No/Mirando de abajo

Política. Crítica.
Por Claudio Ferrufino-Coqueugniot

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Roberto Burgos Cantor, escritor colombiano, decía en El Universal de Cartagena, y antes de desarrollarse el plebiscito que dio triunfante al NO, que: “La contenida emoción, la radiante electricidad de sentimientos nuevos, el perplejo estar ante algo cuya dimensión sobrepasa, mostró uno de esos instantes irrepetibles que anuncian un cambio rotundo, el aleteo revivido de la ilusión”. La pregunta está en si algo cambió con los resultados.

No en el sentido que anota el novelista porque ese aleteo ilusionado pervive y no podrá ya detenerse hasta que callen los cañones de todos lados. Entonces ¿dónde hubo equivocación? Santos tuvo la decencia (tal vez debida a su extremo optimismo) de convocar el plebiscito sin obligación de hacerlo. Quería coronar con respaldo popular, no demasiado en términos porcentuales, un proyecto personal que a ratos tuvo visos de vanidad individualista o de cálculo (no sé de qué tipo porque político era muy difícil dada su escasa aprobación). El “pueblo” que es siempre desconfiado y siempre maledicente, habló de “traición”, de “compra”, de “venta”, de búsqueda de un premio Nóbel y sinfín de posibilidades, en su mayoría negativas. Hubo una predisposición a oponerse a un aparente engaño, a otra suerte de emboscada de las fuerzas guerrilleras, casi derrotadas militarmente pero con todavía sustancial número de combatientes e incalculable dinero.

Estaba, además, el factor urbano, ese de una nueva Colombia que se relacionaba con el conflicto desde cierta distancia. La Colombia dinámica, por qué no decir pudiente, para quien la lucha guerrillera era un anacronismo que el tiempo se encargaría de evaporar. Muy diferente a los departamentos afectados por la lucha armada.

Las FARC, al igual que gran parte de la retórica de izquierda en América Latina, habían perdido el pedestal moral con que se inició la lucha de liberación en el continente. La épica, y la lírica, del guevarismo era hasta discordante con estos empresarios, también barbados, que basaban su sustento no en la simpatía que la lucha de los menos contra los más alienta, sino en actividades ilícitas como el narcotráfico que forman parte de un oscuro espectro de destrucción masiva, ultraclasista, vertical y violento, capitalista, imperial y larga lista de adjetivos que debían en teoría formar parte del otro bando. Con los años resultó que la lucha por la sociedad sin clases, que la revolución que destruiría los esquemas de desigualdad del pasado, pasaban a segundo plano dejando en limpio que solo se combatía por el poder. Alcanzado este se abriría el camino a una cúpula poderosa cuyos inexorables designios contarían con la total sumisión de la población a sus actos y sus ideas (de haber alguna), a la usanza de los hermanos Castro, batistianos de corazón y mentirosos en verbo.

No se les dio, ni a Santos ni a Timochenko. Si bien el revés fue por muy pocos votos, los obliga a encarar el asunto de la paz desde otra perspectiva, aquella que no sea ni remolona ni en extremo dadivosa con los, seamos claros, derrotados de la historia. Para que estos Señores (con mayúscula), gordos y rozagantes en oposición al magro Che, puedan tener un lugar en el futuro de su país tendrán que cumplir ciertos requisitos, algunos de los cuales son repararación económica a las víctimas, desintegrar las redes de narcóticos que operan para ellos, aceptar penas de cárcel como las que cumplen (no todos) los asesinos militares y paramilitares y lo que se requiera. De otra forma, vamos al monte de nuevo, opción ya imposible en estas circunstancias.

Los jerarcas de las FARC deben comprender que su inserción con ventaja en la vida política colombiana no es más; tiene costo. Sin necesidad de demonizarlos e imponerles un calvario, tienen que pagar. La tropa guerrillera imagino que estará contenta de terminar la sangrienta parodia y retornar a la vida civil. Será difícil, seguro, pero el paso mayor se ha dado y se ha detenido el solapado intento de los jefes de escapar gratis. Está muy bien.

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About the Author

Nació en Cochabamba, Bolivia, en 1960. Poeta y novelista, ha publicado la colección de prosas breves "Virginianos" y las novelas "El señor don Rómulo", Mención Casa de las Américas 2002, y "El exilio voluntario", Premio Casa de las Américas 2009. "Diario secreto", su tercera novela, ha ganado el Premio Nacional de Novela 2011. Mantiene, desde 1984, columnas periodísticas en diversos diarios del país. Vive desde 1989 en Denver, Colorado.

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