No voy a asegurarles que una vez en la edad adulta me haya convertido en espejo de virtudes, porque para ello sería preciso una revisión en profundidad de los comportamientos; demasiado esfuerzo, con el añadido de que ya me veo sorteando los más dudosos para pintarme a conveniencia. Por eso, me limitaré hoy a consignar dos de los hitos -en la infancia uno y de adolescente el segundo- que en su día me hicieron sentir orgulloso, elogiado por los compis y, a partir de ahí, la moraleja.
Siete u ocho años tendría cuando en la estación ferroviaria de un pueblo pirenaico, Queralbs, moví de tapadillo la aguja de las vías: supongo que con el objetivo de ver descarrilar el tren cremallera con destino a Nuria. Creo recordar que fui sorprendido en plena faena, lo que no fue óbice para que aquel conato de atentado me creciera a ojos de los amiguetes, proporcionándome un plus de peligrosidad que debió, siquiera por un tiempo, acompañarme al modo de un aura. En la segunda trapacería -si la primera puede llamarse así y no delito frustrado- estudiaba ya bachillerato en el Instituto y la tienda de delante, en la que los estudiantes entrábamos a comprar desde chicles a cigarrillos Bisonte sueltos, amaneció un buen día bajo llave y con un papel en la puerta que rezaba: ” Cerrada por defunción del dueño”, lo que a las pocas horas se reveló falso. Fue tal el revuelo que decidí confesarme autor a mi hermano, y a él le faltó tiempo para correr la voz y despertar una admiración por parte de los condiscípulos que no cedió, más bien al contrario, cuando el propietario del local, vivito y coleando, exigió al Centro mi expulsión durante unos días. No había sido yo quien escribió la nota, aunque pasara un tiempo antes de confesarlo y es que París (mis amigos deslumbrados) bien valía una misa.
¿Y a qué todo esto?, se preguntarán. Verán: recordé estos hechos en un duermevela, hará pocos días, a propósito de los arrepentimientos. Pensaba si acaso el castigo modificará las percepciones y si, merced a él, se fomenta la rehabilitación, lo que sigue distando de estar claro. Y es que pesa mucho el “¡Mira ése: menudo elemento!”; “¡Con un par…!”.
¿Qué son tres días de expulsión, una dimisión forzada o dos años en chirona, para volver orgulloso, y ni les digo si hay dinerito de por medio en Suiza o Panamá, caso del exministro Soria, promovido ahora a directivo del Banco Mundial? Algo debe compensar el baldón cuando a Matas, Bárcenas o Rato, por un decir, no se les ha borrado del rostro esa altiva mirada. ¿Que no fueron ellos los del “Muerto por defunción” o quienes movieron las agujas para desviar beneficios en su dirección? Pues a la postre, ¡qué más da! La ley por montera y, pasado el chaparrón, ¡a disfrutar con lo pillado! El orgullo del bribón, ya digo. Y a lo que se ve, puede durar más que la adolescencia.
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