Literatura. Décima. Ensayo.
Por Mayra Hernández Menéndez
Todo poeta tiene, como es lógico, su forma personal de expresarse. Hay quienes prefieren hacerlo solo mediante el verso libre, y otros —sin dejar a un lado esta vía de comunicación poética— también recurren a las estructuras métricas clásicas, como el romance, la lira, al soneto y, sobre todo, la décima que por «sus rimas repetidas e ingeniosamente dispuestas y por la armoniosa distribución de sus acentos, fue el metro preferido por la poesía popular cubana», al decir de Carolina Poncet y de Cárdenas.(1) De tal suerte, devino «el molde en que se escribieron, improvisaron y cantaron los nuevos temas demandados por la colectividad cubana», como bien afirma Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.(2) No obstante, la insistencia en adjudicarle a la décima el adjetivo popular fue tergiversada al asimilarse con un matiz peyorativo por parte de cierta zona de la intelectualidad cubana, que no ocultó su prejuicio, subestimación o menosprecio hacia esta estrofa, al punto de relegarla a un plano inferior de aprobación e incluso hasta llegar a negarle su valor como poesía, sin tener en cuenta que «como tal puede ser ella misma un poema o puede el poema estar escrito en varias décimas o combinaciones de otras estrofas con ella», según apunta Virgilio López Lemus.(3)
Para estos detractores, decir décima es sinónimo del primigenio repentismo que se apoyaba en temas manidos y buscaba rimas banales y elementales, sin ningún lirismo y con un pobre lenguaje metafórico, al tiempo que sólo le reconocen una «singular característica» (que, por supuesto, en lugar de realzarla, la demerita): el «desagradable y aburrido sonsonete». En detrimento de quienes injustificadamente así piensan, existe un hecho innegable y que en la actualidad es aún más ostensible: la décima —tanto en su vertiente improvisada y cantada, o sea, el repentismo, como la escrita» ha tenido una invaluable evolución y un auge incuestionable en su ya larga trayectoria.
De todos es conocido que esta secular forma métrica clásica tuvo sus orígenes en España y, con posterioridad, fue introducida por los colonizadores en tierras americanas, y de modo muy particular en nuestro país, donde recibió una acogida tal que, con el tiempo, se convirtió en signo de identidad como nación, al punto de que José Fornaris la denominara la «estrofa del pueblo cubano». Y Mirta Aguirre se encargaría de definir la importancia y trascendencia de tal acontecimiento sociocultural, utilizando para ello, precisamente, ese legado hispano, en el que resume nuestra nacionalidad con la mayor sencillez —como ha señalado Waldo González López—, mediante «una perfecta conjunción de algunos símbolos patrios» (4): «Décima es caña y banano, / es palma, ceiba y anón, / Décima es tabaco y ron, / café de encendido grano. / Décima es techo de guano, / es clave, guitarra y tres. / Es taburete en dos pies / y es Cuba de cuerpo entero, / porque ella nació primero / y nuestro pueblo después». En esa eclosión de la décima —que por suerte se ha extendido hasta nuestros días— han intervenido no solo los llamados poetas populares sino también los cultos, y muchos nombres imprescindibles de las letras cubanas así lo atestiguan. Ahora bien, del mismo modo en que este molde estrófico ha tenido que enfrentarse a criterios obsoletos y, por ello, presentarse como «género» aparte, paralelamente se ha minimizado el quehacer decimístico femenino.
En la bibliografía dedicada al estudio específico de la décima se profundiza, de manera analítica, en los poetas que la han empleado con gran sistematicidad o dentro del conjunto de su obra lírica; sin embargo, cuando se trata de las poetisas (5) nada más se mencionan o, a lo sumo, se les dedican breves reseñas encasilladas en el cuestionable acápite de «décima femenina». Entonces habría que preguntar si hay acaso una «décima masculina». Además, por lo general, solo se tienen en cuenta algunas creadoras que desarrollaron su quehacer en el siglo XIX o principios del XX, y muy pocas contemporáneas. Y aún hay más: en las antologías que de esta estructura estrófica se han publicado también aparecen en desventaja numérica. En tal sentido, es bueno recordar que tanto en España como en América Latina hubo (y hay) poetisas que han dignificado el valor de la décima. Bástenos traer a colación tres nombres fundamentales de períodos distintos.
