Literatura. Crítica.
Por Angel Velázquez Callejas…
No puedo decir que Gayol es un narrador híbrido a secas, que superpone géneros literarios para narrar lo que imagina. Más bien su impulso narrativo posee una hibridación poética en la cual la distinción de géneros se mueve en la superficie de cada relato para dejar constancia del amplio espectro en que cada imagen se desenvuelve con auténtica libertad. Este es un narrador único, un mago literario: con el engaño de desdoblarse en estilos y géneros atrae y encanta: tiende una trampa. Sin darse cuenta, de repente el lector es trasladado como por arte de magia a un estado onírico donde comienza a “vivenciar” la película que alguna vez pasó por su conciencia. Comienza a ver cada una de las metáforas e imágenes revoleteando en la conciencia como recuerdo de sí. Este libro activa un estado de recordación desde el cual el lector entra en contacto con su realidad más profunda.
Como no soy dado a las presentaciones tradicionales, tengo la libertad de crear una síntesis sobre el contenido de este poderoso libro. Obviamente, aquí todo, en cuanto a técnicas y estilo, puede comprobarse mediante la lectura. De manera que propongo mirar de frente al narrador, al espíritu narrativo. Averiguar si Manuel Gayol con este y otros libros anteriores ha despertado la conciencia del narrador absoluto, inmerso en la imagen y la metáfora. Y me atrevo a afirmar algo que puede sorprender a todos: aun cuando en la narrativa cubana el yo narrativo, el testigo literario, está amenazado de muerte por quienes piensan más en la forma, el género, la técnica y el lenguaje literario, Gayol reaparece en la palestra para darnos una lección imaginativa de cuán vivo está en él el que mira y observa desde la distancia, libre y sin compromiso.
VISTA: Manuel Gayol Mecías, Ivette Fuentes y Ángel Velázquez Callejas durante la presentación
Gayol Mecías ha hecho de esta crónicas marjianas un artificio de la imaginación, lo que George Gurdjieff consiguiera con los relatos de Belcebú a su nieto: contar para comprender, narrar para crear conciencia de que la vida pasa también por una imagen literaria. Todo lo que se lee en este libro se decide en la forma como lo mira ese observador. Lo primero es que Marja, protagonista esencial de los relatos, encarna al observado desprejuiciado, separado de la realidad por el poder de la observación cristalina.
Dicho esto, tengo la sensación de haber captado el espíritu literario que encarna Manuel Gayol Mecías. Y quiero desenmascararlo brevemente. Por supuesto, no tengo que inmiscuirme en los asuntos de su vida privada para saber que este humano y amigo aspira a la concreción de un “espíritu libre”, a lograr una “conciencia desmitificada” respecto al discurso oficial de la tiranía en Cuba. Noto en su proceder artístico-narrativo una mística de la superación. Su vida como narrador y pensador lo prueba.
Lo que tengo que decir sobre este libro, Los artificios del fuego, sonará quizás exagerado ante el pensar miope. Por la melodía de cómo están narrados los relatos, dos veces fui impulsado a leerlos, quizás por un sádico proceder de convocatoria: este es un libro que, en sentido general, nos emplaza a precisar ontológicamente una observación diferente sobre la problemática sociopolítica en Cuba. Nos pilla, nos pone entredicho y nos acusa con una profunda sutileza y humildad. Para nuestra incomprensión, no deja vivos a los ídolos en el crepúsculo. Como todo un maestro de la narración, Gayol pulveriza las artimañas de la dictadura castrista, de esa cotidianidad que solo Marja, protagonista del libro, puede metaforizar en plena libertad.
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