Política. Crítica.
Por Jesús Hernández Cuéllar…
Si usted presta atención a las controversias políticas de nuestro tiempo, sin duda alguna, usted ha sido testigo de un fuerte sentimiento antinorteamericano que parece respirarse mucho más allá del Hemisferio Occidental. No sólo ahora, sino desde tiempos inmemoriales.
Las primeras críticas al estilo de vida de Estados Unidos, a la presunta rapacidad de los poderes políticos estadounidenses, y a la supuesta ignorancia de la sociedad norteamericana no se produjeron por la ya casi olvidada guerra de Vietnam, ni por la invasión de Irak.
Según James W. Ceaser, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Virginia, el sentimiento antinorteamericano fue engendrado por intelectuales europeos durante los últimos 200 años.
Ceaser asegura que en medio de una discusión política, el ensayista y padre fundador de Estados Unidos, Alexander Hamilton (1755-1804), que escribía con el seudónimo de Publius, hace dos siglos hizo el siguiente comentario: “Hombres admirados como profundos filósofos afirmaron gravemente que todos los seres vivos, y los seres humanos junto con ellos, se degeneraban en América y que hasta los perros dejaban de ladrar después de respirar nuestra atmósfera.” Esto apareció publicado en The Federalist Papers, una serie de ensayos de varios autores, entre ellos Hamilton, que defendían la Constitución de Estados Unidos, cuando ésta todavía no había sido aprobada.
Más tarde, el poeta alemán Nikolaus Lenau enriqueció esos sentimientos que cita Hamilton con esta expresión: “El americano no sabe nada; no busca nada sino dinero; no tiene ideas.” Esa árida noción del ciudadano de Estados Unidos ha prevalecido hasta hoy en las mentes de mucha gente.
Estas interpretaciones fueron reforzadas por el poeta romántico Heinrick Heine con la bárbara expresión de que Estados Unidos era “una gigantesca prisión de la libertad” donde “la más vasta de las tiranías, la de las masas, ejerce su cruda autoridad.”
A comienzos del siglo XXI, en su libro Aprés L’Empire (Después del Imperio), el francés Emmanuel Todd subraya que “hay una sola amenaza a la estabilidad global en el mundo de hoy: la de Estados Unidos que ha pasado de protector a depredador.” Poco dicen para Todd las amenazas del extremismo islámico con sus coches bomba estallando en cualquier rincón del planeta, y los chantajes nucleares de Irán y Corea del Norte.
La enorme influencia de los intelectuales europeos en el pensamiento político de todo el mundo, hizo el resto.
El cine de Hollywood de los últimos 30 años, con sus escenas de crímenes violentos, policías corruptos, sexo exagerado y lenguaje obsceno, se encargó de ayudar a divulgar la imagen de un Estados Unidos analfabeto y carente de valores, que resulta ajena a la mayoría de los estadounidenses y está concebida así para recibir los beneficios de la taquilla, sobre todo en el extranjero.
Por supuesto, la política exterior de Estados Unidos no siempre — algunos piensan que nunca — ha ayudado mucho a conjurar el inútil encanto del antinorteamericanismo, ni siquiera en los días difíciles de la Guerra Fría, cuando el mundo experimentó el peligro de convertirse en una gran Siberia en manos del imperio comunista soviético.
Ciertas Verdades
Pero en Europa también hay críticas hacia quienes solo parecen tener una visión apocalíptica de Estados Unidos. El analista y escritor francés Jean François Revel dice que “si usted elimina el antiamericanismo, no queda nada del pensamiento político francés, ni en la Izquierda ni en la Derecha.” Lo mismo es válido para el pensamiento político alemán o el ruso.
Muchos creen que esa actitud de los intelectuales europeos es parte de un viejo resentimiento. Europa no podía aceptar en los siglos XVIII, XIX y XX, que una nación fundada por disidentes que huyeron de dogmas religiosos y antiguas fórmulas de convivencia, pudiese independizarse de Gran Bretaña y despegar hasta convertirse en pocos años en el país más próspero y poderoso del planeta.
Por otra parte, las críticas europeas al expansionismo norteamericano, por ejemplo, a la guerra con México (1846-1848), o a la toma de Cuba y Puerto Rico (1898) tuvieron que ver más con el rechazo a una nueva competencia que con principios progresistas.
Es decir, el legendario “imperio donde jamás se pone el sol”, escenario del más grande genocidio que haya conocido el mundo, con millones de indígenas exterminados, ya no pertenecía a Europa. Había quedado bajo la esfera de influencia de Estados Unidos, pero sin amos castigando a las multitudes de esclavos a golpes de látigo.
