Literatura. Poesía.
Alejandro Drewes.
A un ciervo muerto
I
Apuntes, simples apuntes
a la muerte de un ciervo
Una escena de caza
que la Muerte pintara
con el pincel de un maestro
del siglo XVII
II
Finas y ágiles patas
de aquel rey de los bosques
dispuestas al último salto
brillante aun el pelaje
acariciado de a ratos
por un viento invisible
III
El ojo del cazador
y su bala. Majestuosa
Belleza, indiferente
al horror —y ahora
este acto inútil
de justicia poética—.
Variaciones sobre “La habitación del suicida”, de Wislawa Szymborska
I
Sí, hay cosas que suceden
de improviso y nos dejan
sin aliento, sin respuestas.
Como la sombra de un pájaro
en pleno mediodía
o un rayo entre la niebla.
Lo sabían los antiguos
mucho mejor que la frágil
memoria de los modernos.
II
Quedan imágenes nítidas
en mi mente todavía:
un hall donde irrumpía
a raudales la luz
de la hora, ascensores
al asalto del cielo;
el acceso al vestíbulo,
los abrigos de invierno
prolijamente colgados;
el hogar donde unos leños
ardían todavía,
ningún rumor de la calle
en el aire suspendido.
III
El estudio era amplio,
tres paredes hasta el techo
de libros y papeles
de trabajo, y un largo
ventanal cuyas cortinas
filtraban la oblicua luz
de diciembre. Como mudo
testigo, el retrato aquel
de Durero y de frente
un Cristo pensativo,
mirando sin juzgar.
El escritorio al centro
de la sala. De roble,
madera noble de bosques
del Norte. Varias notas
de un ensayo inconcluso
con múltiples correcciones
-casi como la vida,
fragmentarias y parcas-
y una lámpara buena
para la oscuridad.
IV
En lomos pulcros y grises,
a mano, los filósofos
antiguos y modernos;
Diels y sus presocráticos,
Kierkegaard lejos de Hegel
y aquel Dios de Spinoza.
Como siempre apartados
los poetas insomnes;
Nerval y Rile y Celan,
en ediciones completas
como blancas legiones
de un tiempo devastado.
Y más allá, en su extraño
sueño, como perdidos,
San Juan y los místicos.
V
Veo aún a los forenses
abajo, en el asfalto,
rodeando el cuerpo yacente
buscando la razón
de la caída, vestigios
de alguna verdad esquiva.
Entretanto, comenzaba
a llover sobre el incierto
pasado, sobre el apuro
inútil de la gente,
las bocinas y los gritos,
entre miles de pasos.
VI
Nada parecía haber
allí que convocara
la tentación del vacío.
Ninguna carta tampoco.
Ni las declaraciones
de los pocos amigos
dieron alguna pista
sobre aquella tragedia.
VII
El piso fue vaciado
año y medio después
y vendido en la puja
del remate judicial
a una firma de abogados.
—y yo que aún me pregunto
si alguien habrá reparado
entre el jaleo y la pisa
entre los martillazos
los chirridos y los golpes
en aquella mirada
hacia abajo de Cristo—.
Declaratoria
1
Más que nada, amo las antiguas
arboledas silenciosas,
donde alguna vez detuvo su paso
la juventud. Y a los gatos que pasaron
su aterciopelada huella por aquí.
2
Ya más cerca de un final anunciado
como aquel digno caballero sueco
con una dama solitaria y perdidas
las torres, mido lentamente y contemplo
lo leve y lo que cae por su propio peso.
3
Pienso que acaso un ángel tristemente
acompañe esos minutos junto al puente
que llevará para siempre consigo
este brumoso paisaje del Sur
palabras no dichas, los años perdidos.