Literatura. Política. Crítica.
Roberto Álvarez Quiñones
El fraude electoral colosal del dictador Nicolas Maduro y sus apandillados fue bien preparado mucho antes del 28 de julio. La propia convocatoria a elecciones fue un gran embuste, como lo fueron las “negociaciones” en México y los acuerdos de Barbados.
Fueron maniobras para, aprovechando la debilidad del presidente Biden, EE. UU. quitase o aliviase las sanciones y liberase a su testaferro Alex Saab, oxigenar la economía venezolana, y aflojar la presión internacional sobre Venezuela.
Lo que pasó fue que el plan sorpresivamente falló y la trampa quedó al descubierto. Falló porque militares con la orden de no dejar que opositores como testigos entraran en los centros de votación no obedecieron. Y María Corina Machado recibió más del 80% de las actas de los centros de votación que muestran el alucinante fraude.
Ya descubierto el fraude, Maduro se atrinchera en el poder porque se siente blindado ante cualquier intento de golpe de Estado. Porque su dictadura no es “normal”. No es igual a las tantísimas habidas en América Latina en su larga historia de autocracias desde los albores de la independencia hace 200 años.
El madurismo ensamblado con el castrismo da Cubazuela
Y ahí está el detalle. El madurismo está ensamblado con el castrismo, la única tiranía totalitaria-comunista en la historia continental. Esa es su tutora, guía y protectora, con miles de cubanos en suelo venezolano como agentes de inteligencia, esbirros “segurosos”, funcionarios políticos expertos en conspiraciones, altos oficiales militares y represores, incluyendo generales y coroneles.
También hay francotiradores y hasta batallones de combate cubanos. Hasta hace poco se sabía que uno de ellos estaba acantonado en Fuerte Tiuna, el corazón militar del país, según la periodista Sebastiana Barráez, especialista en temas militares de Venezuela.
No ha habido jamás autocracia alguna en el Nuevo Mundo con la abrumadora vigilancia y control sobre las fuerzas armadas como la que se ejercen hoy en Cuba y en Venezuela. Es por esa imbricación mutua que muchos hablan de Cubazuela.
La Habana, con su labor de vigilancia y delación dentro de las fuerzas armadas venezolanas, impide que prospere una conspiración militar. Ah, y la seguridad personal del capo Maduro está a cargo del MININT castrista. Incluso hace unos días Díaz-Canel le envió cuatro aviones desde La Habana para reforzar su seguridad personal y la represión contra el pueblo.
O sea, el pueblo venezolano para restablecer la democracia no sólo choca contra Maduro y sus mafiosos, sino también contra la maquinaria represiva, logística, política y de contrainteligencia de la tiranía castrista, la peor en la historia de América. Sin esa injerencia fidelista-raulista militar Maduro habría caído hace rato, como han caído los dictadores típicos latinoamericanos.
Las autocracias militares se arraigaron en Latinoamérica inicialmente como hijas legítimas del caudillismo heredado de España, en hibridación con el caciquismo precolombino, y después en el siglo XX inspiradas con los vientos nacionalistas fascistoides que llegaban de Alemania, Italia, España y Portugal (el “Estado Novo”)
Han sido tantos los dictadores que hay en la literatura latinoamericana un género llamado “Novela del Dictador, con decenas de obras de grandes escritores, incluyendo tres Premios Nobel (Gabriel García Márquez, Miguel Angel Asturias y Mario Vargas Llosa) y un Premio Cervantes (Alejo Carpentier).
Los peores dictadores no entregan el poder por las buenas
Podría decirse que con las dictaduras “normales”, tradicionales, se cumple la frase bíblica de qui in gladio occiderit, gladio peribit, (“quien a hierro mata, a hierro muere”).
Desde el más célebre tirano del siglo XIX, Napoleón Bonaparte (fue hecho prisionero en Santa Elena), pasando por el también célebre Juan Manuel de Rosas de Argentina (1829-1832, y 1835-1852), hasta hoy, los más connotados y sanguinarios “hombres fuertes” latinoamericanos han sido derrocados militarmente, salvo excepciones muy singulares como la de Augusto Pinochet, quien en 1988 convocó un plebiscito para continuar en el poder, convencido de que iba a ganarlo, y lo perdió. Reconoció su derrota y meses después fue electo Patricio Aylwin como presidente de Chile.
La propia Venezuela recibió el siglo XX bajo la dictadura del general Cipriano Castro, quien asaltó el poder en 1899 tras derrocar al general Ignacio Andrade, quien a su vez había derrocado al general José Manuel Hernández.
