Solemos entrar en tema al cruzarnos con alguien a quien no veíamos desde hace años y que hoy nos cuesta reconocer. Ocurre menos frente a nosotros mismos porque el espejo cotidiano difumina el proceso, pero eso no ocurre con las fotografías, que constatan los cambios sufridos por todos y hacen patente la justeza de algunas sentencias que tal vez, en ese rato, acudan a nuestra memoria. Cualquier variación (siquiera física) será a peor alcanzada cierta edad; “si la vejez iguala, lo hace con crueldad”, escribía el poeta Rafael Pérez, “Como un andrajo en un palo” (Yeats) o “La carne devastada” (Onetti en su libro La vida breve).
Para anatomía y fisiología, “El tiempo es el enemigo” (Ezra Pound), al punto de que también Borges, frente a su biblioteca, se lamentaba “por tener libros que ya nunca abriré”. Se puede ser presa de la tristeza, de la ansiedad o el miedo y, como ocurre a muchos frente a la idea de morir, esforzarse con fortuna dispar en evitar la reflexión sobre la misma a pesar de ser inevitable. No obstante, cualquier proceso que nos sea dado imaginar está cargado de matices, y enfrentarse al envejecimiento con determinado talante puede traer aparejadas ráfagas de serenidad que procuren paz e incluso bienestar por encima de artrosis y arrugas.
Los años a cuestas suavizan las vehemencias, lo cual facilita diálogo y comprensión de lo ocurrido o lo por venir. Quizá las creencias den paso al escepticismo, las dudas abran nuevos horizontes e incrementen la aceptación de una creciente soledad. A la par, asumir discrepancias y limitaciones no implica necesariamente resignación, sino mayor amplitud de miras y la satisfacción por haber llegado donde, con peor fortuna, no habría sido posible. La meta ineludible para cualquiera es terminar, partir, pero entretanto, seguramente resulte útil mimar tanto la memoria para revivir pedazos del alma, como unos olvidos que harán más fácil ese futuro que se va acortando. Algunos se angustian por lo que identifican con el anochecer; sin embargo, y por sobre ocasionales bajones o silencios, convendrá esforzarse en interpretar, mientras el cuerpo aguante, cada puesta de sol como anticipo de un nuevo amanecer.
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