Política. Sociedad. Crítica.
Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot.
Asco tuve desde el principio. Pensé, y lo dije, que había que dar la oportunidad al entonces candidato Morales. Razones de más había, no personales ni anecdóticas sino históricas. Lo dije a pesar de ya haber echado encima una andanada de peros por lo que se intuía venir. Asco tuve, desde el día uno y asco tengo.
Se escribe, hoy, sobre el asco y está bien. Alguien tiene que decirlo que mucho hemos callado, mucho apoyado, aceptado y festejado. El carnaval aparece casi siempre como la suma del festejo y la cachondera. Pasado eso a la política, pues ¿para qué esperar más? Felices y arrechos, así estaba Bolivia entonces, cuando se entronizó al Inca. Deseos y apetitos que se regó con alcohol, a la moda del Alto Perú, y con oro. El dinero compra más adeptos que Cristo. Y si se es buen ladrón, en el sentido de ducho, sobra por un tiempo para dominar conciencias, si las hay.
Entonces, 2006, la crítica no era ni bienvenida ni escuchada. Hay una revolución, la ignorante, que acepta con ojos cerrados propuestas de cambio. Es lógica, comprensible, pero ciega. Unos se aferran a ella por convicción, por estertores de náusea hacia nuestra indomable y corrupta historia. Otros, intelectuales dicen, asumen que la semilla de verbo que desperdigaron floreció. De estos, un puñado sobrevive al juicio de la historia. La mayoría pertenece a esas izquierdas marihuanas pletóricas de filosofía barata, de agua de colonia de burdel. Hay, por un lado, entre los notables del proceso que mantiene a Evo Morales, el bestia alcoholizado con machete en mano, chinos los ojos, vidriosos, y la baba verde: hijo sagrado de planta maldita y, por otro, el señorito de calzones blancos para quien la rebelión pasa por el poder y el latrocinio. Ambos, incapaces de razonamiento, tendrían que ser materia de paredón y no otra si en guerra estuviéramos ¿lo estamos?
Lúcidos comentarios hay de hace unos años acá. Se dieron tiempo, tantos de ellos, para hallar valor o desencantarse. Los que estuvimos escribiendo y publicando desde el día uno, los “fachos”, “reaccionarios” y epítetos afines, fuimos pocos y creo que pocos seguimos. Hablamos de una labor de casi doce años, de estrellar la cabeza contra el muro, aguantar insultos, verborreas tufosas de tartufos prostituidos y cornudos. El sexo, siempre presente en los autoritarismos, y el asco indecible de los que entregan hijas, novias y esposas al pandemonio plurinacional, ávido y promiscuo. Había uno, esposo de diputada, creo, gran ratero, que ostentaba la cresta de un alce con alegría inusual. He observado que sigue en las lides, insultando a otros hoy mayores, posibles candidatos a presidentes, probables rivales de su amo. Lo que perdió en la bragueta lo ganó en los bolsillos. Para los inmundos, hasta lo íntimo implica negocio. Que siga la juerga.
El asco obliga a vomitar. Existe el vómito común, apoyado en pared o con cabeza en urinario. De nada sirve; sucio tributo a Baco. El otro es beligerante, belicoso, desarreglado pero sobre todo iconoclasta. No teme destruir ídolos, en piedra o barro, ni levantar casas sobre las ruinas. Hoy que se agitan los ánimos y caldean los brazos, se debe actuar. Si escritores, con pluma. No hablamos de golpes de estado y menos de conjurar a la oprobiosa institución armada. A esos se compra o alquila. Se trata de resistir. Si el individuo Morales quiere una corona, que al menos le pese, le tuerza la cabeza con el tiempo, agache su cerviz y muestre el cuello por donde corta limpia la revolución. Organizar; ahí está la clave. Y ya lo decía William Blake, que los tigres de la ira (que han de desatarse) son más sabios que los caballos del placer. A la arrechera plurinacional, la furia de Savonarola.
[08/01/18]
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