En el siglo XVII hallamos la extraordinaria personalidad de la (tan contemporánea) monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz —la máxima representante de toda esa centuria en nuestro continente—, en cuyas décimas se vislumbran rasgos precursores de la mejor poesía latinoamericana de etapas posteriores, por su maestría formal, el desgarrador intimismo y el dominio conceptual de la palabra, no sólo por su significado sino, de igual modo, por la emoción que expresa o logra sugerir.
De la España decimonónica es la gran poetisa Rosalía de Castro, quien nos legara la décima-romance, y cuya obra, en general —de acuerdo con el criterio de Ángel del Río— «rebasa (…) los límites de la literatura gallega. Su voz (…) es de las más puras de toda la poesía española en el momento de transición del romanticismo a la lírica contemporánea, y es asimismo de las que más influencia tuvieron en algunos poetas jóvenes del modernismo».(6) Y en nuestro siglo XX que ya casi finaliza tenemos a esa inmensa e inigualable Violeta Parra, «cantora americana de todo lo chileno, chilenísimo y popular, sudado y ensangrentado», como la definiría Pablo de Rokha, (7) en cuyos versos se respira el aire del folclor andino.
Cuba, por supuesto, no se ha quedado a la zaga con relación al discurso femenino en la décima. Es cierto que si comparamos —solo desde el punto de vista cuantitativo— el quehacer de los poetas del siglo XIX con el de las poetisas del mismo período, resalta un desnivel, quizás motivado por el panorama discriminatorio que ha recaído sobre la mujer —especialmente en aquellas que «osaban» dedicarse a las letras, salvo algunas excepciones— desde tiempos inmemoriales. Tal desigualdad, como es obvio, tendría que repercutir en su desarrollo creador y, por tanto, en su proyección social. Ahora bien, a pesar de esa desfavorable circunstancia, es innegable que en la historia de la décima en Cuba no se puede soslayar la existencia de un apreciable número de poetisas que la emplearon, a lo mejor no con todos los valores que predominaban en la lírica masculina de ese momento (y esto lo digo a tenor de algunos criterios falocráticos, aunque considero que asimismo es un aspecto discutible), pero sí con un peculiar sello distintivo y, sobre todo, con una gran sensibilidad. El primer ejemplo que encontramos se remonta al siglo XVIII: la Marquesa Jústiz de Santa Ana, quien en 1762 da a conocer su «Dolorosa expresión en métrica», en la que lleva a veinticuatro décimas el «Memorial» remitido por las mujeres de la Isla al monarca Carlos III, para protestar ante la actitud asumida por los soldados españoles que capitularon frente a la toma de La Habana por los ingleses y, al mismo tiempo, elogiar a los criollos en la defensa de la ciudad. Son estrofas muy simples, sin grandes valores literarios, y su propia condición de memorial —como ha expresado Virgilio López Lemus— «le resta fuerza de relato (aunque esté presente lo anecdótico), y también disminuye el lirismo», (8) pero su principal mérito radica en que «es, históricamente, quizá la primera elegía civil cubana escrita en décima», acorde con el criterio de Adolfo Menéndez Alberdi. (9) El Camagüey decimonónico fue la cuna de la figura cimera de la poesía escrita por mujeres en esa centuria: Gertrudis Gómez de Avellaneda. La Tula —tal vez por haber vivido largos años en España hasta su muerte y donde creó la mayor parte de su obra—, estuvo alejada del auge que ya desde entonces tenía la décima en la Isla; de ahí que no haya sido muy pródiga en el empleo de esta estrofa. Sin embargo —según ha aclarado Mary Cruz, la más dedicada estudiosa del quehacer avellanedino—, al menos se le conoce una muestra —que no se incluyó «en ninguna de las tres ediciones de sus Poesías, hechas en España, en vida de la autora— con la que culmina un poema titulado «A la luna», que fue publicado en el No. 22 de la revista granadina La Alhambra, en noviembre de 1839.