Literatura. Crítica.
Por Waldo González López…
Con el título Minibiografías ilegales sobre escritores malditos, Heberto Gamero Contín publicó en 2013 este volumen —vendido en la pasada Feria Internacional del Libro de Miami—, cuyo interés amerita este artículo.
En sus Minibiografías…, el narrador venezolano aborda, con precisión, las vidas y las mejores obras de sesenta significativos poetas, narradores, ensayistas, filósofos…, de varias nacionalidades, en un amplio haz que incluye novelistas de primera fila, como Jonathan Swift, Daniel Defoe, Charles Dickens, William Thackeray, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling, Joseph Conrad, Henry James, James Joyce, Laurence Sterne, Ernest Hemingway, William Faulkner y Malcolm Lowry, entre otros ingleses y norteamericanos.
Asimismo, recrea momentos de las ricas existencias y títulos de los grandes creadores franceses François Rabelais, Victor Hugo, Dumas (padre), Maupassant, Balzac, Gustave Flaubert, Zola, Marcel Proust, Arthur Rimbaud y Émile Zola.
Mas, la lista se amplía con los no menos valiosos nombres de los alemanes Nietzsche, Hofmannsthal y Thomas Mann, como los de cuatro notables rusos: León Tolstoi, Ivan Turgueniev, Feodor Dostoievski y Antón Chéjov.
Pero Gamero no olvida en su bojeo —a través de seis decenas de notables figuras del pensamiento y la palabra— a significativos autores de nuestra lengua, tales los hispanos: Cervantes y Unamuno, como creadores latinoamericanos de la talla del argentino Jorge Luis Borges, el mexicano Juan Rulfo, el chileno Pablo Neruda, el venezolano Arturo Uslar Pietri y los uruguayos Horacio Quiroga y Mario Benedetti.
Podría objetársele al colega la ausencia de otros relevantes narradores del área, como el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa (sendos Premios Nobel), el cubano Alejo Carpentier, el chileno José Donoso y el paraguayo Roa Bastos, por solo citar algunos; mas el también autor de Minibiografías ilegales sobre pintores malditos y Minibiografías ilegales sobre músicos malditos, escogió esos creadores, pues, de acuerdo con el tópico que le guió en la selección de su tríada, según escribe en su nota introductoria, prefirió estas:
Vidas desgraciadas, llenas de amarguras y momentos de terrible soledad. Por esa razón, aunque no sea de mi total agrado me sumo a la frase que hizo el poeta francés Paul Verlaine en su ensayo escrito en 1884 titulado Los poetas malditos. Verlaine se inspiró en un poema de Charles Baudelaire […] “Bendición” (incluido en su libro Las flores del mal) para implantar un “concepto” que se extendió por toda Europa. El término “maldito” entonces se hizo común para referirse a cualquier poeta, escritor en general, músico o pintor que por alguna razón llevase a una vida rebelde, bohemia, distinta a la de sus contemporáneos y con un temor visceral al monstruo del fracaso. Comunes denominadores reflejados en la mayoría de los artistas que conforman esta trilogía, para las cuales hubiese deseado, de corazón, la mayor cantidad de bendiciones posibles.
Ameno por sus abordajes breves y atractivos, concebidos y realizados en estilos distintos, pero no tan distantes que desvíen o saquen al lector de la línea trazada por él, este volumen evidencia la praxis del narrador, quien, a pesar de haber iniciado su carrera literaria hace apenas trece años (en 2002), ha merecido lauros por varios de sus cuentos.
Como virtudes principales de sus relatos/estampas, subrayo la síntesis y la concisión, rasgos decisivos de su factura que permite leerlos de seguido o retomarlos en cualquier momento, gracias justamente al interés causado por su acertada escritura.
En tal sentido, su colega Oscar Marcano subraya en el prólogo “Una vida, un instante”:
Sorprende el tino de cada relato. El destello que produce la conexión con el autor seleccionado, convertido a su vez en personaje. Pues si alguna ambición alienta a este libro es la de colocar a todos esos nombres, la mayoría monstruos de la literatura, en el rol de personajes; de caracteres que aman, sufren, se emborrachan o aíslan al margen de las catedrales que edificaron.
