Literatura. Crítica. Conferencia.
Por Carlos Penelas.
En mi infancia escuchaba a mi padre hablar de Valle-Inclán. Junto con anécdotas y referencias biográficas, mi padre me mostraba una Galicia ruda, atrasada, plena de superstición, de santos, dolor, castigos y plegarias, de vírgenes, de sobrinos de curas, de caciquismo. De Manuel Azaña, de convenciones sociales, de la hipocresía, la abulia y la hambruna de sus tierras. El oprobio y la desesperanza por encima de la libertad, de la racionalidad, del humanismo.
Con los años fui un buceador de su obra, de sus anécdotas, de su universo. Para ver hay que saber, dijo Ingres. “El ojo ha de ser bello para percibir Belleza”, aclaró Plotino. “Para ser hay que mirar y hay que saber”, escribió Luis Rosales. La obra de este hombre genial no se la puede comprender si no partimos de estos conceptos. Por eso la limitación de muchos de sus contemporáneos. Envidia, estupidez, limitaciones cerebrales, falta de cultura, hicieron el resto.
Carmen, ópera dramática de Georges Bizet, lleva libreto en francés de Ludovic Havély y Henry Meihac. Está basada en la novela homónima de Prosper Mérimée. A su vez esta novela tiene como fuente Los Gitanos, de Pushkin. ¿Qué ópera española es más representativa que ésta? A usted le pregunto, lector ausente. Kundera escribió en checo y en francés; Yeats, Shaw, Joyce, Kavanahg y Wilde, irlandeses, escribieron en inglés. Kafka en alemán, Becket en inglés y luego él mismo traduce su obra al francés. Hay más ejemplos. Estos bastan para que supuestos intelectuales no escriban extravíos o elaboren teorías delirantes.
Es un gran honor para mí participar de un homenaje a Valle-Inclán, uno de los creadores trascendentes de la generación del 98, un homenaje del pensamiento y la cultura, respaldado por el consenso de la comunidad literaria y teatral, que venera al poeta como a uno de sus grandes maestros. Estamos ante un homenaje significativo. Don Ramón alcanza la categoría de poeta universal desde su galleguismo y no a pesar de éste.
Su obra es total, deslumbrante en su forma siempre cuidada sin haber sido reducida al mero artificio, intensa en su mensaje humanista y revelador. Su idioma, aquel caudal propio que algunos críticos llaman idiolecto, es de una riqueza y austeridad que se balancean, en su equilibrio de afectividad, penetración intelectual y sabiduría poética. Magistral en sus modulaciones y mensaje.
La obra dramática de Valle-Inclán es tal vez la más original y revolucionaria de todo el teatro español del siglo XX. Rompe convenciones con el género. En palabras de su autor: “Yo escribo en forma escénica, dialogada, casi siempre. Pero no me preocupa que las obras puedan ser o no representadas más adelante. Escribo de esta manera porque me gusta mucho, porque me parece que es la forma literaria mejor, más serena y más impasible para conducir la acción”.
Hay un lenguaje renovador en su poesía. Aromas de leyendas (1907), El pasajero (1920), La pipa de Kif (1919). Este último poemario es para mí estupendo, donde habita el surrealismo, la demencia social, el bestiario zoológico. El lenguaje es clave para admirar la violencia, la forma, la musicalidad y el universo del autor.
Con las Sonatas Valle-Inclán marca el triunfo del modernismo literario en la prosa. Recordemos el Arte poético de Verlaine, la Sinfonía gris mayor de Rubén Darío, la Sinfonía en blanco mayor de Gautier.
La generación del 98 se considera como excelentes observadores y catadores del paisaje. Los hombre del 98 son eminentes paisajistas: Azorín, Machado, Ortega, Unamuno… Todos llevan en sí una cultura artística. Amado Alonso observa el valor plástico y evocador de los gestos, de las actitudes en el arte modernista. Considera a Valle-Inclán “como un precursor de artistas cinematográficos”.
Dice Alonso Zamora Vicente que “…aparece una tónica cultural, ternura íntima en Garcilaso. Luego veremos en Gabriel Miró o en Antonio Machado los elementos del paisaje literario, los árboles, los ríos, los pájaros, la quietud. La tradición eglógica viene de Virgilio y en la traducción de éste por Juan de la Encina”. Si no somos capaces de ver, si no conocemos estas fuentes, no podemos entender ni profundizar la obra de Valle-Inclán.
Su universo está profundamente relacionado con una vida rodeada de anécdotas, de fantasía, de realidad. Extraños trajes y capas, altanero, soberbio. Un estrafalario talante, romántico y fabulador. Muy gallego, de espíritu misterioso y pleno de supersticiones son sus cuentos o sus notas: sortilegios, cruces, curas y sacristanes. Leamos los Cuentos amorosos, las Sonatas, Tirano Banderas. En ellas la musicalidad de la literatura. Javier Serrano Alonso nos dice: “Valle fue un icono de su tiempo, el favorito de retratistas. Valle-Inclán inventó su propia imagen”. No olvidemos que fue Director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma; que tuvo la Cátedra de Estética en la Escuela de Bellas Artes de Madrid.
Escribe: La belleza sólo está en la forma. Escribe: El que no cincela y pula su estilo no pasará de ser un mal escribiente. Sus personajes reflejan lo peor y lo mejor del ser humano. Personajes ambiguos, caricaturescos, falsamente heroicos, fantasmales, grotescos, folclóricos, sombríos, únicos, patéticos. Se burla de la religión, de los curas, del matrimonio, de la burguesía. Tiene un sentido brutal del realismo. Por estas razones también amo y admiro a este gallego universal.
