Literatura. Poesía. Crítica.
Por Waldo González…
Bien nos lo dice Mercedes Eleine en el prólogo de Esta mujer que soy, su más reciente poemario: «El amor es un sentimiento único que nadie ha podido explicar aún en qué consiste».
De tal suerte, nos introduce en su breve e intenso haz de textos dedicados al más universal de tales sentires humanos y, un tiempo, el más anhelado por muchos, a pesar de estar hoy en bancarrota, por las guerras, el odio y la ambición, tal se corrobora en este «mundo, vasto mundo» que decía el poeta brasileño Drummond de Andrade.
Ella, sorda ante el absurdo llamado bélico y de odio que acontece en gran parte del universo, confiesa, en «Esta mujer que soy», texto-pórtico de su libro: «sigo siendo / la indómita y rebelde / adolescente de otros tiempos» que, a un tiempo, es «esta mujer que ahora / se mira ante el espejo / y descubre un rostro nuevo / marcado por las huellas / de la vida». En ese ámbito, siente «una magia perfecta, / donde los hombres / ya tomaron el lugar de los destierros».
Siempre lírica y sensorial, decididamente apasionada, intuye —en su poema «En el laberinto de mi voz»— «la fuerza misteriosa de mis días […] que van construyendo la pirámide / de mi existencia».
Mas, no menos hechicera, mirando el entorno complejo de la actual humanidad —a veces tan inhumana—, se autodefine «la dulce agorera / que predice el futuro / cuando el futuro es tan incierto».
Por ello, sólo unas páginas más adelante, concluye su poema «Esta quien soy» con los siguientes versos que corroboran lo que digo arriba:
Sólo soy la hechicera
que de ti se enamora
en tus ardientes noches
de pasión delirante
como simple mujer.
Pero no sólo ocupan y preocupan a la poeta el amor y la pasión, sino además los procesos técnicos que tanta influencia obran en la creación de la genuina poesía, como sus posibilidades eufónicas y rítmicas, por sólo mencionar éstas.
Así, en su muy logrado poema «Ciclo», la autora se vale del mecanismo o “juego” descendente de palabras/conceptos, por el que la última palabra del verso anterior, abre el siguiente, dotando al propio versículo y al poema, un significado de otredad, distinto que, a su vez, enriquece el texto integralmente, otorgándole una pluridimensión.
Este recurso, empleado por los mejores poetas de nuestra lengua, en un amplio y rico arco que va desde Lope de Vega y Góngora hasta Rafael Alberti y Federico García Lorca, pasando, entre muchos otros, por los cubanos Emilio Ballagas, Nicolás Guillén y Mirta Aguirre, en la poeta toma cuerpo en el poema «Ciclo». En consecuencia, combina el goce sensorial con el tono conceptual que puede (y debe) otorgar el autor al deslumbrante juego de la genuina Poesía, cuando (como aquí) el autor le dona un profundo y, a un tiempo, sencillo, contenido, valiéndose de la atractiva musicalidad que se enriquece con la rima única o monorrima:
La araña que teje la tela,
la tela que atrapa la presa,
la presa que espera,
la muerte que llega.
La vida que empieza
de nuevo en la tela
donde está la presa
en su muerte lenta.
Tú eres la araña,
La araña en mi tela,
La tela en mi presa,
dulce carcelera,
tu víctima eterna
[…]
La nostalgia toma por sorpresa a Mercedes Eleine en varios instantes, como cuando evoca la amada «Adolescencia» (poema con una tácita referencia a The Beatles), en la oportuna evocación, incluso de lecturas, cuando tales idus de marzo tanto convenían la joven de entonces, que hoy, ya en plena madurez la mujer de hoy, evoca con la querida saudade.
En «No habrá otra vez», al recordar las muy leídas rimas del más socorrido Gustavo Adolfo Bécquer —en ese tiempo definitivo cuando éramos tan jóvenes e indocumentados—, escribe la poeta:
“Volverán las oscuras golondrinas…”
su rumbo fijo a recorrer el cielo
y comenzar de nuevo la nidada
mientras te busco en el recuerdo
de lo que ya se fue.
El influjo del neorromanticismo carildeano —confeso no sólo en «Entre Eros y yo»— le otorga rasgos a su poética amatoria del canon de la popular poeta cubana, visible en muchas otras voces del discurso femenino en la poesía de las dos orillas. Leámoslo en sus propios versos:
Entre Eros y yo
se ha establecido
una tácita complicidad
que sólo ambos sabemos.
Se sube a mi pecho y
me susurra palabras que
luego no puedo repetir
por su osadía,
me habla al oído y me acaricia
con tal sabiduría
que un raro fuego
me sube por las piernas
mientras
“me desordeno, amor”
Como cuando Carilda
también desordenaba
su pasión de madura mujer.
En suma, vale la pena disfrutar el regalo poético que nos ofrece Mercedes Eleine González en su más reciente volumen, dado a la luz por Publicaciones Entre Líneas y presentado en The Place, por la Editorial Voces de Hoy.
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