Portada de la Calzada del Cerro de La Habana(*)

Written by on 14/09/2024 in Critica, Cronica, Literatura - No comments
Literatura. Crónica. Crítica.
Por Eduardo Lolo.

Los portales.

De niño (antes de la debacle del castrismo) solía caminar por esos portales –y por los de su más importante ramal, la Calzada de Jesús del Monte, durante la Colonia; Calzada de 10 de Octubre, en la República– ahora en ruinas despechadas. Entonces estaban cubiertos por sólidos y amplios techos, amparando al caminante con sus sombras protectoras, conjurando el sol de arrebato del trópico; las columnas del siglo XIX, sin envejecer; todas las fachadas y pilastras cubiertas de pinturas de colores, siempre frescas. Entre la entrada de un establecimiento y otro, pequeños negocios engalanaban, sin interrumpir, el camino de los andantes: puestos de fritas, estanquillos de periódicos, venta de billetes de la lotería, bisutería, floreros y un laborioso etcétera; todo muy pulcro para embrujar compradores. Para quienes vivíamos en los alrededores, los pequeños negociantes eran parte intrínseca de los portales, siempre todo sonrisas para sus clientes, devengando honestamente el sustento de sus familias, que desde la casa reforzaban los negocios. De seguro algunos de ellos, al verse de futuro mutilados, repitieron en el Exilio su laboriosidad y hasta se convirtieron en exitosos empresarios, arropados de democracia.

En la Esquina de Toyo, el aroma del pan recién sacado del horno daba siempre la bienvenida a todos los olfatos; desde las cafeterías, el tentador humear del café, colándose a presión en una especie de catedral plateada llamada “Cafetera Nacional”, hacía lo propio. Al pasar por los restaurantes, la comida siempre lista invitaba el apetito de todos, sin las colas hambrientas actuales de esperanzados comensales marcando turnos, no pocas veces vanos, frente a los pocos establecimientos culinarios supervivientes.

Fachada fantasmagórica del carapacho vacío y hasta sin techo del Cine Moderno.

En las paradas de guaguas, las personas no hacían filas anhelantes; eran los autobuses los que esperaban, unos detrás de los otros, para recoger a los pasajeros, muchos de ellos hombres con saco y sombrero (de confección fresca, excepto en el breve invierno), las mujeres perfumadas, no pocas con labios de carmín encendido, la mar de las veces sonrientes; todos yendo a trabajar hacia la oficina, el taller, la fábrica, el comercio o a estudiar en la universidad u otros centros de enseñanza, donde se impartían pitanzas de futuro asequible.

De ese ayer occiso sólo queda la nostalgia adolorida en los ancianos aún vivos, de Allá y de Aquí. Todo se derrumbó como consecuencia del “Arte Nuevo de Hacer Ruinas” del Socialismo: casas, familias, industrias, negocios, futuros, esperanzas; ilustrados todos por la imagen de los portales huérfanos de vida de las Calzadas del Cerro y 10 de Octubre en la actualidad. “¡Pobre Cuba!”, le susurró una vez Jorge Luis Borges a Alberto Müller, con una mano solidaria sobre el hombro trémulo.

¿Hasta cuándo? es la pregunta que todos nos hacemos, en una y otra orilla de la Historia. Los creyentes, alzando sus ojos al cielo; otros, hurgando en la Historia; otros más, en las barajas de cartománticas de ocasión, no pocos, en las caracolas de los santeros. Pero, hasta ahora, sin respuesta desde lo Alto, sin respuesta desde los libros, sin respuesta en las cartas esotéricas, sin respuesta de convocado orisha alguno.

Esto es producto del arte nuevo de hacer ruinas.

Sin embargo, la contestación puede ser simple y compleja a la vez: hasta que muchos se atrevan, valientemente, a llevar en sí (sobre sí, dentro de sí) el decoro de muchos donde hay muchos sin decoro. Y, en los países libres del mundo, sus políticos e intelectuales demuestren su solidaridad con la Isla maldecida más allá de las palabras de buena voluntad de quienes, sin poder de acción, también llevan en sí el decoro martiano referido.

Los pocos sobrevivientes de mi generación es casi seguro que, desafortunadamente, no veamos nunca el cuándo indagado, secuestrado por un cómo inasible más allá de los sueños. Nos esperan, con sus piedras, lápidas y mármoles afligidos, tumbas incómodas, como es toda sepultura en suelo extranjero. Nuestros sueños, sin embargo, habrán de permanecer insepultos. Hasta que, invirtiéndose los términos del título de la famosa obra de Calderón de la Barca, para todos los cubanos el Sueño sea, finalmente, Vida. Y por siempre.

*[Reproducido del Blog de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, incluyendo el material gráfico. blogacademiaahce.blogspot.com]

©Eduardo Lolo. All Rights Reserved.

About the Author

Dr. Eduardo Lolo, autor de una decena de libros de historia y crítica literaria, Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio. Comendador Gran Placa de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V de la Sociedad Heráldica Española. (http://eduardololo.com).

Leave a Comment