrar? Recordemos que Cuba, antes de 1959, era un gran imán para atraer inmigrantes de todo el mundo.
Con la Helms-Burton puede haber cuentapropistas millonarios
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Y algo sumamente importante, muy pocos, o probablemente ninguno de esos 126 cuentapropistas entrevistados sabe que el “bloqueo” de EE.UU. no los incluye a ellos, que la Ley Helms-Burton solo atañe al sector estatal y que ellos pueden comerciar libremente con EE.UU. y hasta convertirse en millonarios.
Según la Ley Helms-Burton los cuentapropistas pueden recibir financiamiento directo ilimitadamente desde EE.UU. Podrían recibir miles, o millones de dólares de bancos de inversión o comerciales de Nueva York, Chicago, o Los Angeles, o de sucursales del Citibank, Wells Fargo, o J.P Morgan, o de otros inversionistas estadounidenses, y exportar e importar sin límites, y asociarse legalmente con compañías o magnates para comerciar en grande con EE.UU. y hacer negocios conjuntos millonarios. Nada se lo impide, salvo la dictadura cubana.
Impedirlo fue precisamente lo que hicieron ambos hermanos Castro cuando mordieron la mano extendida del presidente Barack Obama para normalizar las relaciones bilaterales Cuba-EE.UU.
Es el Gobierno cubano, no uno extranjero, el que frena al sector privado, le pone obstáculos y lo asfixia con impuestos que posiblemente son los más altos del mundo. Y lo peor es que arrecia su hostilidad ahora en medio del “periodo coyuntural”, cuando más se necesita que el sector privado aporte a la economía nacional.
O sea, si no existiese el castrismo, los hostigados cuentapropistas de hoy podrían ser prósperos empresarios, algunos de ellos multimillonarios. Y Cuba estaría recibiendo no menos de 12 millones de turistas, la mayoría de ellos estadounidenses, que aportarían al menos $12,000 millones, cinco veces más que lo que capta hoy la isla bajo la dictadura.
Sin “la revolución” los emprendedores también serían dueños de negocios pequeños y medianos, los llamados pymes, prohibidos en Cuba, única nación en Occidente que proscribe el motor que mueve la economía mundial. Baste saber que el 90% de las empresas del mundo son pymes, que generan entre el 60% y el 70% del empleo total, y el 50% del PIB del planeta.
Son Raúl Castro, su Junta Militar y el entramado burocrático encabezado por Díaz-Canel, quienes prohíben también a los emprendedores invertir capital en su propio país, razón por la cual en 2017 los cuentapropistas sacaron de la isla $ 2,390 millones que invirtieron en otros países, según un estudio de Havana Consulting Group. De esa cifra, $366 millones fueron invertidos en bienes raíces y $1 ,008 millones en otros negocios y la compra de mercancías para venderlas en Cuba.
El país no tiene divisas y el régimen compulsa a que se vayan del país miles de millones de dólares y beneficien a otras naciones antes de ver florecer al sector privado cubano y que los ciudadanos prosperen, creen riquezas y la nación salga adelante. Y después Bruno Rodríguez acusa ante la ONU a Washington de ser responsable de la descapitalización en Cuba.
Para Castro II y sus militares, que son los únicos que de veras controlan el país, los negocios privados son un obstáculo para avanzar hacia un capitalismo de Estado al servicio solo de ellos. Al sector privado lo toleran solo como un complemento ineludible, y acogotado por el Estado para que no crezca. Le temen porque quieren dejar bien posicionados en el poder económico a sus descendientes y necesitan evitar la competencia de un sector privado independiente y fuerte.
Vale aquí la sabia frase de “las apariencias engañan”. Definitivamente es la sexagenaria dictadura castrista (récord mundial), no Washington, la que golpea y frena al sector privado cubano.
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