Escojo varios de sus mínimos pero valiosos relatos como muestra significativa de todos los incluidos en el apreciable volumen. Así, comienzo con cuatro: “Daniel Defoe”, “Alejandro Dumas (padre)”, “Charles Dickens” y “Horacio Quiroga”, ya que, al margen de sus diferencias (cada uno posee distintas facturas), estos grandes autores coinciden en su vocación de escritores de novelas y cuentos que, durante siglos, ámbitos y lenguas, han sido muy bien acogidos por diversas generaciones de lectores.
En consecuencia, a tales narradores dediqué extensos estudios que —publicados en revistas especializadas de Cuba: “El caso Defoe” (en Unión, de la UNEAC, 1983); “Quiroga en su narrativa para niños” (en Casa de las Américas y en Revolución y Cultura, 1979, y reproducido en el diario colombiano Vanguardia Dominical, 1980); “Dickens o el realismo crítico” (aparecido solo parcialmente, con el título “Dickens y el pecado original”, en Revolución y Cultura, 1980), y con el título “Davy de la Pailleterie”, como prólogo en la edición extraordinaria de El Conde de Montecristo (Colección Aventuras, Editorial Gente Nueva, 1976)— luego incluí en mi volumen de ensayos Escribir para niños y jóvenes (Colección Universo, Editorial Gente Nueva, La Habana, 1983).
El complicado Daniel Defoe
Sobre el gran novelista de Robinson Crusoe, Moll Flanders y el infaltable Diario de la peste (publicado años atrás, con elogioso prólogo de García Márquez, por la habanera Editorial Arte y Literatura), Gamero escribe su artículo como un monólogo de un admirador contemporáneo del polémico Defoe.
Con ello, ofrece al lector una propuesta de interés, en tanto muestra una perspectiva del célebre autor inglés, desde la voz otra. De tal suerte, este anónimo personaje/narrador omnisciente va evocándole al ya anciano novelista pasajes de su vida, contados por sus biógrafos, siempre a trancos entre mil y un problemas.
En tal sentido, le recuerda una definición del propio Defoe que bien vale la pena trascribir porque revela el quid de su propia existencia: “La vida es una constante huida del peligro”, según subrayara quien es considerado el primer periodista inglés, otra muestra de su relevante talento.
Gamero concluye su minirrelato con suma eficiencia. Al despedirse el personaje de marras, le resume rasgos de su múltiple vida a su admirado narrador:
Ya es tarde, la brasa se consume y el frío comienza a ganar espacio. Venga, Daniel, deje de hablar solo y váyase a la cama. Ya usted no es político ni comerciante ni espía ni conspirador, tampoco periodista, y ya no alquila su pluma a señores y ministros. Ahora usted es solo un escritor de obras de la imaginación que necesita descanso para su mente creadora, lo único que lo mantiene en este mundo… Mañana trataré de traerle las velas de sebo y un poco de leche fresca. Mañana.
Alejandro Dumas, el mulato francés
Considerado uno de los primeros en asentar el Feuilleton (o folletín) en los diarios franceses de su tiempo, Alejandro Dumas («La Historia es un clavo que me sirve para colgar mis lienzos», sentenció), desarrollaría la “literatura de consumo” en sus novelas por entregas que, a partir de argumentos históricos, gracias al talento de este agudo personaje —sin duda, el mejor de su célebre obra narrativa y dramática—, lograría captar el interés de los lectores galos de su época.
Fue él, sin duda —como apunté en mi ensayo sobre este autor—, quien consolidó el nuevo género con sus novelas publicadas por entregas en diarios, como sus clásicas El Conde de Montecristo (1844-1845), basada en una historia real; Los Tres Mosqueteros (1844), Veinte años después (1845) y El Vizconde de Bragelonne (1848-1850). Para la creación de tales fines, reuniría en derredor suyo, a media docena de colaboradores que laboraban bajo sus órdenes (entre ellos, por cierto, el poeta romántico Gérard de Nerval (1808-1845).
De Dumas (quien asimismo dejara una frase acorde con su existencia: “La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento en que se presenta”), se ha dicho, con razón, que sus obras entretienen al público, a partir de que sus historias poseen los necesarios ingredientes (aventuras y enredos), con los que mantienen al lector y al espectador en suspense hasta el final.
