Literatura. Crítica. Promoción.
Por Manuel Gayol Mecías…
Presentación en el Festival VISTA, de Arte y Literatura Independientes de Miami
Este libro tiene el sentido sagrado y sensual del Cantar de los cantares. Hay una luz festiva en sus imágenes, que retoma la sutileza creativa del rey Salomón, cuando aborda la ansiedad del amor aún no realizado definitivamente, pero siempre ahí, en la plegaria de la búsqueda; todo por llegar al encuentro ansiado de dos seres. Este libro, aun cuando es de amor carnal, también es de simbología divina. Los “quince minutos a las plegarias del amor” aluden a los quince escalones del Templo de Jerusalén y ello significa un gran acercamiento a Dios.
La amada está presente en todo el contexto del poeta (muy posiblemente dedicado a su esposa cuando el autor y ella eran novios); el poemario, en su fina grandiosidad, está dirigido a esta mujer que viene a ser como una fuente de lo humano y lo divino para él; es una amada de suave belleza, muchacha despaciosa, sosegada; una amada de calmada imagen, pero que además —se da como sobreentendido— que ella espera con pasión los versos del poeta. Sabia vibración que “derrumba las sombras”. Amada de los confines bíblicos, como si Jerusalén esperara a su poeta y resplandeciera de brillantes colores desde el horizonte.
Y la amada —a diferencia del Cantar de los cantares, en que la novia a veces está presente y le habla a su ser querido—, aquí, en el libro de Tony Cuartas parece siempre estar ausente o encontrarse en la distancia. Necesidad de la lejanía para que se exprese el deseo de la unión; la plegaria del querer ser; es una llamada, un respiro, el escuchar siempre la “Sinfonía fantástica de Berlioz”.
Pero ¿quién o qué es la amada? Estos poemas son un llamado constante a la unión. A la posibilidad de una conjunción espiritual. De este libro, bien ha dicho Armando Añel que es una poesía “intemporal en su universalidad irradiante”. Y lo es porque su tiempo es la vida, todas las eras de este orbe. Es asimismo el amor en su querer abarcar el mundo. El poeta, en su individualidad, traza las coordenadas de su viaje hacia su amada, pero en su visión se percibe la humanidad, el universo y la fe a Dios. Es un quehacer simbólicamente poético hacia dos senderos, que no se bifurcan como en el relato borgiano, sino que se unen: el amor por su novia y el amor por la humanidad. Asimismo podría interpretarse como si su amada fuera la isla en los confines del corazón, o una ciudad perdida en el horizonte inalcanzable; de alguna manera así le corresponde a Jerusalén en el Cantar de los cantares, o a Cuba, en este poemario, en el pleno alejamiento físico del exilio.
Este cuaderno de Cuartas, de dulces y tiernos versos, que es una eterna búsqueda de la realidad invisible, insólita, este cuaderno yace en la mirada que escruta la distancia, como si el mundo fuera un gran libro de deseos; un gran poema que se nutre de la Biblia, de las sagradas leyendas de amores pastoriles. De la imposible verdad que es el amor mismo naciendo en la imaginación del sueño. Esa anchura que tenemos de poder desdoblarnos. Ver en el espejo que detrás nuestro está la amada sonriendo, y más allá, a la distancia, en la plenitud del horizonte, también dentro del espejo, la radiante Jerusalén (¿Cuba?) se va alejando.
Y la amada, para el poeta, es el despertar de todas las cosas. Es el cálido placer de las quimeras. Tony Cuartas se siente complacido, y más que complacido, realizado ante los tranquilos sueños de su búsqueda. Es cuando Ángel Velázquez Callejas se da cuenta de que aquí, en estos poemas de Cuartas, “solo es cierto lo imposible”. “Y esa imposibilidad”, dice Callejas, “ese riesgo humano ante lo improbable, lo lleva (al poeta) a la ascensión del espíritu”.
Toda la poesía de este libro tiende a la suma exquisitez, a la plenitud de la suavidad. Pero, de hecho, es el símbolo del amor de Dios no solo por Sión, sino además por todo el género humano. Las estrofas poéticas de este poemario conforman una intertextualidad muy metafórica del Cantar de los cantares y, al mismo tiempo, se regodea en la atmósfera bíblica de Sión como el culto a la paz, a la unidad y a la libertad. La amada aquí se convierte en Sión como símbolo del anhelo de todos los hombres de buena voluntad; incluso, más allá de considerarse “el anhelo de los pueblos desposeídos y errantes por una tierra segura”, ha pasado a ser el más profundo pensamiento de una ansiada paz espiritual.
