Literatura. Política. Crítica. Sociedad.
Por Carlos Penelas…
Lo disparatado, la trivialidad, las moralejas ingenuas, los genocidios, lo inverosímil de lo bíblico se da en lo político, en la interpretación irracional de la historia, en las falsedades ideológicas, en la vida cotidiana, en el absurdo que nos rodea, en la demencia generalizada. El existencialismo y una mirada libertaria me ayudaron a comprender la teatralidad de las mutaciones.
Esto, y no otra cosa, configuran una sociedad que por lo general no se encamina hacia el intelecto sino hacia lo emocional. De aquí el delirio, el extravío, la imbecilidad, la religiosidad populista, la tradición, la picardía criolla, el mesianismo. Todo junto, entonces. Sectas, esoterismo, el moralismo anacrónico, Pachamama y el Gauchito Gil, el mito de la Nación Católica, los evangelios apócrifos, el Arca de Noé, el cinturón de castidad, los movimientos masivos de rock, las multitudes en los estadios, las cámaras de torturas, lo inquisitorial, las revoluciones cesáreas, la santidad, lo plebeyo y lo sagrado. Desde lo religioso y desde lo militar se fue formando nuestro pasado populista. Entonces la ilusión, la sordera, lo cotidiano, la iniquidad.
No hace mucho, el teólogo alemán, Johannes Baptist Metz, parafraseando a Marx señaló: “El opio de los pobres hace rato que ya no es la religión. Lo es la cultura de los medios de comunicación”. El caballero, no nos olvidemos, fue fundador de la Nueva Teología Política. Vivimos una Argentina concreta, humillada y en decadencia desde hace décadas. ¿Siete, diez? ¿Un poco más? ¿Granero del mundo o culo del mundo? Sin trompetas ni víctimas, por favor.
El Papa Peronista, Francisco, -que seguramente no leyó a Todorov – nos mintió o no leyó bien. Habló, en una reciente entrevista con el diario El País, de “cipayos”. (Cipayo, del persa: soldado indio del siglo XIX que lucha a favor del Reino Unido, Francia o Portugal, secuaz a sueldo). Cuando yo era adolescente recuerdo ese eslogan populista, tercermundista de: “Patria sí, colonia no.” Y también: “Pueblo sí, cipayos no”. Nuestro representante de Dios en la Tierra, del Universo y más allá, fue parte de la agrupación Guardia de Hierro, no nos olvidemos. Bueno, en esa entrevista dice que la palabra “cipayo” figura en el “poema nacional argentino”. O yo leí mal o el Santo Padre o Padre Santo, leyó una versión en arameo. En ningún lugar José Hernández, autor del Martín Fierro, escribe ese vocablo. Pero así son las cosas. Un extravío se monta sobre otro y aquí estamos. Entre arcones, santuarios, fachadas, bombos y conversos.
La decadencia de nuestro país, para redondear, comienza en 1930 con un golpe militar. Luego todo se fue perfeccionando. El populismo, el militarismo, las corporaciones sindicales, el empresariado, los intelectuales del popolo, obispos y arzobispos y patriarcas, monaguillos y patanes, políticos reaccionarios, nos llevarían de a poco a la violencia, al autoritarismo verticalista, a la lucha guerrillera, al nacionalismo patriotero, al saqueo sistemático de lo que fue una nación, al mesianismo. La corrupción no nació con el Banco Ambrosiano ni los prostíbulos son creaciones de Satanás. Esta última década, es banal reiterarlo, es la frutilla de la corrupción. Se robaron todo. Sin profanar a los dioses terrenales o a los episcopus, compañero. Francamente deleznable. Recomendamos leer a Loris Zanatta y a Hans Magnus Enzensberger.
