¿Pueden los cubanos votar realmente?

Política. Sociedad. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.

Cicero Denounces Catiline. Author: http://historiaybiografias.com/senado_romano/. 1889. Fresco. Collection: Palazzo Madama. Wikimedia commons.

En la Roma antigua las personas estaban subdivididas en tres grandes grupos o clases sociales: los patricios, ricos propietarios de tierra con todos los privilegios y derechos civiles de la época;  los plebeyos, sin privilegios pero libres; y los esclavos o “instrumentos parlantes”, como los llamaba Marco Terencio Varrón. En torno al emperador y a los senadores patricios  giraba, en forma discriminatoria,  el poder en la sociedad romana.

La ciudadanía se circunscribía a los patricios y plebeyos, con derecho al voto para elegir al Senado.  Ese derecho iba de la mano con la posición social y económica del votante en cuestión. Ni las mujeres ni los esclavos tenían derecho al voto. Era evidente la inmadurez de la civilización.

Pero a la caída del Imperio Romano y el advenimiento de la Edad Media con sus monarquías absolutas,  todo fue peor. En Europa el derecho al voto ciudadano desapareció. Los monarcas ostentaban el poder absoluto por derecho “divino”,  por sucesión dinástica, o por la fuerza.

Tomado de CMKX RADIO BAYAMO.

En la Cuba de hoy, muchas centurias más tarde,  hay un primitivismo social que es una hibridación de la Roma clásica con el medioevo (la Edad Oscura —Dark Age—, como la llaman en EE.UU.). Hay tres capas sociales: el patriciado que conforman los militantes del Partido Comunista; los plebeyos,  los ciudadanos de segunda clase sin privilegios ni derecho a elegir al número uno del país y al todopoderoso Buró Político; y los “gusanos” (el epíteto que empleaba Hitler contra los judíos) y opositores políticos, invalidados para ocupar cargos públicos y, por tanto, ciudadanos de tercera clase.

Por eso la nueva ley electoral cubana, que será aprobada  sin chistar a mediados de julio por los dúctiles diputados castristas (nunca ha habido un voto en contra de algo decidido “arriba”), es una ficción jurídica, anestesia política.

No servirá para elegir a la máxima instancia del poder político y estatal, que según la actual  Constitución lo ostenta la cúpula dirigente del Partido Comunista (PCC) y su jefe, el Primer Secretario. Este último, con poderes de emperador, designa a dedo al presidente de la República y el Consejo de Estado. La similitud con el medioevo es obvia.

El 92.2% de los cubanos adultos no cuenta

Pero además,  el derecho a “elegir” a la élite comunista todopoderosa que controlan el Estado y el Gobierno no lo tiene la ciudadanía, sino solo  los militantes del PCC que acuden a los congresos partidistas. No importa que la membresía total del PCC sea una minoría muy reducida.

Hay en Cuba 8.9 millones de adultos (mayores de 16 años, según la ley) de acuerdo con datos oficiales, y el PCC tiene 700 mil militantes que representan el 7.8% de la población adulta. Es esa minoría la que elige a los delegados a los congresos del PCC en los que se conforma el Buró Político,  y se “elige” al primer secretario. Los otros 8.2 millones de cubanos adultos, 92.2% del total, son puros fantasmas, no existen.

La nueva ley electoral debiera ser el instrumento legal para que se cumpla en Cuba el derecho al sufragio universal que tiene todo pueblo de elegir a sus gobernantes, como postulaba ya en 1762, en el “Contrato Social”,  Jean Jacques Rousseau, uno de los artífices teóricos de la democracia moderna y precursor de la Revolución francesa. La soberanía de un país, insistía Rousseau, radica en el pueblo, que elige y legitima mediante su voto a los gobernantes que estarán a su servicio. Es lo que él llamaba “soberanía popular” o “autoridad soberana”.

Pero en Cuba, país en el que la propaganda asegura que el poder lo ostentan “las masas populares”, el máximo poder político no emana de “las masas”. No existe la autoridad soberana.

¿De qué vale el voto  de los ciudadanos llanos, si ellos no pueden elegir al Buró Político del PCC ni al primer secretario, los mandamases de la nación?