Sobre esta importante figura (del que diría el también grande Victor Hugo: “Dumas, más que europeo, es universal”) el escritor y periodista neoyorquino Tom Reiss, en una investigación sobre la vida del creador —incluida en su libro El Conde Negro— revela que las experiencias del padre de Dumas, el general Thomas Alexandre Dumas, fueron las inspiradoras de El Conde de Montecristo y, sobre todo, de Los Tres Mosqueteros, publicada inicialmente en folletines por el periódico Le Siècle, entre marzo y julio de 1844 y, como volumen, por la editorial Baudry y reeditada en 1846, por J. B. Fellens y L. P. Dufour, con ilustraciones de Vivant Beaucé.
Hijo de un general y aristócrata, Thomas-Alexandre Dumas-Davy de la Pailleterie (ido en busca de fortuna al Caribe, para terminar arruinado) y de Marie-Louise Labouret, natural de Villers-Cotterêts, el futuro narrador Alexandre Dumas tenía apenas cuatro años cuando su padre fallece.
En 1823, se instala en París, donde labora como escribiente al servicio del Duque de Orléans; luego, gracias a su perfecta caligrafía y al apoyo del General Foy, completa su formación autodidacta. Ya, en 1826, publica su primera novela, Blanca de Beaulieu.
Amante de las tablas desde muy joven —apenas se adentra en el teatro de su admirado Shakespeare, decide ser dramaturgo—, aunque sus comienzos no resulten muy halagüeños, pues varias piezas suyas serían rechazadas.
No obstante, escribiría sesenta y siete obras, entre dramas, melodramas, comedias y vaudevilles, como La caza y el amor, redactado en colaboración con un colega en 1825 y estrenado en París, gracias al que obtiene gran éxito, y lo convierte en un autor reconocido, por lo cual se trae a su madre a París, y se consagra por entero a la literatura.
Su primera “obra seria” —la pieza histórica Enrique III y su corte, estrenada el 10 de febrero de 1829— será incorporada al repertorio de la Comedie Française y le representa pingües ganancias. Sus éxitos continúan y, ya en 1847, inaugura El Teatro Histórico, si bien solo tres años más tarde cae en bancarrota.
Asimismo, escribiría otras piezas de corte seudohistórico, como Christine (1830), La Torre de Nesle (1832), Angela (1833), Don Juan de Mañara y Kean (ambas de 1836), La señorita de Belle-Isle (1839) y muchas otras.
Envidiado por algunos colegas (que ni remotamente se aproximaban a su profusa narrativa y dramaturgia), aunque en su lejana juventud disimulara su ascendencia mulata (venida de su abuela esclava), ya en la madurez poco le importaba.
Por ello —tal cierra Gamero su ameno minirrelato—, en una ocasión, al aproximársele un joven “rubio de ojos muy claros y […] actitud arrogante, y pedirle ante otros que hablara de sus nobles antecesores”, el triunfante creador le respondería, desarmándolo: “Negros, amigo mío, vengo de una familia de negros”.
Charles Dickens o el amor a los niños
En su quizás demasiado breve estampa sobre el siempre contemporáneo Charles John Huffam Dickens (Portsmouth, Lansport, 1812-1870), Gamero evoca una anécdota que evidencia otro caso de la habitual envidia entre escritores, esta vez padecida por el “contrincante” contemporáneo del relevante narrador de Grandes esperanzas, aunque no por ello mediocre novelista: William M. Thackeray, quien, también humorista, dijo que los libros del superior autor de Papeles póstumos del Club Pickwick “estaban escritos para adultos con mentalidad de niños”, a lo que ripostó, con su clásico humour británico el mucho más reconocido narrador de Tiempos difíciles: “Así es, estoy escribiendo para la raza humana”.
Y no se equivocaba su talentoso colega —recordado en particular por su exitosa novela Vanity fair (La feria de las vanidades)— pues, la miserable y sufrida infancia de Dickens (cuyos padres eran pobres) solo le permitiría comenzar la escuela a los 9 años.
Otro dato curioso y revelador de su carácter y el porqué de sus volúmenes es que, casi siempre autobiográficos, abordan la infancia (tal la novela considerada el verdadero relato de su existencia: La historia personal de David Copperfield, como asimismo sus no menos singulares novelas: Vida y aventuras de Nicholas Nickleby y Oliver Twist, y sus Cuentos de Navidad), fue que, a los 11 años, a causa de la prisión de su endeudado padre, de acuerdo con la costumbre de la época, el chico debía dormir en la cárcel, de la que salía a trabajar en una fábrica de tintes por el día.
