Ensayo. Crítica.
Por Manuel Gayol Mecías…
El juego de Dios sería la ubicuidad en el No-Tiempo, el estar aquí, allí, allá o acullá en el mismo momento, con simultaneidad; y con ello Él (Dios) se hace Uno en lo diverso y viceversa. La creación (su Creación) es la fragmentación del Todo en el No-Tiempo y el Espacio, porque ambos conceptos existen en Él mismo, y quizás sólo nos pueda llegar a nosotros, a nuestra comprensión
humana, si lo viéramos como un juego insertado en la mayor seriedad de su identidad (no un juego para divertirse exclusivamente, sino como un sentido mezcla de lo poético, lo filosófico y lo teológico que alcanza entonces la categoría de “lo lúdico” como intercambio y mezcla: sustitución, imitación, reproducción: la réplica de lo viejo y el descubrimiento de lo nuevo. Lo lúdico entonces, como una gran sonrisa o una desplayada carcajada cósmica, podría ser el concepto más serio de la creación). El juego de Dios sería así el afán de otra dupla: de orden y desorden; orden y desorden de una manera imperecedera.
Pero también sería, y no menos importante, la trascendencia de “lo otro”; es decir, la connotación que se desborda de cada cosa. Lo escondido. Lo oculto que de pronto surge por una intuición es en lo que radica la seriedad, incluso lo sagrado de algún símbolo que se manifiesta mediante un hecho, una acción, o en cómo se cuenta o se dice una historia, en cómo actúa una persona ante otras para alcanzar su objetivo: la estrategia posible no solo de una competencia, sino asimismo de cualquier intención de alcanzar una meta.
Esto —a mi modo de ver— es lo que Dios se propuso, un poco, para redimir su imperiosa necesidad de que existiera la Nada nunca detrás de Él sino, y en efecto, dentro de Él. El juego es así un recurso de solución divina y conlleva toda la atención de entera potenciación de Dios: el libre albedrío funciona porque es un juego, una manera de ver el Unimultiverso, y dentro el mundo nuestro entre todos los mundos y al ser humano mediante la sugerencia y la connotación de algo mucho más allá. Esa extracción de lo que no dice la envoltura de ese algo en cuestión reviste siempre un carácter de descubrimiento y asombro. Ello es una característica sui generis de la creación, porque es de pronto como quitar el velo que cubre algo importante o muy importante del mundo y del ser humano.
“Lo otro” es, en sí mismo, la otra parte de la Realidad que existe oculta y de repente surge, se revela, y, en la mayoría de los casos propone algo nuevo que necesitamos para evolucionar. Tendríamos que dedicar un libro entero, y bien extenso, para repasar siquiera lo que podríamos llamar la filosofía del juego. En este sentido encontraríamos una bibliografía extensísima que puede abarcar todos los campos del pensamiento, fundamentalmente de la filosofía y de la creación literaria, así como de todas las disciplinas humanísticas y científicas, sin dejar de contar con la importancia creciente que siempre ha tenido el deporte en su historia. En el caso del deporte —y aclaro, no de la posibilidad del consumo—, lo primero que resalta es el sentido de competencia que hay en cada juego. Pienso que el hecho deportivo, como tal, sin intereses corporativos, es lo que más refleja la aspiración de una meta a conseguir, y de aquí que resalte, como primordial, el hecho de ser una competencia. Por ende, la competitividad es uno de los recursos extraordinarios no solo del juego deportivo, sino además del juego positivo de la Creación en todo el sentido de la palabra. Incluso, el “juego de la palabra” es —en muchos casos— la protagonización misma dentro de una historia o escrito literario: cómo la palabra puede, además de contribuir al buen desarrollo de la trama, superar la connotación de sus personajes en su relación con la acción de la historia, e incluso convertirse hasta en un personaje propiamente.
