Política. Crítica.
Por Roberto Alvarez Quiñones…
Ya el diario The Washington Post había dicho dos semanas atrás al Gobierno de EE.UU. en un editorial que no “minimicen el siniestro ataque a diplomáticos en Cuba”. Después de eso se ha sabido que ya son 21 los diplomáticos de EE.UU. los afectados.
El influyente diario sumó el hecho al “alto costo” de la política de acercamiento a Cuba de Barack Obama, que guardó silencio sobre ese incidente que dejó sordos y con lesiones cerebrales, y en el sistema nervioso, a una veintena de funcionarios estadounidenses. Después, hace unos días, cinco senadores pidieron al presidente Trump que expulse a los diplomáticos cubanos en Washington y cierre la embajada en Cuba.
Posteriormente ha sido el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, quien ha calificado el caso de “muy grave”, y ha afirmado que se está valorando incluso el cierre de la embajada de EE.UU. en La Habana si el gobierno de Raúl Castro no da una respuesta en breve de lo ocurrido. Esos comentarios, a ese nivel, son un indicio muy claro de que EE.UU. puede que dé una respuesta diplomática enérgica que podría enfriar más, o abortar, la renovación de relaciones entre los dos países.
Y es que lo ocurrido a los diplomáticos norteamericanos y canadienses en La Habana no tiene precedentes en la historia reciente de las relaciones internacionales. Viola la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, que sobre los diplomáticos establece que no “podrá atentarse de ninguna manera contra su persona, su dignidad y su libertad”.
Es comprensible que muchos en todo el mundo no puedan aceptar que el Gobierno de Raúl Castro haya realizado ese ataque intencionalmente. No le encuentran una explicación lógica. Pero ojo, con Cuba la lógica normal no funciona. El castrismo creó la suya propia y es muy diferente a la del resto del universo.
No puede descartarse, por tanto, que haya sido un ataque acústico. El problema es cómo probarlo. Eso es sumamente difícil, casi imposible a estas alturas, pues ya el régimen hizo desaparecer el “cuerpo del delito”.
A no dudarlo, si el general Castro II ha permitido que el FBI investigue en territorio de Cuba es porque sabe que esos detectives de EE.UU. no podrán encontrar absolutamente nada que incrimine a la dictadura. Todo está muy bien amarrado para que no haya sorpresas.
Vigilancia enfermiza
Es importante insistir en que el control que ejerce el MININT y el Partido Comunista sobre el personal diplomático occidental acreditado en La Habana tiene características patológicas. Y es aún más paranoico, compulsivo y agresivo cuando son diplomáticos del “imperio”. No es creíble, a no ser que pueda demostrarlo de forma convincente, el argumento del régimen cubano de que no sabe qué pudo pasar.
Incluso un funcionario del Gobierno de EE.UU., bajo condición de anonimato, habló con el periodista Patrick Oppmann, de CNN, y le aseguró que lo de La Habana fue un “ataque” y no un intento de escuchar las conversaciones que salió mal.
En esto hay cuatro preguntas clave: 1) ¿Cómo se produjo el incidente?; 2) ¿fue un ataque deliberado o un accidente tecnológico?; 3) ¿fue una operación de elementos del régimen opuestos a las relaciones con EE.UU. que actuaron por su cuenta? y 4) ¿fue obra de algún otro gobierno para dañar las relaciones con EE.UU. y limitar la influencia de Washington en la isla?
Yo casi descartaría la tercera y la cuarta pregunta, pero si se actúa en forma objetiva y profesional siempre hay que dejar espacio para el llamado beneficio de la duda. Eso sí, sea cual fuere la respuesta correcta, el régimen castrista es el responsable, pues es su obligación garantizar la seguridad del personal diplomático en La Habana.
En cualquier caso, el MININT actuó
Para empezar, Moscú, Pyongyang, Teherán, Pekín, o Caracas, no habrían podido colocar artefactos de escucha o de otro tipo en las cercanías o dentro de las viviendas de los diplomáticos sin que lo detectara el MININT. Y si lo hicieron se burlaron del MININT y la dictadura cubana de todas formas es responsable de lo ocurrido por su incapacidad para garantizar la seguridad de esos diplomáticos.
Insisto en que un ataque castrista deliberado no es descartable, aunque a priori parezca descabellado. Luego de la visita de Obama a Cuba, Castro II y su claque se asustaron mucho. El discurso del Presidente estadounidense en la isla, escuchado en vivo y en directo por millones de cubanos, fue un mensaje de aliento y esperanza al pueblo cubano para que se inspirase en el ejemplo de progreso y libertades que disfrutan sus compatriotas de Miami. Eso fue algo nunca visto ni oído antes en Cuba en medio siglo, y demasiado para la dictadura.
Desde entonces el ala más reaccionaria y troglodita de la dictadura, encabezada por el propio Castro II, su hijo Alejandro, Machado Ventura, Ramiro Valdés, Julio Gandarilla (Ministro del Interior), y otros, casi todos militares, lanzaron una campaña mediática antiestadounidense y de ataques directos a Obama y las relaciones Cuba-EE.UU.
Muestra del temor castrista a la probable influencia de EE.UU. en la isla se evidencia en el vídeo tomado al probable relevo de Raúl Castro como Presidente del país, Miguel Díaz-Canel, quien califica al “deshielo” como una maniobra “para destruir la revolución” y que tiene una “intención colonizadora”. Dijo también que Obama intentó “imponer una plataforma de restauración capitalista y neoliberal” en Cuba.
Por eso no es impensable el ataque deliberado para dinamitar el “deshielo” Cuba-EE.UU. Y si fue otro gobierno el autor obviamente contó con la complicidad del MININT.
Otra posibilidad es que fue un intento castrista por perfeccionar la escucha ilegal de los norteamericanos y se colocaron dispositivos más sofisticados y potentes, cuyo manejo inadecuado produjo esos sonidos que a los afectados les parecían “zumbidos” de insectos, o de metales arrastrados por el piso. Pudo también ocurrir que quienes ejecutaron el ataque no tenían idea de la magnitud del daño que iban a causar.
A mi modo de ver, lo peor que puede pasar aquí es que al final de todas las investigaciones no aparezca ningún culpable, ni pruebas concretas de nada, y se aparezca el dictador Castro II proclamando ante EE.UU. y el mundo que, tal y como ya lo había asegurado, su Gobierno nada tuvo que ver con lo ocurrido. Entonces se llegaría a la conclusión de que los autores fueron unos extraterrestres “antimperialistas”.
Pero en ese caso EE.UU. podría retirar a su embajador y el grueso del personal diplomático en La Habana y dejar solo a un cónsul encargado de los trámites migratorios y las visas temporales. O sea, regresar al status anterior a julio de 2015, con una oficina de intereses, aunque el edificio por fuera diga “Embajada de Estados Unidos de América”.
Descartando las fantasías y las pruebas quizás imposibles de hallar, lo cierto es que, o fue un ataque castrista, o de otro gobierno con complicidad castrista, o se manipuló mal la tecnología, o se activaron nuevos artefactos cuya potencialidad real era desconocida para los expertos del MININT. Cualquiera de las tres cosas que haya ocurrido, fue intencional. No cabe la excusa del accidente, aun si lo fue.
Conclusión, que cualquier cosa que haya sucedido, el general Raúl Castro es el responsable, incluso si fueron diminutos personajes verdes con antenas en la cabeza.
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