En estos poemas, al igual que en el Cantar de los cantares, encontramos un sentido llano y otro alegórico. El llano o literal no es sino el amor, incluso insinuaciones bien sensuales, que expresa el poeta amante por su amada, por su novia, por su esposa, y viceversa: ella por su esposo, digámoslo simplemente así, el sentimiento del amor entre un hombre y una mujer. Pero, a mi juicio, donde más valía alcanza este libro es en su aspecto intertextual simbólico: uso a conciencia de cierta atmósfera legendaria; intercalaciones de términos del Tanaj (conjunto de los 24 libros de la Biblia hebrea; aquello que los antiguos cristianos denominaban Antiguo Testamento); cuenta frecuentemente con elementos sensuales de la poesía pastoril que se identifican con las flores, la belleza del campo y las montañas; otro elemento —que ya mencioné— es el camino de los dos senderos recorrido por el poemario y que es en lo literal el “amor verdadero entre un hombre y una mujer”. Pero el otro sendero, el alegórico, es por su parte la “idea del amor que siente Jesucristo por su congregación de cristianos” (2 Corintios 11:2; Efesios 5:25-31)…
La sensualidad en Quince minutos a las plegarias del amor, de Tony Cuartas, no se traduce en hechos efímeros de palabras que se leen y pasan de largo sin dejar una huella. Estos hechos son pura identificación con el Cantar de los cantares:
¡Oh y qué hermosa eres mi esposa eterna!/ Dormiremos en nuestro lecho y amaremos nuestros/ cuerpos envueltos de bálsamo y olorosas hierbas/ de nuestros huertos.
O si no:
¡Ay!… que todo fue un sueño, mientras tú estás en el/ lecho adónde saltaré en el reposo de mi/ amada que eres tú. Seré tan ligero como el gamo o/ el cervatillo y te abrazaré con mi diestra para/ brindarte mi paladar y sentiré el dulzor de tus/ labios parecidos a la mejor miel
Podría hacerse cierta vinculación de este poemario con el romanticismo, por su constancia de elementos bucólicos (recordemos el parnasianismo); pero asimismo por el acontecer del carácter simbólico de muchos versos en su intertextualidad de sentidos del Cantar de los cantares, y que al mismo tiempo sus cuerdas vibran con la búsqueda de la libertad, que es otra de las cosas que veo se encierra detrás del amor a la amada. En este caso el libro de Cuartas podría también aludir a la búsqueda de una Cuba libre; una Cuba que aun siendo ¿país, nación? o la región geográfica más importante para los cubanos es un símbolo de amor, de nostalgia y sensibilidades de todos aquellos isleños de buena voluntad que ha tenido la diáspora cubana.
Verdaderamente tiene momentos de melosidad, cuando algunos versos se hacen demasiado suaves o demasiado dulzones. Quizás para el gusto de algunos lectores de hoy en día podría parecer un libro hecho con almíbares. No obstante, tendríamos que recordar que toda relación amorosa tiende a estos momentos de excesiva evocación. Y ello, aunque parezca una paradoja, le hace ganar al libro un sentimiento muy humano, debido a sus reiteraciones de lo bucólico y lo divino.
Por otra parte, Quince minutos a las plegarias del amor es un poemario que no puede despegarse; es pura lírica en su atmósfera y en su contenido de la belleza del Cantar de los cantares. Como un resonar de ecos se unifican ambos libros: en su entorno pastoril y campestre y en su suave y fino erotismo. Pero no podemos afirmar imitación alguna, sino transposición creativa intertextual de un hecho cultural histórico y fundamentalmente mítico hacia este tiempo de grandes convergencias, al menos en la literatura.
Cuartas irriga nuestro tiempo con la universalidad de sus versos, que además de aludir al Cantar de los cantares, evoca aquel ambiente de espiritualidad. Y esta resonancia bíblica es un sello de gran valor en cualquier época de esas culturas pasadas. Aún hoy, cuando quizás la cultura de la posmodernidad, de supuesto rezago humanista, parece estarse diluyendo, estos poemas de amor alcanzan su resonancia como ecos de lo divino y al mismo tiempo vibran con sensaciones muy actuales. Cuartas ha sabido identificarse con una de las mejores atmósferas poéticas que nos ha dado la historia de la cultura: el Cantar de los cantares. Ha encontrado las frecuencias y las ha usado sabiamente, como intentando demostrar que su sentir es universal. Y lo ha logrado.
Eastvale, California, invierno de 2015
©Manuel Gayol Mecías. All Rights Reserved