Aquí, señores, nadie pide disculpas de nada. La brutalidad, el cambio de signo, las monstruosas interpretaciones, la borrachera ideológica, la demagogia, la hipocresía, el llamado a los líderes y a los hombres fundamentales, se da con la facilidad de un partido de truco. Y las masas aplauden a Falaris, a Nerón, a Hitler, a Idi Amin, a Mussolini, a Stalin, a Mao o a Castro. De allí a la Guerra Santa, los horrores de Auschwitz, los campos de exterminio en Gulag, el pensamiento único, la religión secular, el maniqueo. Repasemos delicadezas de otro tipo: “Libros sí, zapatillas no”, “Patria o muerte”, “Religión o muerte”, “Socialismo Nacional como manda el General”. Nuestro supremo general -del camarada Perón habló- apoyó a Montoneros sin rubor para luego manifestar que había que “exterminar uno a uno a esos psicópatas”. Y crea la Triple A y decretos para aniquilar la subversión. La sordidez oficial y las burocracias inmovilistas y beatas cumplieron. Los prohombres de una u otra facción estaban limpiando las pelusas de sus uniformes.
La mentira, la impertinencia, la glorificación se da y se ha dado siempre desde el Estado. Y todos los Estados -no olvidemos que el Vaticano es un Estado- actúan con prebendas, con glorificaciones, con mausoleos, himnos, mártires, doctrinas, apotegmas y escándalos. A veces con impericia, otras con imprudencia, siempre con engaños escandalosos. Y la guerra, siempre la guerra como solución. A veces revolucionaria, otras contrarrevolucionarias. Poco importa, resurrección y ascenso, olvido y represión, dogma. Y a cambiar de rumbo según el gobernante de turno, a cambiar de ideología, de pasado, de simbología, de blasfemias. Todo sea por el poder, por el mito, por la destreza política, por la verdad revelada. Y cambiamos retratos, estampillas, fotografías, plazas. “Yo señor, no señor, ¿pues entonces quién lo tiene?” Zurcen un coro nostálgico y jadeante pero Alberto Nisman fue asesinado. Todo viene de aquello: chovinismos, virilidades, monopolios del azul y blanco. Esfumaturas mitológicas, querido amigo, esfumaturas.
Sin pretender hacer en este breve artículo una sociología filosófica podemos observar la falsa retórica, el discurso celebratorio, el carácter moral y dual de una suerte de pensamiento fundamentalista. En nuestro territorio un poco más que en otros. Y al levantar la cabeza descubrimos el mundo, la pobreza inasible, los refugiados, la construcción de muros, barreras de misiles, pantallas mediáticas, campos minados, seres humanos ahogados en el mar, barcazas, seguridades artificiales. Nos distraemos con frecuencia, nos preguntamos por los logotipos de las mercancías, consumos baratos de los despojados. De allí la adicción de los eventos colectivos, los goles de Messi, Federer o Murray, los negociados de la FIFA, la homosexualidad de Julio III, los multitudinarios cortejos fúnebres, el formalismo, lúmpenes con pancartas, el nefasto papel de juventudes adormecidas, cálculos estratégicos, la anomia, los neonazis, la mística de Laclau, la superficialidad, el vacío, el wasap, la falacia institucionalizada, el lagrimón enternecido, maquillaje y heroísmo. Hay tiempo, hay tiempo de sobra. El Vaticano es un claro ejemplo: absolvió a los judíos del crimen de deicidio en 1965. Casi nada lo del ojo… Plaga obscena. Amén.
Algo que nos es fácil olvidar: el pensamiento libertario nunca habló de los pobres, siempre revindicó al proletariado. Parece lo mismo, no lo es. La desesperación, el desarraigo, el drama de los niños en campamentos terribles, la traición, el terrorismo, la crueldad encubierta, el petróleo y un beduino montado en una mula, los rostros borrosos o gastados, terminan por confundirlo todo. “¿Por qué nacimos a esta vida?” se preguntaba Berger. El deseo no conduce a la libertad, la libertad del deseo entonces…
Caro lector: sigo defendiendo la libertad de conciencia y la laicidad. Mi padre solía subrayar: soy librepensador. Y a usted le recomiendo, como aconsejaba mi tío Pedro: “Ajo crudo y vino puro pasan el puerto seguro”.
Carlos Penelas
Buenos Aires, febrero de 2017