(10) Se trata de una estrofa escrita a la manera de un epitafio y dirigida a su gran amor Ignacio de Cepeda, ese mismo año, temiendo cercana su muerte (lo cual, por fortuna para nuestra literatura, no sucedería hasta 1873): «–Del cielo tuvo al nacer / la que aquí descansa quieta / con un alma de poeta (11) / un corazón de mujer. / Por eso del padecer / agotó la copa amarga / y no fue su vida larga, / que en florida juventud / depuso en este ataúd / de la existencia la carga». Además, la Avellaneda —apunta de igual modo la investigadora— escribió doce enésimas que demuestran su dominio del octosílabo, así como tres undécimas. (12) En torno a ambas «modificaciones» que hizo la insigne poetisa, Regino E. Boti señala que, para resarcir «a la décima de la pérdida de un verso, introduce una pequeña variación en la rima y termina la estrofa con un pentasílabo, por lo que la hace constar de once versos».(13)
En otro orden, a esa propia centuria pertenece una vivaz improvisadora que «fue, al parecer, una afortunada cultivadora de las décimas, muy conocida en su tiempo. Casi podría darse por seguro que con Juana Pastor comienza la poesía femenina del siglo XIX a la vez que Cuba obtiene su primera poetisa de savia popular», en opinión de Mirta Aguirre.(14) Entre otras destacadas figuras femeninas que se acercaron a la décima, con más o menos profusión, en el mismo período y hasta principios del XX, están: Sofía Estévez, Luisa Pérez de Zambrana, Julia Pérez Montes de Oca, Ursula Céspedes de Escanaverino, Adelaida del Mármol, Aurelia Castillo de González, Domitila García de Coronado, Mercedes Matamoros, Nieves Xenes y Dulce María Borrero. Ya avanzada nuestra centuria, nuevas creadoras se suman a las anteriores, pero con otras peculiaridades formales, estilísticas, lingüísticas y de contenido, que redundan en un mayor nivel cualitativo. Y sobre ellas es donde se nota la ausencia de detalladas valoraciones por parte de los estudiosos de la décima.
En esta etapa no se pueden dejar de mencionar a tres grandes nombres no solo de la poesía escrita por mujeres en Cuba, sino en el ámbito de las letras latinoamericanas contemporáneas, en cuya obra ocupa la décima un lugar cimero, enalteciendo sus valores. Ellas son: Serafina Núñez, Carilda Oliver Labra y Rafaela Chacón Nardi. Otras poetisas de indudable prestigio han abordado igualmente esta estrofa en ocasiones, pero sin restarle importancia, como, por ejemplo, María Villar Buceta, Mirta Aguirre —quien prefirió usarla en su quehacer para niños, por la alta significación que le confería a esta literatura y Fina García-Marruz.
De entonces acá, a lo largo y ancho de la Isla las voces han ido enriqueciendo, con bríos renovadores, el ya desarrollado panorama de la décima. La nómina es extensa; de ahí que nada más citaré a algunas que, actualmente, se deben tener en cuenta para futuras antologías. Las Tunas es una provincia pródiga de buenos decimistas. Desde Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, hasta nuestros días, muchos son los poetas tuneros que en su obra han incluido esta estrofa. Y como era de esperarse, no podía faltar el aporte de las poetisas, con una amplia representación de gran calidad, como María Liliana Celorrio, Reina Esperanza Cruz Hernández, Amparo Ramírez Alarcón, Marta Pérez Leyva, Ana del Carmen Pérez Batista, Hermeides Pompa Tamayo (ya fallecida), y entre las más jóvenes Niurbis Soler Gómez, Diana Cervantes y Nuvia Estévez, a quien pertenece esta décima en la que alienta el tono irónico, con el consciente empleo de adjetivos «denigratorios» hacia las propias «Mujeres» (tal es su título): «Pérfidas somos, astutas. / Hechiceras y falaces, / sigilosas y voraces. / Trapaleras, diminutas / alimañas. Prostitutas. / Endiabladas, veleidosas, / indomables, caprichosas. // Y el hombre sabio agoniza; / si faltamos va de prisa / al suicidio. // Somos diosas».