El director cinematográfico José Luis García Sánchez, un rendido admirador de Valle-Inclán, nos dice: “De la literatura española, Valle-Inclán es el más importante. El Quijote es el mejor relato pero Valle-Inclán ha renovado el teatro universal, con la deformación grotesca, con una modernidad desde el punto de vista plástico incomparable. Es el primer literato que escribió cine”. También señala: “Escribe planos de cine. Decían que sus obras eran irrepresentables. Eso porque escribía para nosotros, no para la gente de su tiempo”. Y algo que nos toca a todos: “Para disfrutar del cine hace falta inquietud cultural o virginidad”.
Flor de santidad (1904) es una joya de la lengua hispánica. Campesinos míseros, milagrerías, supersticiones, hambre, avaricia, ternura, crueldad, candidez, bellaquería. Detrás el fondo de la naturaleza pastoril que hablamos hace un momento. Allí está Galicia: su lirismo, su intensidad, su asombro. En sus poemas inventa voces, exhuma locuciones, anuda asombros, arcaísmos con modernismos, amalgama voces brutales del argot y frases refinadas de un salón cortesano. No se lo entiende a Valle-Inclán porque falta cultura y sobra imbecilidad.
Paz Andrade en su libro La anunciación de Valle-Inclán (Buenos Aires, 1967) realiza una descripción de una infancia en el paisaje, en lo humano, en lo natural. En Sonata de estío había escrito: “En una Historia de España, donde leía siendo niño, aprendí que lo mismo da triunfar que hacer gloriosa una derrota”. Miren que observación brillante, nos toca a todos. Sobre todo a los argentinos que nos sentimos siempre vencedores y campeones morales.
Valle-Inclán es también las tertulias de café, la amistad con jóvenes escritores como Azorín, Pío Baroja o Jacinto Benavente. No podemos dejar pasar por alto su observación, su análisis social. Su ironía, el lenguaje proveniente del mundo de los toros, el teatro con diversos registros idiomáticos que van desde lo refinado hasta lo chabacano. Valle acentúa lo grotesco de la realidad que vive. De ese mundo, reiteramos, nace la moderna concepción de la tragedia: el esperpento. Allí ve la civilización europea, no sólo la gallega o española.
En 1959 se llevó al cine Sonatas. Director: Juan Antonio Bardem. Actores: Francisco Rabal, Fernando Rey, Aurora Bautista, María Félix. En 1976 Beatriz, de Gonzalo Suárez, con Carmen Sevilla, José Sacristán. Es una adaptación de sus cuentos. En 1987 José Luis García Sánchez filma Divinas Palabras con Imanol Arias, Ana Belén, Francisco Rabal y Aurora Bautista. Por Miguel Ángel Diez es llevada a la pantalla, 1985, Luces de Bohemia. Francisco Rabal, Agustín González, Fernando Fernán Gómez, Imanol Arias. Divinas Palabras, con Víctor García y la maravillosa Nuria Espert. En 1967 Luces de Bohemia con la dirección de Osvaldo Bonet. Estas dos últimas obras representadas en Buenos Aires. Tuve la fortuna de aplaudirlas de pie. Para hacer una puesta teatral o cinematográfica de los clásicos se necesitan grandes directores y grandes actores.
Caricaturas de Valle-Inclán: Castelao, Leal da Cámara, Ramón Cila, Moya del Pino, Álvaro Cebreiro, Massager, Vivancos, Cao, Toño Salazar, Carlos Maside Siro López. Hay más, hay más. Dos retratos que ahora me vienen a la memoria: el de Juan de Echevarría y el de Ignacio Zuloaga.
Nos informa Robert Lima —El teatro de su vida (1995)— que Valle-Inclán brinda una conferencia en Buenos Aires el 25 de junio de 1910, titulada “El arte de escribir”. Entre otras cosas nos enseña el genial gallego: “En la obra de arte no debe advertirse nunca el esfuerzo, porque no olvidéis que ocultar la fuerza es doblarla… Jamás el artista debe proponerse la imitación de un modelo, por levantado que éste se halle. Es preciso cavar en el huerto propio para obtener nuestras flores y nunca imitar la manera que decimos ‘clásica’ porque es casi siempre una mala comprensión de la literatura latina”. Y más adelante: “…el artista debe mirar el paisaje con ojos de altura para poder abarcar todo el conjunto y no los detalles mudables”.
Sus páginas son corteza del lenguaje, páginas vivientes. Descubre mitos y leyendas desde otra mirada; entiende que uno de los problemas de Galicia —y la del ser humano— es vivir en una cultura cerrada a los cambios mundiales. Fue un intérprete audaz de su entorno, ve al otro a través de la niebla, busca estar libre de prejuicio, de combatirlo sin piedad. Y el contenido de su teatro o su prosa en una estructura literaria, en un lenguaje, en una técnica deslumbrante.
Ramón José Simón del Valle Peña más conocido por Ramón María del Valle-Inclán, nació en Vilanova de Arousa el 28 de octubre de 1866. Falleció el 5 de enero de 1936 en Santiago de Compostela. En 1907 se casó en Madrid con la actriz Josefina Blanco y Tegerina. Tuvo seis hijos.
[Buenos Aires, 9 de julio de 2018]
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