Periodismo. Política. Crítica.
Por Jesús Hernández Cuéllar…
El movimiento proinmigrante verdadero, auténtico, ha trabajado sin descanso para lograr la legalización de familias indocumentadas, y muchos activistas han hecho frente legítimamente a las declaraciones ofensivas de Donald Trump, pero ¿cuán útil es destruir patrullas policiales, y desfilar con banderas mexicanas y camisetas del Che Guevara?
El precandidato republicano Donald Trump ha desplegado una intensa y conocida cruzada contra la inmigración indocumentada, compuesta por aproximadamente 11 millones de personas que viven en Estados Unidos. Sus insultos a esa comunidad, a México, a los musulmanes, a periodistas, a las mujeres y a sus propios colegas republicanos en la contienda electoral, han desatado la furia de mucha gente en este país, al punto de que las protestas callejeras contra el multimillonario aspirante a la Casa Blanca, han comenzado salirse del curso normal, pacífico. A finales de abril de 2016, las manifestaciones en las ciudades de Costa Mesa y San Francisco, California, fueron buenos ejemplos de ello.
Durante los febriles días del debate nacional sobre una nueva reforma migratoria en 2006 y 2007, la comunidad latina fundamentalmente, salió a las calles en defensa de una oportunidad para legalizar su situación. Y desde entonces, grupos radicales encabezados por anarquistas y activistas de inclinación marxista, estropearon el legítimo reclamo de millones de personas que solamente deseaban vivir en Estados Unidos dentro de la ley. El 25 de marzo de 2006, más de medio millón de inmigrantes marcharon por el centro de Los Angeles. El 10 de abril del mismo año, las manifestaciones de apoyo a la reforma se extendieron a 102 ciudades, pacíficamente. La reforma ya estaba casi aprobada. Las dos cámaras del Congreso habían dado luz verde a un proyecto presentado por los senadores Ted Kennedy, demócrata ya fallecido, y John McCain, republicano todavía en el Senado. Los textos estaban en manos de un comité de conferencia bicameral y bipartidista para conciliar los proyectos de ambas cámaras y enviar un solo texto al presidente George W. Bush, para que lo convirtiera en ley con su firma… No hubo reforma migratoria.
El uso excesivo de banderas mexicanas en las marchas y consignas ajenas y hasta ofensivas a Estados Unidos, fueron factores que presuntamente ocasionaron el rechazo a la reforma. El entonces arzobispo de Los Angeles, cardenal Roger Mahony, y muchas otras personas pidieron que se evitara el uso del pabellón nacional mexicano en las manifestaciones. Se supone que se pedía una oportunidad para salir adelante en Estados Unidos. No para formar una nación dentro de otra nación.
En 2007, se produjeron nuevas manifestaciones. El 1 de mayo de ese año, el Parque MacArthur de Los Angeles, fue escenario de un desafortunado suceso, durante una nueva marcha. Un grupo de agitadores infiltrados en el grupo, presuntamente anarquistas, lanzó sillas, palos, botellas llenas de agua y pedazos de concreto a la Policía, la cual respondió de manera brutal contra los asistentes efectuando casi 150 disparos de municiones de bajo impacto a la multitud, indiscriminadamente. Muchas personas resultaron heridas, entre ellas periodistas de cadenas nacionales que cubrían el evento. Fue un hecho horrible. Las demandas contra la Policía y el Gobierno angelino no se hicieron esperar. Los patrulleros no lograron custodiar el evento como lo habían hecho el año anterior, cuando más de medio de millón de manifestantes pasó por el lugar, rumbo al centro de la ciudad. Los anarquistas ganaron la batalla, su batalla, no la de los manifestantes… Ese año, tampoco hubo reforma migratoria.
Por otra parte, no pocos manifestantes vistieron en 2006 y 2007, como ahora, camisetas con el rostro del guerrillero cubanoargentino Ernesto “Che” Guevara, uno de los más encarnizados enemigos de Estados Unidos, y pronunciaron consignas antinorteamericanas.
“El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.”
Las palabras anteriores no fueron dichas por Donald Trump, ni por figuras públicas de extrema derecha como el comentarista Rush Limbaugh o la columnista Ann Coulter. Esas aterradoras palabras fueron parte del mensaje que el Che Guevara envió a la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, Africa y América latina, en abril de 1967, seis meses antes de su muerte en Bolivia. El uso del rostro del guerrillero antinorteamericano en las manifestaciones en favor de la reforma migratoria y en contra de los insultos de Donald Trump, dieron y están dado pie a comentarios inflamatorios de sectores conservadores, en contra de la legalización de indocumentados, y en contra de quienes se oponen a Trump. Así de sencillo.
A finales de abril de 2016, Trump viajó a Costa Mesa para hablar ante una multitud de 10 mil simpatizantes. Fue una oportunidad de oro para el movimiento proinmigrante de ocupar un espacio ante las cámaras, y presentar hechos irrefutables sobre las visibles contribuciones de la comunidad inmigrante a Estados Unidos. Así se planeó, pero no fue posible. Otra vez los provocadores se infiltraron en las filas de los manifestantes. Como si siguieran al pie de la letra el contenido del mensaje del Che, destruyeron seis patrullas policiales. Imágenes de televisión mostraron a un participante que llevaba un cartel con una frase reveladora: “Communism will win” (el comunismo vencerá). ¿Vencedor de la jornada? Donald Trump. El mensaje del movimiento pro-inmigrante auténtico, verdadero, otra vez contra las cuerdas.
¿Ganará Trump las elecciones presidenciales? Muy difícil, según las encuestas. Sin embargo, el punto aquí no son las elecciones. Son los sentimientos antiinmigrantes que se generan inclusive en personas que no simpatizan con Trump, pero que tampoco quieren para Estados Unidos, símbolos enemigos e ideas que ya fracasaron estrepitosamente en otras naciones.
No se trata de política, no se trata de ideologías. Es cuestión de sentido común, mucho más allá de Donald Trump.