Cuentan sus biógrafos que, a los 12 años, comenzó a trabajar en una fábrica de Charing Cross, y con el dinero ganado, pagaba el alquiler, subsistía y enviaba lo que quedaba a su familia. A pesar de ello, se comportaba como un chico normal: inquieto y jovial, chistoso y despreocupado: tanto quería a los pequeños, que tendría diez. Mas, “no solo amaba a los suyos, sino a cualquiera que viera por la calle y sufría por aquellos más pobres como si fueran propios”.
Por sus libros y colaboraciones en la mejor prensa inglesa, su fama creció notablemente, y logró éxitos en Inglaterra y los Estados Unidos. Realizaría viajes a Italia, Suiza y Francia y, a su vuelta, vendría cargado de los mayores triunfos.
Fue tal el influjo del notable narrador en los grandes creadores de su tiempo, que un talento no menos sorprendente como el gran novelista ruso Feodor Dostoievski “no solo se dejó influir de manera significativa por aquel en su primera época, sino que se ha llamado al icónico autor de Crimen y castigo ‘un Dickens desprovisto de vis cómica’”, tal señalé en mi mencionado ensayo “Dickens o el realismo crítico”.
En su extensa e intensa obra, Charles Dickens —quien también publicara Dombey e hijo (1848) combinó narración, humor, sentimiento trágico e ironía con fuerte crítica social y afilada descripción de gentes y lugares, tanto reales como imaginarias, basadas, por supuesto, en la dura praxis experimentada en su difícil existencia.
El infortunado Horacio Quiroga
Sí, tal fue el destacado escritor uruguayo que, considerado el maestro del short story o cuento breve en el denominado por Mario Benedetti “continente mestizo”, legó páginas de alto valor, a pesar de su terrible vida, cuyo signo fue la muerte por accidentes y suicidios: su padrastro, sus dos hermanos, su mejor amigo Federico Ferrando (a quien el escritor matara por accidente), su primera y joven esposa y sus dos hijos (Darío y Eglé)…
En fin, tal cruenta existencia, de algún modo, le serviría de material para escribir sus clásicos Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), en los que, además, debieron influir sus lecturas de cabecera.
En ese sentido, como apunté en mi ensayo “Quiroga en su narrativa para niños” (asimismo incluido en mi volumen citado), “pienso que Chéjov y Maupassant —sus ídolos mayores, junto con Poe, Gorki, London, Kipling, Hamsun y Dostoievski— tuvieron que incidir sobre su obra”, plena de autenticidad.
Sin duda, en uno de los mejores estudios sobre su quehacer y, a un tiempo, revelador testimonio sobre su vida y psicología: El hermano Quiroga (Montevideo, 1957) del ensayista y muy cercano Ezequiel Martínez Estrada ofrecería aspectos sobre el igualmente célebre periodista, como, este que transcribo:
La estrechez económica era la situación normal de Quiroga. Sobrellevaba su penuria pecuniaria con idéntico estoicismo que los demás rigores de su destino. Un poco más de holgura y comodidad hubiera significado para él estímulo importante, sin duda; mas no pensó en cómo ni hizo nada práctico para conseguirlo. […] Ni escribió jamás una línea para ganar dinero ni adecuó un relato al paladar de los directores de publicaciones para que no se lo rechazaran; no mendigó fama ni fortuna.
Breve, como uno de los relatos quiroguianos —en apenas dos páginas y doce líneas— Gamero Contín informa al lector con datos que, aunque algunos conocidos, cautivan al lector, justamente por la síntesis y el agudo abordaje al recordado creador, uno de los mayores cuentistas latinoamericanos de todos los tiempos.
De tal suerte, el autor venezolano narra su minirrelato en tercera persona, otorgándole mayor precisión e interés a lo contado. En consecuencia, lo inicia como sigue:
No lloró. Cuando tomó la decisión de terminar con su vida, lo hizo con la resignada conformidad de quien concluye que no le queda otro camino. Estaba muy enfermo. No podía prácticamente comer, los dolores estomacales y de próstata parecían cuchilladas no imaginadas ni en sus cuentos más sangrientos y la lectura, su gran refugio, ya no le brindaba los efectos curativos que solía atribuirle. Sucedió la tarde del 18 de febrero de 1937 cuando el hoy considerado maestro del relato breve fue informado por sus médicos de su irreversible enfermedad.
