Literatura. Poesía.
Por Raúl De Cárdenas.
No acaba de salir el sol y ya repican las campanas,se despierta en un color nunca visto en la mañana
y se oye un resonar de alegrías por las calles arruinadas,
porque finalmente ha llegado en la brisa la alborada
que desde hace tanto tiempo solo era una esperanza.
El pueblo ríe y se abraza, sin saber porqué lo hace,
de las casas los ecos de mil canciones ya se escapan,
con melodías de mil trompetas e himnos de alabanzas
rebotando en paredes por los años desvestidas de pintura
y hay un ajetreo de gentes y de risas en bares y cantinas
al ritmo de mi tierra que insiste que se sienta como nunca.
Ya no hay voces cantando en el silencio del desierto
y las calles son ríos desbordados que estallan en destellos
pues las noches eternas de desvelos, aquella visión
que nunca despertaba del infierno, es ahora diferente
sin misterios, sin esclavos, sin cadenas, sin prisiones
sin palabras, sin consignas, ni discursos que violaban
la callada caricia en la noche de los rayos de la luna.
Del mar han vuelto los vientos y las olas y las velas
y también sin pensarlo dos veces regresó la primavera
y en la blanca arena de la playa ya no hay maderas
que buscaban alejarse al vaivén de la marea.
El blanco de las damas ahora luce aun más blanco
en los lirios que marchaban los domingos de sus manos
y en las imprentas se escucha la cantata de las letras
que cuenta las historias sin temerle a la muralla
que hizo del pensamiento un prisionero solitario.
Ya no hay miedo de decir una oración en voz alta,
ni escuchar desde el altar lo que dice el evangelio,
y de las escuelas se han ido los pañuelos pioneros
que liados como jubos de colores en los cuellos
asfixiaban la inocencia de los niños que aprendían
un mundo a la inversa de lo noble y justo de la patria.
A las ruinas de sus casas han vuelto golodrinas
que un día se escaparon en busca de otros nidos
lejanos y distantes como España, fríos como Alaska,
con parvos y curiosos gorriones escoltadas
a descubrir por sí mismos lo mucho que se contaba.
En un día de tristezas, cuando el son y mil canciones
tuvieron sin remedio que dejar atrás el viejo malecón,
se rompieron sus guitarras, se callaron sus pregones
y en el monte, en vez del trino campesino del sinsonte,
solo hubo una cruel melancolía, amargura y soledad.
Pero ahora ya es distinto pues el son ha regresado
y ha vuelto el Manisero, y también la Bayamesa,
y han vuelto la Engañadora, la bella Guantanamera,
de París, el Caballero, y al Parque Central, la Marquesa,
Rosa La China y Cecilia, Mamá Inés y el Bodeguero,
Celia Cruz con su “azuca”, la Guillot con sus boleros,
Cándido, el billetero, Belén Chacón y Lecuona,
Álvarez Guedes, Pelusa y Olga, la Tamalera,
Pototo con Filomeno y Chicharito con Sopeira,
Pumarejo y su Hogar Club, la guajira de salón,
la Revilla de Camargo, Benny More y su guaguancó,
timbales y tumbadoras en frenetica alegría
de mambo, conga, guaracha, rumba, danzón
porque a aquella pesadilla ya le dijimos adiós.
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