Otro logro en Cuba: casas de barro y flan sin huevos

Literatura. Política. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones

Casa de barro, en Boconó, Estado Trujillo, Venezuela. Esto es a lo que podrían aspirar ahora los cubanos. Foto tomada de Wikimedia Commons.

Luego de “inventar” la agricultura hace casi 11 mil años, los humanos dejaron de ser nómadas, se asentaron en lugares fijos y, desde entonces, a la necesidad imperiosa de alimentarse se sumó la de tener un techo, un lugar privado para vivir en familia.

Surgieron así las primeras viviendas, muchas de ellas construidas de barro como las levantadas por los sumerios en la antigua Mesopotamia, pues carecían de bosques y de piedra.

Llamadas bajareques, bareques, fajinas, o con otros nombres, civilizaciones autóctonas de América también las construyeron, entre ellas los mayas, los aztecas y los chimúes. Estos últimos construyeron toda una gran ciudadela de barro llamada chan chan, en el actual Perú, hace unos 5500 años. En general, esas viviendas eran construidas con palos o cañas entretejidos y recubrimiento de barro.

Las aldeas fueron dando paso a las primeras ciudades, como Catalhoyuk (actual Turquía, 7500 a.C), Uruk (Iraq, 5000 a.C) y Argos (Grecia, 5000 a.C). Con viviendas ya no solo de barro, sino también de piedra, madera y metales.

Al grano, miles de años después de aquellos albores de la civilización, en Cuba millones de personas, que viven en el “futuro luminoso” prometido por Fidel Castro, no tienen un lugar privado propio para vivir, ni tampoco alimentos suficientes.

Pongo esto sobre el tapete por dos motivos: 1) Manuel Marrero, primer ministro de Cuba, informó que en los primeros ocho meses de 2024 solo se construyeron 5,262 viviendas, de las 13,492 planificadas; y 2) el ministro de Agricultura, Ydael Pérez Brito, acaba de admitir el desplome dramático de la producción agropecuaria desde 2020.

La crisis de vivienda le llegó a Cuba en el ADN comunista

Crisis de viviendas en Cuba. Tomado de Observatorio Cubano de Conflictos.

Empecemos por las viviendas. Desde enero hasta agosto de este año (2024) solo se edificó el 0,4% de los 1,2 millones de viviendas que se necesitan construir en la nación (el régimen miente cuando afirma que solo hacen falta 856,500 inmuebles). A ese ritmo socialista de 657 viviendas mensuales se cubriría el déficit habitacional en el año… 2156.

Y para aumentar ese ritmo tan “revolucionario” de construcción, el premier castrista ha hecho un llamado a utilizar materiales de construcción de cada localidad, pues “no hay cemento ni acero, tenemos que hacer cosas diferentes a partir de la producción local de materiales”, precisó.

Pero quien tradujo del burocrático léxico de Marrero lo que significa “hacer cosas diferentes” fue la directora de Materiales del Ministerio de la Construcción, Delilah Díaz, quien en serio, nada de bromas, dijo que hay que edificar las viviendas con puro barro, “sin utilizar cemento (…) vivimos en un país rico en arcilla (…) hay arena natural, piedras calizas; hay diversidad de recursos naturales (…) para construir”.

Por cierto, ni Marrero ni la sumeria Delilah explicaron por qué, si no hay cemento ni acero, se siguen construyendo hoteles para GAESA, o apartamentos para militares, o para remodelar y ampliar las mansiones de oligarcas, como la realizada al búnker de la infanta (princesa) Mariela Castro.

Lo cierto es que en Cuba, ni resucitando al fenomenal mago Houdini, se podría solucionar la crisis habitacional. Es simple. La crisis habitacional cubana es genética, vino en el ADN del socialismo. En ningún país normal, el Estado tiene el monopolio de la construcción de viviendas, ni de la producción de materiales de construcción. De ello se encarga, a quien le corresponde, al sector privado.

País, en el que se asfixia a la libre empresa, padece inevitablemente crisis de vivienda. Así ocurrió en los 33 países comunistas que ya no lo son. El régimen castrista se jacta de que permite que familias necesitadas construyan ellas mismas sus viviendas. Falso. Eso es parte de la verdad, pero no toda la verdad, pues en Cuba los materiales de construcción únicamente los produce y vende el Estado, o cooperativas mangoneadas y controladas por el Gobierno.