En Ciego de Ávila también cultivan la décima algunas voces femeninas, con altos valores; entre ellas se hallan Carmen Hernández Peña, Ileana Álvarez González, Vivian Dulce Vila y, en particular, Elsa Burgos Alonso.
De Cienfuegos es Lourdes Díaz Canto, sobre cuyas décimas ha dicho Orta Ruiz «que se caracterizan por un tono delicado, auténticamente poético» (15), lo que se corrobora en este ejemplo: «La tristeza me convida / a que tomemos un trago. / Tristeza invita, yo pago, / y brindamos por la vida. // La tristeza no se olvida / de volverme a convidar. / Yo me olvido de pagar / y así desarmo a Tristeza, / que se aleja de mi mesa / buscando a quién invitar». Matanzas es otra provincia donde mucho se ama la décima y un estimable número de sus poetisas la escriben, como son los casos de Yolanda Brito, en Jagüey Grande, y las martienses Maricela Muñoz Madruga, Adabys Aguirre Pérez, Mayki Fuentes Domínguez, María Josefa Acosta Martínez y Eva Torres Díaz. De esta última es la siguiente estrofa signada por un elevado vuelo poético y un lenguaje que, en su sencillez, demuestra un logrado nivel metafórico: «Dejas la casa. Lo triste / es el silencio, esa extraña / sombra, espía de la hazaña, / que de penumbras reviste / los rincones. Hoy se viste / de absurdo aquella quimera / y en el sopor de la espera / deja su huella profunda. / La pena que me circunda / si arrancármela pudiera”. Dos jóvenes de La Habana y Ciudad de La Habana, respectivamente, son sólidos ejemplos de la nueva hornada de poetas (y utilizo aquí el término genérico) que han brindado nuevos bríos a esta estrofa. Son ellas: Elizabeth Álvarez Hernández y María de las Nieves Morales Cardoso —quien obtuvo Mención en el I Concurso Iberoamericano de la Décima (2000)—. A la primera pertenecen estos versos en los que aflora un lacerante desgarramiento de su contradictorio mundo interior: «Crecí con los labios llenos / de fantasmas y torpeza, / una líquida sorpresa / en los párpados ajenos. // Crecí cerca de los truenos / rompiéndome por pedazos / y armando luego mis pasos. // Crecí tan adolescente / que a veces odio a la gente / y me defiendo a zarpazos». María de las Nieves, a veces asume el tono erótico matizado por un lenguaje pletórico de recursos poéticos, como la anáfora en la décima que citaré a continuación, para dar mayor connotación emotiva a ese encuentro amoroso que la marcó definitivamente, recreado con un poder de síntesis tal, que omite los verbos (únicamente dos formas verbales emplea), pues la acción se manifiesta mediante sustantivos y adjetivos que la sugieren, con un hondo lirismo: «solo octubre y el oscuro / sabor de la brevedad. / Solo el salitre y mi edad / cercándote, sin apuro. / Solo el mar, la noche, un muro, / solo marzo y un hotel. / Solo Silvio, Joan Manuel, / un manojo de horas sueltas / y una ciudad que da vueltas/ entre tu ausencia y mi piel». En la Habana, asimismo, recurren a la décima, con grandes logros, otros nombres: Encarnación de Armas Medina (Premio «Cucalambé», 1994), Ana Núñez Machín, Esther Trujillo García, Felicia Hernández Lorenzo, Gisela Rizo Rizo y Margarita Selene Perera de Armas, por solo citar algunas, en tanto que en la capital, aunque en minoría —y aun sin ser todas habaneras, pero sí residentes en la misma—, igualmente sobresalen en este ámbito poético: Magaly Alou, Teresa González Reina, Anilcie Arévalo, Nancy Robinson Calvet, Olga Lidia Pérez y Lorena Martínez. Mención aparte merece una finísima poetisa que ya se hace sentir en el discurso femenino en la décima y se ubica entre sus mejores exponentes en toda la Isla. Me refiero a la pinareña Nieves Rodríguez Gómez. En 