Tampoco era agradable para el lado oscuro del pensamiento político europeo, un Estados Unidos joven y musculoso, que a un costo de 400 mil muertos y 400 mil millones de dólares, liberó a Europa de su mayor amenaza moderna: la destrucción causada por el nazi-fascismo alemán de Adolfo Hitler. Un Estados Unidos que, además, ayudó a reconstruir Europa piedra por piedra después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Buscaba petróleo?
Confundir los simulacros de tortura aplicados a los prisioneros de Guantánamo con la invención de Internet, o las invasiones militares decretadas desde Washington con los descubrimientos científicos que se hacen en los laboratorios de miles de universidades que funcionan en Estados Unidos, es el camino más corto para no entender nada de este país.
Mitos y Realidades
La afirmación del poeta Lenau de que el norteamericano “no sabe nada” y “no tiene ideas”, no parece compatible hoy día con los experimentos científicos que se hacen en la NASA y en más de cuatro mil universidades norteamericanas, que dicho sea de paso, tenían una matrícula de 20 millones 600 mil estudiantes hacia finales de 2012, según el Centro Nacional de Estadísticas de la Educación. Los estudiantes de origen hispano componían ese año el 15% de esa cantidad.
De esas universidades y otros muchos centros de investigación surgen las decenas de premios Nobel de Estados Unidos en las categorías científicas, los nuevos medicamentos sintéticos, los instrumentos quirúrgicos de rayos gama, las cirugías robóticas y la fórmulas de ingeniería que cambiaron el curso de la tecnología y la calidad de vida del ser humano de hoy.
Asimismo, es muy posible que el popularísimo cine de Hollywood oculte un lado bastante desconocido de Estados Unidos: los 600 teatros profesionales que escenifican un número significativo de obras teatrales en todo el país.
Nada se habla de que las artes sin fines de lucro aportan a la economía de Estados Unidos 135 mil 200 millones de dólares al año, además de su extraordinaria contribución cultural y espiritual. De esa cantidad, 61 millones de dólares corresponden a las organizaciones culturales. Por otra parte, esa industria ha creado 4.13 millones de empleos de tiempo completo en el país, según la organización Americans for the Arts.
Sin duda alguna, los pensadores políticos europeos actuales pasan por alto esas cifras, y olvidan analizar el impacto que han tenido en la sociedad norteamericana las 119.729 bibliotecas que hay en el país, cifra citada por la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos (ALA, por sus siglas en inglés).
Tampoco hablan mucho estos pensadores del desarrollo de la aviación comercial, la exploración espacial, las comunicaciones vía satélite y la invención de Internet, la telefonía inteligente y las redes sociales, que Estados Unidos ha aportado al mundo y que todos ellos usan para lanzar a la hoguera, día tras día, al coloso americano, con una retórica que abruma a esa mayoría atada a sus móviles y a las tabletas electrónicas, como una nueva forma de comunicación.
Mientras tanto, una gran masa trabajadora de América Latina hizo caso omiso de las palabras de los antinorteamericanos que hablan en nombre del pueblo, y emigró a Estados Unidos.
Aquí esos trabajadores se integraron a una nación dentro de otra nación, es decir, a la comunidad hispanoestadounidense. La Oficina del Censo de Estados Unidos señala que esa comunidad está compuesta por 54 millones de personas, con un poder adquisitivo que supera la cifra de 1.3 billones de dólares al año (trillions, en inglés). Esa comunidad mantiene a flote las frágiles economías latinoamericanas con sus envíos de ayuda familiar. Solamente en 2014 se enviaron a América Latina 65.382 millones de dólares por ese concepto, de los cuales 23.645 millones se destinaron a México, de acuerdo con cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Y todo esto mientras el World University Ranking 2012-2013 de Thomson Reuters, informa que de las 20 mejores universidades del mundo, 15 son de Estados Unidos y la primera de América Latina, la Universidad de Sao Paulo, Brasil, aparece en el puesto 158. Sería muy útil para muchos sectores, sobre todo latinoamericanos, estudiar si la obsesión antinorteamericana, junto a los altos niveles de corrupción propios del tercer mundo, son causas básicas del retraso de la región en materia de desarrollo, mientras Asia cabalga a todo galope hacia el Primer Mundo, a donde ya llegaron varios de sus jinetes más avanzados.
Estados Unidos ha lidiado con su críticos más acertados y con los más desacertados a lo largo de toda su historia. No será diferente en el futuro cercano, y nada garantiza que sea de otra manera el día en que la joven nación del norte, se vea obligada a ceder su posición a otra u otras potencias. Por cierto, ¿tiene usted en mente algun sustituto para Estados Unidos?
[Tomado de ContactoMagazine.com]
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