Exclusión de la plebe

Este proyecto de ley consolidará el monopolio del PCC en la vida nacional. Validará la existencia de ciudadanos de segunda y tercera clase  al excluirlos para  ser electos a cargos públicos,  y rechazar que el presidente de la República sea elegido directamente en las urnas entre varios candidatos.

No hay en Cuba un solo jefe estatal, gubernamental, político, militar, cultural o de departamento o sección,  o responsable de algo importante que no sea un patricio militante del PCC.

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Encima, esta ley sepulta las esperanzas de cualquier reforma y cambios  que pudiesenconducir a una transición no estalinista, cuando el factor biológico saque del poder a Raúl Castro y los restantes “históricos”. Lo único novedoso es pueril: el número de diputados se reducirá de 605 a 474 para que quepan en el edificio del Capitolio, que hollarán a partir de entonces.

Además, de qué leyes electorales habla el régimen castrista si desde 1948, cuando fue elegido en las urnas Carlos Prío  como presidente de la República, los cubanos  jamás han podido elegir democráticamente a ningún otro jefe de Estado. Hace  ya 71 años, un bochornoso récord que lastra la historia cubana.

No es más de lo mismo, es un retroceso

La nueva ley ni siquiera es más de lo mismo, sino un retroceso porque verá la luz casi terminándose la segunda década del siglo XXI, y no en 1982, o en 1992, cuando se promulgaron las dos leyes electorales castristas  anteriores, en tiempos del “socialismo real”, o inmediatamente posteriores a su desaparición.

Bastante ha cambiado el mundo occidental —donde emergió la democracia moderna y está enclavada geográfica y culturalmente Cuba. Hoy, de  49 países en Europa y 35 en América solo hay dos dictaduras técnicamente hablando, la castrista y la chavista, que conforman el viejo proyecto castro-guevarista de Cubazuela.

Muchas voces hicieron propuestas para esta ley dirigidas a “desestalinizar” el Estado cubano. Propusieron desideologizar el sistema electoral, abrir vías democráticas para los reclamos de la ciudadanía y permitir la competencia entre candidatos y  con acceso a los medios.

En las propias filas del Partido Comunista llovieron propuestas para que el presidente de la República sea elegido directamente en las urnas y poner así fin al sistema de elección indirecta actual, en el que al jefe del Estado lo designa a capricho el jefe del PCC  (dictador).

Ninguna de esas propuestas fue aceptada y muchos de los proponentes fueron despedidos de sus centros de trabajo, hostigados en mítines de repudio, metidos en la cárcel, o  golpeados físicamente.

Los diputados en verdad no eligen a nadie

El régimen insiste en que en Cuba  hay una democracia superior a la “burguesa” porque sin la existencia de partidos políticos los ciudadanos eligen en sus barrios a sus representantes locales en el Poder Popular y los diputados a la Asamblea Nacional que luego eligen al Consejo de Estado y al presidente del país.

Falso por partida doble. En primer lugar,  los candidatos a delegados en cada circunscripción de los 168 municipios del país son todos “patricios” militantes comunistas seleccionados por el PCC en sus localidades. Los votantes no tienen cómo elegir a alguien no  comunista, y mucho menos a opositores políticos. Encima,  todos los aspirantes a diputados nacionales van como candidatos únicos.  O sea, antes de que se celebren las elecciones cada candidato es instalado por el PCC en la Asamblea Nacional.  Valiente democracia.

En segundo  lugar, ya “electos”, los diputados tampoco eligen al presidente de la República, ni al Consejo de Estado. De eso se encargan el dictador y el grupo de militares que lo aúpan en el poder. La misión de cada diputado es aprobar y aplaudir con entusiasmo lo que decidan el monarca y su camarilla.

Moraleja:   El derecho formal al voto en Cuba es pura pantalla propagandística. Los ciudadanos no cuentan, y punto.

¿Para qué entonces una nueva ley electoral?

 

 

 

 

©Roberto Álvarez Quiñones. All Rights Reserved 

 

 

About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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