1990 se le confirió el Premio «26 de Julio» por su decimario Días de naipes —que también fue seleccionado en la primera convocatoria de la Colección Pinos Nuevos, en 1994, y publicado ese mismo año—, al que pertenecen estas dos estrofas que dan rienda suelta a un descarnado lenguaje metafórico: «Mi vientre en arco tendido / lanzó a la vida una flecha, / no sé por qué suerte estrecha / la misma flecha lo ha herido. / ¿Quién pudo haber advertido / el curso y la trayectoria / de la flecha? Mi memoria / desconoce el derrotero. / Yo solo fui vientre hondero / que le disparó a la historia. // Ya sé que de mí no viene / y que a través de mí vino, / que voy temblor de camino / del hilo que lo sostiene. / ¿Quién una flecha detiene / si corre cortando aliento? / Le di hogar, le di alimento / y amor le di sin contar, / pero no le pudo dar / nada de mi pensamiento».
No es mi intención, en estas breves páginas, agotar un tema que, de hecho, amerita mayor espacio.(16) Sí quisiera hacer énfasis en un aspecto en cierto sentido polémico. La gran mayoría de las poetisas-decimistas (17) son poco conocidas (e incluso hasta desconocidas) por los estudiosos de esta estrofa, ya que no han podido publicar sus textos reunidos en un libro (lo que las sitúa igualmente en desventaja con respecto a sus colegas masculinos). Algunas en menor medida, han tenido la oportunidad de incluir décimas en poemarios (18) que ya han visto la luz, pero otras se mantienen todavía inéditas (no por voluntad propia, por supuesto, ni por ausencia de calidad). De acuerdo con la información que poseo hasta el momento, nada más tienen decimarios publicados Carilda Oliver Labra (Tú eres mañana, 1979), Encarnación de Armas Medina —quien ha navegado con mejor suerte: Tengo un ala (1981), Beso que desata luz (1994) y Abril no tiene la culpa (1998)—, Ana Núñez Machín (Desde el amor, 1986), Felicia Hernández Lorenzo (Con irreverencia y gratitud, 1990), Gisela Rizo Rizo (La lluvia y tú, 1991), Nieves Rodríguez Gómez (Días de naipes, 1994), Tomasita Quiala (¿Qué quién soy? La novia de Canarias, España, 1996), Rafaela Chacón Nardi (Mínimo paraíso, 1997), Esther Trujillo (con dos: De Madruga viene el canto, 1998, y Donde el amor perdura, 2000, ambos en Miami), Elizabeth Álvarez Hernández (El cuerpo prometido, 2000) y Serafina Núñez (Rosa de mi mansedumbre, 2000). Asimismo, están en proceso editorial los decimarios de Eva Torres Díaz, Vivian Dulce Vila y Blanca Blanche Hernández (en Matanzas, Ciego de Ávila y Cienfuegos, respectivamente), en tanto que Nancy Robinson Calvet, en 1998, publicó en la ciudad de Manerbio, Italia, una novela en décima: Las desventuras de Joaquín Huerta. Como ya dije antes, muchos son los nombres que en la Isla fomentan el cultivo de la décima, y no exclusivamente aquí, pues podríamos hablar de las escritoras cubanas «de la otra orilla»— o sea, de aquellas que, por una u otra causa, decidieron radicar en Estados Unidos, pero tienen sus raíces en nuestra tierra—, quienes, empleando aún la décima tradicional, espineliana (pues, como es obvio, desconocen los aires renovadores que los cubanos de acá le han insuflado a la estrofa), muestran una diversidad temática que va desde el amor (como, por ejemplo, Pura del Prado, Ydilia Jiménez y Carmen Rosa Borges), la naturaleza (en el caso de Blanca Domínguez), lo religioso (Vivianne Alegret), hasta los estados emotivos que desembocan en la patria añorada con nostalgia, independientemente de los credos políticos (entre las que se hallan Hortensia Valdés, Hortensia Murillo, Ángeles Ponzoa, Tula Martí y Herminia D. Ibacetea). Lo singular de estas creadoras es que