Siempre modesto, no obstante, al reaccionar ante otros colegas que, sin llegar ni por asomo a su calidad, en su artículo “La profesión literaria” de 1928 —ya sin ambages, dejando a un lado la exagerada humildad— se autodenomina con razón: “Un escritor dotado de ciertas condiciones, y de quien es presumible creer que ha nacido para escribir, por constituir el arte literario su notoria actividad mental”.
Otros momentos de valía
Como dije al inicio de este artículo, Gamero Contín aborda con precisión, las vidas y las mejores obras de sesenta significativos poetas, narradores, ensayistas, filósofos…, de cuyas existencias y títulos extrae momentos que enriquecen las tramas de sus Minibiografías ilegales sobre escritores malditos.
De acuerdo con ello, destaca en su recreadora prosa el hábil empleo de la ficcionalización, ya que, provisto de elementos de la Narratología —ciencia que, tal sabemos, estudia recursos (narración, descripción y diálogo) y géneros (monólogo, cuento en 1ª., 2ª. y 3ª. personas); crónica, estampa, esbozo, artículo, entrevista…—, obtiene indudables ganancias en sus ficciones, por emplear un término grato al narrador mayor Jorge Luis Borges.
En consecuencia, y, de acuerdo con el profesor de la Universidad de Zaragoza, José Ángel García Landa, en su estudio: Los conceptos básicos de la narratología (1989; edición electrónica 2004) —donde aborda a fondo esta disciplina— su “evolución más interesante […] se ha producido […] en los últimos diez años en un interés renovado en el fenómeno de la narración que se ha [gestado] en otras áreas de la crítica”.
En consonancia con ello, resultan muy atendibles las páginas sobre Cervantes, Lord Byron, Maupassant, Chéjov, Robert Louis Stevenson, Laurence Sterne, Malcolm Lowry, Djuna Barnes, Pablo Neruda y Stefan Zweig, entre otras.
A partir de la existencia de estos y otros “escritores malditos”, el autor venezolano aborda una situación en la vida de cada uno de los creadores. Y ello, en tanto afecta al “humano, demasiado humano” (v. gr. Nietzsche y su homónimo libro), concita el continuo interés del lector, que nunca decae, por incluir en cada una de las narraciones tópicos, rasgos y momentos definitorios.
Tales son los casos de los abordados y, en especial, del último de los mencionados: el biógrafo-novelista austríaco Stefan Zweig (1881–1957), quien fue uno de los más prolíficos y leídos durante el siglo xx.
Inserto en la denominada “Generación de Entreguerras” —integrada asimismo por tres célebres historiadores: el germano Emil Ludwig (1881–1957), el italiano Giovanni Papini (1881–1936) y el galo André Maurois (1885–1964)—, por su condición judaica, debió sufrir la persecución hitleriana, la quema de sus libros, hasta que, por fin, tuvo que exiliarse en Brasil, donde —no obstante fuera acogido como lo que era: una celebridad— padecería tal trauma por su exilio, hasta que se suicidaría junto a su esposa Charlotte.
Ello, a pesar de que el recordado escritor de la insuperable autobiografía El mundo de ayer. Memorias de un europeo, reconocía su mejor vida en Brasil, donde “el hombre no ha sido separado del hombre por absurdas teorías de sangre, raza y origen”, tal confesara el también autor de poemarios y relatos, quien no pudo soportar la espantosa condición de apátrida, imposible de explicar a quien no la haya padecido en carne propia, esa enervante sensación de tambalearse suspendido en el vacío con los ojos abiertos y de saber que dondequiera que uno echa raíces puede ser rechazado en cualquier momento. Perder el hogar es algo terrible.
La grande Gabriela Mistral, amiga del notable escritor, apenas supo del doble suicidio, escribiría sentidas palabras, en las que relató lo que presenció en el hogar de los Zweig, cuyos cadáveres estaban en sus respectivas camas, ante los ojos de la significativa poetisa chilena.
Menos compleja y trágica, pero igualmente de notable interés, es la página y media que narra momentos cruciales de la existencia del príncipe “Tomasi Di Lampedusa” (tal es el título): mecenas y apoyo de sus amigos escritores, de los que solía rodearse, como de sus jóvenes alumnos.