La “Escuela en el Campo”: diez millones de toneladas de cemento

Ni en los años 80, cuando Moscú aumentó los subsidios en unos 1,500 millones de dólares anuales adicionales, el castrismo construyó más de 40 mil viviendas anuales, menos de la mitad de los publicitados planes anuales de 100 mil unidades.

Primary School Nguyen Van Troi, Havana, Cuba. Ilustración tomada de Wikimedia.

Castro I, en vez de dedicar el dinero regalado por el tío Volodia al desarrollo económico, aumentar el tamaño del Producto Interno Bruto (PIB) y el nivel de vida del pueblo para poder aumentar los gastos sociales (viviendas, educación y salud) de forma sustentable y autóctona, lo despilfarró en intervenciones militares en África, intromisión y subversión política en América Latina, y en la construcción de 535 enormes y costosísimas escuelas de tres y cuatro pisos en los campos, que hoy son puras ruinas y  guarida de delincuentes, contrabandistas.

Aquel gigantesco programa de lavado de cerebro llamado “Escuela en el Campo” costó miles de millones de dólares, incluyendo 10 millones de toneladas de cemento, 15 millones de toneladas de combustible, 2,000 ómnibus (Girón), 16 millones de toneladas de alimentos, y todo el equipamiento técnico y docente, uniformes y el cuantioso avituallamiento necesario en general.

Los vividores que usurpan el poder dicen hoy a los ciudadanos: si quieren viviendas, constrúyanlas ustedes mismos con barro, y con las manos, pues herramientas tampoco hay. Y esas sí las tenían los cubanos pobres en la isla cuando en la etapa colonial construían casas de barro.

Congrí sin frijol, ropa vieja sin carne, flan sin huevo, café sin café

Con respecto al empeoramiento de la crisis alimentaria, Pérez Brito admitió que “hoy no superamos las 200 mil toneladas de alimentos producidos”. Eso en un país que solo de arroz necesita 700 mil toneladas para cubrir el consumo nacional y produjo apenas 27,900 toneladas en 2023, y habrá menos en 2024.

La masa de ganado porcino se derrumbó en un 72%, de 96 mil cabezas en 2020, a 26 mil cerdos que además “no están en buenas condiciones”, aclaró el ministro citado. Entre otras razones, porque el país “necesita entre 1,2 y 1,5 millones de toneladas de pienso al año y no superamos las 200 mil”, afirmó Ydael.

La producción de huevos se hundió aún más. De ocho millones de gallinas ponedoras en 2020 que producían entre cuatro y cinco millones de huevos diarios, ahora hay solo tres millones que producen 200 mil. En fin, el inventario completo del desastre agropecuario es inacabable. A eso agréguese la falta de divisas para importar los alimentos que “la revolución” es incapaz de producir.

Ante tan insólita incapacidad castrista-socialista para producir las familias cubanas para matar el hambre y engañar al estómago están inventando platos y postres alucinantes. No importan los riesgos de intoxicación o de males gastrointestinales, pues el hambre y el estrago en el estómago son peores que el riesgo que corren.

Por eso ya hay arroz congrí sin frijoles, sino con hojas de guayaba. Y ropa vieja sin carne, a base de cáscaras de plátano que se hierven y luego con un tenedor se arrancan las fibras que tiene la cáscara por dentro y se sofríen en una cazuela con un poco de sal.

Se toma potaje de semillas de mamoncillo machacadas que se hierven en una cantidad de agua similar a la que se utilizaría para cocinar los frijoles. Hay arroz de col, que se muele y se le pone sal, vinagre, y ¡zas!, listo para el almuerzo.

Se saborean chicharrones de puerco sin puerco. Se hacen de yuca a la que se le pela la cáscara, se le quita la parte oscura (de la cáscara), se hierve, se fríe en aceite, y a comer chicharrones.

También ha surgido el flan sin huevo. Se cocina arroz, se bate con azúcar, se mezcla con pan, y esa masa ya fría se pone en el refrigerador durante tres horas. Y listo el “flan”.

Y el último invento que mencionaré es cosa de ciencia ficción: café sin café. Se hace de “platanillo”, una matica que huele a pimienta y da unas vainas con frutillas pequeñitas. Estas se sacan de la vaina, se secan al sol, se tuestan, se muelen, y a hacerse la idea de que se toma una clásica “tacita de café” criollo.

En resumen, en la Cuba de la “continuidad revolucionaria, en el siglo XXI de nuestra era, no se satisface la segunda mayor necesidad humana desde el período neolítico, ni la de alimentarse debidamente. ¡Gracias, Raúl Castro!

© Roberto Álvarez Quiñones

 

 

 

 

 

 

 

About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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