denotan un dominio cabal de la estrofa y constituyen también una prueba fehaciente, por un lado, de la larga tradición decimística en Cuba —que incluso se mantiene en la distancia— y, por el otro, del amplio quehacer femenino en la décima de las dos orillas. Tanto unas como otras son portadoras de un estilo propio y un modo de enfrentar, en sus versos, la realidad, el entorno, las preocupaciones cotidianas, los estados emotivos, en fin, su mundo interior. Y un aspecto muy significativo es que, por estas mismas razones, siempre resalta la diferencia entre ese discurso poético y el masculino, no porque uno sea mejor o peor que el otro, sino por esa impronta que se descubre en algún detalle, cierta palabra, una sutil expresión. No podría concluir sin mencionar el importante papel que desempeñan las poetisas improvisadoras en el esplendor de la décima (que augura elevarse aún más con la llegada del nuevo milenio). Incluso también en desventaja numérica con respecto a sus colegas masculinos, hay mujeres que engrandecen el repentismo, tsl lo confirman: Vitalia Figueroa (fallecida), Tomasita Quiala, Esther Trujillo, María del Carmen Prieto, Elia Rosa Borges y Tomasita López, entre otras. Puedo afirmar que no nada más las poetisas aquí citadas, sino todas las que, aun en la ineditez, continúan poniendo en alto los valores de la décima en Cuba, atestiguan la existencia de un fuerte discurso femenino en nuestra estrofa por antonomasia, a la vez que constituyen un testimonio de la vigencia de este molde poético que tanto ha aportado a la cultura nacional e incluso de Iberoamérica.
Notas
1 Carolina Poncet y Cárdenas: Investigaciones y apuntes literarios, selección y prólogo de Mirta Aguirre, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1985, p. 16.
2 Jesús Ortega Ruiz: Décima y folclor, Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1980, p. 38.
3 Virgilio López Lemus: La décima. Panorama breve de la décima cubana, Editorial Academia, La Habana, 1995, p. 1.
4 Waldo González López: “Sobre Juego y otros poemas de Mirta Aguirre”, en su libro de ensayo Escribir para niños y jóvenes, Editorial Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1983, p. 45.
5 En torno al tan llevado y traído uso distintivo de los sustantivos poeta y poetisa, Mirta Yáñez afirma: “Muchas creadoras se ofendían —y aún se ofenden— de oírse llamadas así y preferían adoptar el apelativo aparentemente dignificado de «poeta», por estimar la palabra poetisa como alusiva a lo menos estimable de las elucubraciones poéticas (…) Por todo ello, este sustantivo en correcto español —que, como toda palabra del lenguaje en uso, porta contumaces cargas positivas o peyorativas extras, recibidas de sus contextos históricos— fue rechazado con mucha virulencia por las mujeres dedicadas al ejercicio poético”. Y más adelante añade en una nota al pie: «El antiguamente muy usado vocablo poetisa cayó bajo sospecha no solo por nacer subordinado al elevado “poeta”, sino porque la forma isa da idea de espurio, de segunda categoría. Entonces, cuántos “poetisos” no ha acogido con benevolencia la universal historia de la literatura? Mi opinión es que, a estas alturas, debe reinstalarse con dignidad el término poetisa¸ como pareja genérica —a su mismo nivel de intencionalidad— de poeta”. (Cf. Mirta Yáñez: «Poetisas sí», introducción (e inventario) a Álbum de poetisas cubanas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1997, p. 11). Independientemente de cualquier argumentación en contra de este criterio, lo comparto, por considerarlo válido y acertado; de ahí que lo asuma en este trabajo para referirme a las poetisas.