Poseedor de vasta cultura, como de “una de las bibliotecas más completas de toda Italia” (según el propio autor expresara), tenía libros en los cinco idiomas que leía y, aunque se confesaba “un pedante y obsesivo lector”, añadía sin embargo: “¿Escritor? No, nunca llegaré a ser un escritor. Lector eso es lo que siempre he sido, lo que soy, un apasionado lector, respiro a través de ellos; he gastado una fortuna en ellos.”
Así, ni siquiera imaginaría el inveterado lector Giuseppe Tomasi Di Lampedusa (1896-1957) que devendría uno de los más destacados narradores italianos de su tiempo, tras publicar su única novela: Il Gatopardo, ni que esta sería llevada al cine por uno de los más grandes realizadores de su patria: Luchino Visconti, quien, en 1963, la convertiría en un exitoso filme, merecedor de diversos premios y, desde su estreno, como la novela, considerado un clásico.
Otro eterno contemporáneo, el varias veces centenario Giovani Boccaccio y sus deliciosos cuentos de Il Decamerone, llaman la atención del narrador venezolano, quien homenajea al también biógrafo de la Vida de Dante.
El poeta en ciernes, incondicional adepto de la poeisis del gran autor de La Divina Comedia, se sintió impelido a seguir los pasos líricos del Maestro y otros destacados nombres del verso de su época.
En consonancia con tal atracción, a partir de La Eneida y su también admirado Virgilio, escribe La Tesaida, como asimismo Amorosa visión, que lo inmersiona más en el realismo y la cotidianidad.
Mas, en vísperas del Renacimiento, tras probar suerte con sendos tanteos: Filostrato, “primer intento de novela moderna en la humanidad”, y La Elegía de Madonna Fiammetta, primera «novela psicológica» (tal la clasificara la crítica) —que, escrita entre 1343 y 1344, es, en realidad, una extensa carta de la protagonista Fiammetta—, y halado por la vida terrenal y sus placeres, corrobora que “el amor ya no es un pecado; es un gozo”. De tal suerte, al fin, se decidirá por sus deliciosos relatos de Il Decamerone.
Considerado “el retrato literario más conocido sobre la Peste Negra en Florencia”, el inmortal libro de cuentos que Boccaccio escribiera entre 1349 y 1352 y revisado y reescrito entre 1370 y 1371, lo ambientaría en esta ciudad durante 1348.
El gran narrador cuenta, en diversas jornadas, cómo para huir de la peste, siete mujeres y tres hombres de la burguesía florentina, se aíslan en una casa campestre y, durante las noches, para animar las veladas, van relatando una historia, hasta sumar los cien cuentos que —muchos de ellos picarescos, no pocos picantes— componen esta clásica obra. En la introducción o proemio, para situar el contexto del que quieren huir sus protagonistas, ofrece una descripción terrorífica de la peste…
Estos fabulosos, pero realistas cuentos le reportarían tal triunfo que, siete centurias más tarde, continúan atrayendo la atención de todos, incluso del multilaureado narrador peruano Mario Vargas Llosa, Premio Miguel de Cervantes (España, 1994) y Nobel de Literatura (2010), quien no solo recién publicó una pieza teatral basada en los magníficos relatos boccaccianos, sino que, incluso, le permitió debutar como actor en el importante Teatro Español de Madrid, junto a grandes intérpretes de las tablas y el cine hispanos, como Aitana Sánchez-Gijón y otros.
Tal bien afirmara tiempo atrás el escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), en su artículo “Boccaccio: 700 aniversario del autor de El Decamerón”:
Los herederos de Boccaccio son numerosos y a veces inesperados. En Inglaterra, Chaucer compuso sus Cuentos de Canterbury inspirado en su lectura de El Decamerón, y Shakespeare conoció su Filostrato antes de escribir Troilo y Crésida. Sus Poemas pastorales ayudaron a popularizar en Italia el género que luego retomaron Garcilaso y Góngora en España y su humor, inteligencia y desenfado pueden sentirse en autores tan diversos como Rabelais y Bertold Brecht, Mark Twain y Karel Capek, Gómez de la Serna e Ítalo Calvino.
En suma, justamente como un Boccaccio contemporáneo, Heberto Gamero Contín narra, en su amplio periplo geográfico y temático, sesenta historias, todas atractivas por reales y bien escritas que hacen de Minibiografias ilegales sobre escritores malditos, un volumen de cabecera para cualquier (buen) lector.
[Este trabajo ha sido enviado a Palabra Abierta especialmente por el autor]
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