Cipriano gobernó hasta 1908 cuando fue derrocado por el general Juan Vicente Gómez, quien gobernó hasta su muerte en 1935. En 1952 otro general, Marcos Pérez Jiménez, dio un golpe de Estado (1952) y gobernó hasta enero de 1958, cuando fue derrocado por militares
En el resto de Latinoamérica también han sido sacados a la fuerza los dictadores más letales, como Rafael Leónidas Trujillo (República Dominicana), Anastasio Somoza (Nicaragua), Jorge Videla (Argentina), Gerardo Machado y Fulgencio Batista (Cuba), Manuel Antonio Noriega (Panamá), Jean-Claude Duvalier (Haití), Humberto Castelo Branco (Brasil), Alfredo Stroessner (Paraguay), Marcos Pérez Jiménez (Venezuela), Juan Velasco Alvarado (Perú), Gustavo Rojas Pinilla (Colombia) Jorge Ubico y Carlos Castillo Armas (Guatemala), Juan María Bordaberry (Uruguay) (José María Velasco Ibarra) y Guillermo Rodríguez Lara (Ecuador), Porfirio Díaz y Victoriano Huerta (México).
El “Socialismo del siglo XXI”, engendro del dueto Chávez-Fidel
Sin embargo, la dictadura chavista, incluso por su origen mismo, no es tradicional en el contexto histórico latinoamericano. Hugo Chávez llegó legítimamente al poder en elecciones, luego de fracasar en su intento de Golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992.
Precisamente, yo estuve en Caracas como periodista en octubre de 1992 y escuché una grabación de Chávez desde la cárcel en la residencia de un rico empresario de apellido Godínez, o al menos así me lo presentaron.
Para mi sorpresa, luego de finalizar la grabación repleta de populismo, demagogia y melifluas promesas para el “futuro de la patria”, varios de los venezolanos allí presentes, incluyendo a Godínez, muy emocionados me dijeron: “ese es el hombre que necesita Venezuela”. Y se referían a Chávez como presidente electo y no a otro golpe de Estado. Y así mismo ocurrió seis años después.
Por eso pienso que Fidel Castro hizo a Chávez una “sugerencia” convencido de que “el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”. Le recomendó no acabar con toda la propiedad privada en Venezuela, como hizo él (Fidel) el 13 de marzo de 1968. Enmendar la Constitución y con los ingresos del petróleo y la propiedad privada fuertemente controlada por el Estado la población venezolana no sufriría las penurias de los cubanos, y podría reelegirse, por las buenas o por las malas y “de paso” seguir regalando petróleo a Cuba.
Si Fidel no le hizo esa “recomendación” a su ahijado Hugo, al menos eso es lo que más se parece al “Socialismo del siglo XXI” impulsado por Chávez, y por él mismo, consciente de que la lucha armada era un disparate y la cosa era llegar al poder en elecciones democráticas.
Maduro, un oficial de la inteligencia cubana desde los años 80
Otro detalle importante, cuando Chávez en La Habana estaba a punto de morir, su intención era dejar como sustituto suyo a Diosdado Cabello. Pero su jefe político, Fidel Castro, le “aconsejó” que designara a Nicolás Maduro, por la sencilla razón de que el exchofer de ómnibus urbanos era desde los años 80 un oficial activo de la inteligencia cubana.
Sí, Nicolás fue reclutado en La Habana cuando se nutría de comunismo y subversión en la Escuela Superior del Partico Comunista de Cuba “Ñico López”. O sea, era Maduro el hombre de Cuba en Venezuela, como oficial del Departamento América del Partido Comunista de Cuba, el brazo principal de la red castrista de subversión contra las democracias latinoamericanas.
En cuanto a la dramática crisis en Venezuela se habla de que las negociaciones secretas que sostienen Lula, Petro y López Obrador con la cúpula madurista y con Washington podrían terminar con un acuerdo “Ganar-Ganar”, de reconocer la victoria electoral opositora a cambio de no perseguir ni enjuiciar a los principales jerarcas de la dictadura.
Una huelga general podría causar la necesaria fractura militar
No confío mucho en esos mediadores aliados hasta ayer de Maduro, ni tampoco mucho en una clara y fuerte posición de la Administración Biden. Pero ojalá ese acuerdo se lograse.
Ahora bien, si la oposición política, hoy más unida que nunca, sigue presionando a fondo y todo deriva en una huelga general indefinida que paralice al país, nadie podría ya impedir la necesaria fractura en las fuerzas armadas. Los militares con mando directos de tropas y no vinculados al narcotráfico podrían obligar a Maduro aceptar la derrota.
Claro, puede que todo se desarrolle de forma muy diferente, como casi siempre ocurre. Lo que sí es ya un hecho es que, luego del 28 de julio de 2024, la dictadura en Venezuela está en su fase terminal, como lo está su nodriza castrista.
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