6 Ángel del Río: Historia de la literatura española, t. II, Edición Revolucionaria, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 306.
7 Pablo de Rokha: Prólogo a Décimas de Violeta Parra, Casa de las Américas, La Habana, 1971, p.12.
8 Virgilio López Lemus: Décima e identidad. Siglos XVIII y XIX. Editorial Academia, La Habana, 1997, p. 23.
9 Adolfo Menéndez Alberdi: La décima escrita, Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1986, p. 265.
10 Mary Cruz: “La décima en Gertrudis Gómez de Avellaneda”, en La luz de tus diez estrellas. Memorias del V Encuentro-Festival Iberoamericano de la Décima, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1999, p. 52.
11 También Gertrudis Gómez de Avellaneda, a pesar de sus indudables méritos literarios, tuvo que soportar la desigualdad que, con respecto a la mujer —como ya apunté antes—, signó la etapa que le tocó vivir. Por eso, en este verso no se autodefine poetisa, sino poeta, por considerarse con similares condiciones y a igual nivel (e incluso mayor en algunos casos) que los hombres, aunque quizás lo hizo por el prejuicio (a lo mejor no reconocido) hacia el sustantivo femenino. (Sobre este tema, remito a la nota 5 de este trabajo.)
12 Mary Cruz: Ob. cit., pp. 53-54.
13 Regino E. Boti: Crítica literaria, selección, prólogo y notas de Emilio de Armas, Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1985, p.40.
14 Mirta Aguirre: “Alusión a la poesía”, en Lyceum, No. 26, mayo de 1951, p. 73.
15 Jesús Orta Ruiz: Carta-prólogo a «En la voz del viento», decimario inédito, de Lourdes Díaz Canto.
16 En mi ensayo Hombres necios que acusáis… (Estudio sobre el discurso femenino en la décima en Cuba), analizo la obra de ochenta y seis poetisas-decimistas de toda la Isla, desde el siglo XVIII hasta nuestros días, y menciono alrededor de cien nombres (también entre las que escriben décimas o las improvisan). Asimismo, en mi otro libro que aborda este tema sobre las poetisas que escriben décimas para niños: Recado para Jonás, donde incluyo a veinticinco. No son, ni pretenden serlo, libros definitivos, pues, claro está, la nómina de creadoras no se limita a las que en ambos aparecen (aún quedan otras por «descubrir». Exclusivamente persiguen el objetivo de demostrar la presencia de un sólido discurso femenino en la décima, en los dos casos, y la vigencia de la estrofa, como su relevancia en el contexto de la mejor poesía cubana contemporánea.
17 El poeta, ensayista y crítico Waldo González López —en sus diversos artículos y ensayos dedicados a esta estrofa— emplea el término compuesto (poetas-decimistas) para diferenciar a los que en su quehacer también escriben décimas, de aquellos que no lo hacen y, además de los poetas improvisadores. Me parece válida esta variante nominal. Por eso (al igual que aclaré con respecto al sustantivo poetisa) la utilizo en este ensayo.
18 Como ya apunté al inicio, tradicionalmente se ha separado a la décima del concepto de poema, lo que ha implicado que en los concursos literarios se convoque a la primera como “género” aparte y no como Poesía. En este error han incurrido tanto los defensores de la estrofa (para darle la relevancia que en verdad tiene), como sus detractores (por subestimar sus valores), pero, sin dudas, lo cierto es que, ante el avasallador e incuestionable auge de esta singular forma métrica, ya resulta necesario y hasta imprescindible mantener tal “escisión”, porque ha devenido una vía de promover a los buenos poetas (influyendo a las mujeres, como es lógico) que también (y tan bien) escriben décimas.
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