El juego es una de las grandes creaciones de la Creación (y valga la redundancia); es uno de los más grandes recursos divinos con el que Dios se revela ante todo lo creado. Es como decir, cortacianamente, los juegos del fuego y viceversa (los fuegos del juego): paradoja, revelación, ocultismo, secreto, competencia, comparación, connotación, sugerencia, posibilidad, acertijo, adivinación, asombro, deslumbramiento, estrategia, coartada, búsqueda, azar, y lo imprevisible como dialéctica de lo nuevo. El oráculo de Delfos fue el juego por excelencia para los griegos entre el presente y el futuro. Los dioses del Olimpo apostaban entre sí (jugaban en un reto constante) lo que harían o no los mortales, ¿cuál era, por ejemplo, la mayor decisión de Zeus (impuesta a los demás dioses)? Pues, simplemente, no intervenir, solo observar y apostar, por lo que hiciera uno u otro mortal. Claro que en muchas ocasiones, Zeus permitía la intervención de algún dios, o tomaba también la decisión de actuar él mismo. Ese sentido griego del juego estaba dado, en su mayor parte, por una especie también de ley mitológica que opacaba o eliminaba el libre albedrío, y que se le aplicaba a los mortales, hombres, mujeres, niños y ancianos que tenían que cumplir un rol en la historia humana en su relación con los dioses, y lo que se entendía también como “destino”, en una supuesta paradoja con la libertad de elegir su propio camino. Es decir, el hombre bajo los dioses, estaba condicionado por una misión impuesta desde el Olimpo. Lo que sucede —y este es el juego en la escala de lo divino— es que ese “destino” quedaba condicionado a la apuesta entre los dioses de si (el hombre, el héroe escogido) podría o no cumplir con esa tarea que pendía sobre él sin que este ser humano específico lo supiera. En este sentido, quizás, el ser humano (y ya no solo el héroe) se independizó más de los dioses cuando Prometeo les entregó el fuego, con lo que ayudó más a los mortales a que tomaran sus propias decisiones. Esta osadía de Prometeo llevó a un ámbito más humano el juego de las divinidades, porque sirvió para despertar a los mortales del letargo de la mansedumbre olímpica, como había sido siempre en el mundo que estaba regido por la predestinación. Y de esta manera el hijo del titán Japeto y la océanida Climena le dio entrada en el juego a los humanos y a los semidioses. Por eso Prometeo fue condenado a la tortura eterna de que un águila le devorara el hígado cada día y este volviera a reconstruirse durante la noche, por haber desarticulado la predestinación de Zeus, y haberle dado entrada al ser humano en el juego divino de los dioses… Pero Prometeo sabía un secreto de Zeus, quien entonces tuvo que mandar a Heracles a que con sus flechas matara el águila, y así el amigo de los hombres quedó libre de su castigo. Es, a todas luces, un juego sobre otro, donde la mortalidad, los retos y los secretos ocupan un lugar prominente en la Historia y mitologías de los seres humanos. Con el juego entre Prometeo, los terrestres y Zeus se desarma bastante (para no decir del todo) el afán de los dioses griegos por trazar el destino trágico o victorioso de los mortales. Gracias al juego continúa entonces el libre albedrío de los seres humanos, al menos en la propia historia mental que el hombre ha hecho de sí mismo.
Escritor y periodista cubano. Graduado de licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, en la Universidad de La Habana en 1979. Fue investigador literario del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas (1979-1989). Posteriormente trabajó como especialista literario de la Casa de la Cultura de Plaza, en La Habana, y además fue miembro del Consejo de redacción de la revista Vivarium, auspiciado por el Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana.
Ha publicado trabajos críticos, cuentos y poemas en diversas publicaciones periódicas de su país y del extranjero, y también ha obtenido varios premios literarios, entre ellos, el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1992 [libro censurado por la institución castrista después que el autor viajó a España e hizo declaraciones a la prensa que molestaron al régimen cubano]. En el año 2004 ganó el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano, de Nueva York, por “El otro sueño de Sísifo”. Trabajó como editor en la revista Contacto, en 1994 y 1995, en Burbank, California. Desde 1996 y hasta 2008 fue editor de estilo (Copy Editor), editor de cambios (Shift Editor) y coeditor en el periódico La Opinión, de Los Ángeles, California. Actualmente ha vuelto a trabajar en La Opinión como editor y reside en la ciudad de Eastvale, California. OBRAS PUBLICADAS: Retablo de la fábula (Poesía, Editorial Letras Cubanas, 1989); Valoración Múltiple sobre Andrés Bello (Compilación, Editorial Casa de las Américas, 1989); El jaguar es un sueño de ámbar (Cuentos, Editorial del Centro Provincial del Libro de La Habana, 1990); Retorno de la duda (Poesía, Ediciones Vivarium, Centro Arquidiocesano de Estudios de La Habana, 1995); La noche del Gran Godo (Cuentos, Neo Club Ediciones, Miami, 2011); Ojos de Godo rojo (Novela, Neo Club Ediciones, 2012). Próximamente saldrá publicada su novela Marja y el ojo del Hacedor, por las editoriales de Miami Neo Club Ediciones/Alexandria Library.
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