Literatura. Poesía.
Por Amanda R. Pérez Morales…
I
Estoy sentada frente a un corcel
y desde el suelo puedo ver sus cascos
y como sube y como baja las piernas
/porque, ¿quién dice que los caballos no tienen piernas?
El pasto es fresco.
Verde.
El sol intenso, mas no penetra.
Corre una brisa fresca, que mueve mi falda.
El corcel continúa en la fiesta de sus piernas
y come de ese pasto
verde,
verdísimo.
Sólo yo lo miro.
Sé que no es libre.
Sé que eso que observo
que me parece bello,
que me parece puro,
no es más que un acto reflejo.
Una repetición.
Hábito.
Como yo, ya habituada
a escuchar campanas
/y bajar la mirada.
Pero prefiero
/quiero
imaginar en ello la alegría.
Quiero pensar
que si estoy cerca
mi alma se aclarará
/y así el temor disminuye.
El idilio de una naturaleza perdida
hace que no pueda dar el brinco.
Salirme
de la imagen del caballo y el pasto fresco.
De los dientes masticando lentamente.
II
La felicidad se carga en la nuca.
Es un peso
que retuerce.
Sísifo en su agonía.
Máscara de tristeza
que jamás podremos ver.
III
El límite de mi uña.
Carcomiéndose el límite de mi uña.
Creando un espacio,
un momento
/pequeño
donde un poco más de viento
pudiese existir.
Donde un poco más de horas
pudiesen correr.
Ahí
en el espacio carcomido de mi uña
/en el límite
todo fluye.
Ya son las once.
Hora de cenar.
Sacan la vajilla.
La abuela bendice la sopa
y en la esquina hay burbujas
/que crecen
y la envuelven
hasta dejarla flotando,
dando vueltas,
mostrando a todos
su sonrisa de dientes falsos.
Llega al límite del límite.
Ve el vacío.
Sopla hacia el lado contrario
y retorna a las horas que se pueden correr.
A esa extensión
que se da en lo carcomido.
En mi uña.
Como soy Dios observo todo
y muerdo más y más ensanchando el límite.
Como soy Dios puedo sentir sacudidas
ante la burbuja
/que flota
en el punto casi vacuo.
Como soy Dios veo el final de la sopa,
el final de la bendición,
el final de las once,
el paso a la medianoche.
Como soy Dios muerdo y muerdo.
Carcomo y carcomo,
Esperando
/quizás
que ese límite un día me inunde.
Que mi tiempo se consuma.
Pero
a quien crea los límites
los engulle el vacío.
No puede alejar a la burbuja
con soplos constantes.
Simplemente revienta.
Y entonces cae
y se vuelven nada
y se vuelven infinitud.
Yo soy
aquella
desdichada
infinitud.
IV
Si el agua está aquí,
estancada en mi mano izquierda
y por más que separe los dedos
y por más que mueva las uñas
no logra correr,
no desaparece.
Si por mucho que sople,
apenas se mueve.
Y si por mucho que grite
no se esparce el eco,
significa que he cumplido el mandato
que las serpientes despiertan.
Que es tiempo de entregarme.
V
Cuando uno va
directo al matadero.
Cuando uno entiende
la importancia de morir.
Cuando uno deja de pensar
que es necesario vivir
con las pupilas dilatadas y el faltante de aire,
entonces crecerán las flores.
Y aparecerá un jardín.
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