El “hombre-masa” y los medios en Cuba

Periodismo. Política. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones…

Creative Commons. Autor: Jorge Royan.

Los orígenes de lo que hoy se conoce como prensa y su papel de veedora de la realidad cotidiana son antiquísimos.  Ya hace dos mil años, en  la Roma imperial,  las cartas  de Plinio el Joven fueron un antecedente ancestral  del periodismo, pues sirvieron como crónicas que permitieron conocer detalles de la vida romana, así como de la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya.

Claro, fue luego de que Gutenberg  en el siglo XV  revolucionó al  mundo con la imprenta que la prensa escrita hizo propiamente su aparición, con las hojas volantes impresas que describían la vida urbana, rumores, curiosidades,  y daban  noticias. En América la primera hoja volante se vendió en la Nueva España en 1542, y relataba un terremoto ocurrido en Guatemala.  En el siglo siguiente en Europa ya surgieron los periódicos impresos, como el Strassburger Relation en Alemania (1605) o la La Gazette de Francia, (1631),  y otros.

Saltando en el tiempo y aterrizando hoy mismo en nuestra bella isla tropical,  tenemos que los medios de comunicación,  monopolizados por el Estado,  nada tienen que ver con  Plinio el Joven, o  Gutenberg.  Los medios en Cuba no informan, desinforman  deliberadamente para tener amarrado cortico al obediente hombre-masa que demanda todo sistema comunista, o fascista.

El monopolio estatal de los medios de comunicación, y la asfixia del periodismo alternativo independiente,  impiden que los cubanos conozcan su propio país, la mafia político-militar que lo dirige y las causas del cataclismo económico social sufrido. Es simple, la política del Estado no es de la incumbencia de los ciudadanos. Los dirigentes políticos no están al servicio del pueblo soberano, sino el soberano al servicio de un puñado de privilegiados.

Esa “verdad absoluta” oficial (que Marx afirmaba  no existe) establecida por el monopolio mediático  convirtió a los medios de la isla en uno de los tres grandes pilares del  castrismo, junto con los subsidios extranjeros, y el colosal aparato de represión.

Hubo quizás un cuarto sostén en los primeros años de la “revolución”:   el papel de Fidel Castro como gran manipulador, con su encendido verbo hipnotizador. Porque yo pregunto ¿se imagina alguien hoy que Raúl Castro, Juan Almeida, Ramiro Valdés o Machado Ventura con sus pobres y aburridos discursos escritos por otros habrían podido engañar a todo un pueblo, y al mundo,  como lo hizo Fidel?  De ninguna manera, digo yo.

Pero ese factor persuasivo fidelista desapareció hace mucho tiempo. Algunos también alegan que el embargo de EE.UU., convoyado con la “amenaza” de una invasión norteamericana,  pudo haber funcionado unos pocos años como factor movilizador. Pero igualmente hace décadas que los cubanos no se tragan semejante patraña.

La “coletilla  revolucionaria”

Incumpliendo su promesa desde la Sierra Maestra  de que al triunfo de la revolución se iba a restablecer la  libertad de prensa y de opinión,  Fidel lo  que hizo fue instaurar un novedoso sistema de censura, la  “coletilla revolucionaria”.

En diciembre de 1959 ordenó que al final de los artículos periodísticos críticos del gobierno revolucionario, publicados en los medios privados,  se pusiera una nota, o “coletilla”, que siempre terminaba diciendo que el artículo publicado o difundido por radio y TV, “no se ajusta a la verdad”.  Me acuerdo perfectamente de aquellas coletillas.

Poco después Castro estatizó todos los medios de comunicación, en un país que era por entonces el que tenía más periódicos, revistas y aparatos de TV per cápita en Latinoamérica,  por encima de muchos países desarrollados.

El comandante pasó a ser el propietario de los medios, incluyendo la TV, de la cual  hizo un uso político nunca antes visto.  Por la TV tomó graves decisiones políticas, como  la destitución del presidente Manuel Urrutia, en julio de 1959.

Si no me conviene, es mentira

Desde entonces los medios estatales no se basan en el  principio martiano de que la palabra es para decir verdad, sino  en uno enunciado por el filósofo  norteamericano  William James: “Solo es verdad lo que me es útil”.   Para la prensa castrista  lo que es mentira, pero conveniente para la dictadura militar, es cierto. Y lo que es cierto, pero inconveniente, es falso.

Y destaco aquí algo poco analizado por los académicos.  Si bien Fidel Castro actuó como un marxista-leninista al tomar el poder violentamente (por las urnas jamás lo habría logrado), luego fue un fiel seguidor de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia.

Gramsci  —más astuto y peligroso que Marx y  Lenin— sostenía que para implantar el comunismo y sostenerlo no era necesario una revolución sangrienta como postulaba Marx, sino lograr el control de los medios de comunicación,  las escuelas y universidades, y acabar con la influencia religiosa en la población.

Eso fue lo que hizo el joven dictador.  Entre 1960 y 1961, estatizó  los medios, todo el sistema nacional de educación, y  expulsó del país a los sacerdotes y las monjas. Entonces lanzó la mayor operación de lavado de cerebro realizada nunca en el hemisferio occidental.  Desde  diciembre de 1960 el dictador creó las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR) a las que paulatinamente fueron enviados unos 700 mil ciudadanos a recibir la ideología marxista-leninista.

No hay sitio para el individuo

La clave de todo aquí es que  tanto en la teoría marxista como en la fascista no hay sitio para el individuo  Este es suplantado por la entelequia abstracta de “las masas” y “el pueblo”.

El partido único —comunista o fascista—  se dedica al bombardeo político-ideológico constante con el propósito de alienar al individuo y convertirlo en un  número estadístico que solo cuenta para formar una dócil masa humana.

Como dice  José Ortega y Gasset  en “La rebelión de las masas” (1930), el  “hombre masa”  es  aquel  “cuya vida carece de proyectos y va a la deriva…y por eso no construye nada”.  El  hombre-masa pierde la  capacidad  para evaluar críticamente la realidad en que vive.  Delega el ejercicio de pensar en sus líderes,  “que sí saben lo que hay que hacer y  decidir”.

El mariscal Hermann Goering, segundo hombre en  la jerarquía nazi, en el juicio de Nuremberg,  al finalizar la II GM, dijo que “con voz o sin ella, al pueblo siempre se le puede llevar hasta el punto que sus dirigentes quieran. Eso es fácil”.

La historia revela que efectivamente es fácil.  Un líder carismático, de verborrea  grandilocuente, enervante  y  “convincente”,  es seguido por las mayorías aunque esté equivocado. En Cuba resultó clave el papel personal de Castro, un hábil orador de  gran capacidad histriónica para dramatizar en sus discursos.

Antes lo hicieron antes sus  admirados Benito Mussolini y Adolfo Hitler, algunos de cuyos discursos Fidel se sabía casi de memoria,  según  narrara José Ignacio Rasco, su colega en el Colegio de Belén y en la Universidad de La Habana. Durante los discursos de Hitler  muchas mujeres se desmayaban de la emoción.

La lamentable historia de líderes populistas nacionalistas en América Latina, tipo Juan Domingo Perón,  o  Hugo Chávez,  y tantos otros, es harto elocuente.

Por eso el  concepto del “hombre nuevo”,  primero el de Hitler –que fue robado al filósofo  Nietzsche– y luego el  del Che Guevara,  a su vez sustraído a los nazis,  es la pretensión de convertir a los ciudadanos en los animalitos ignorantes y obedientes de la granja de George Orwell.

Sin embargo, para satisfacción de todos los cubanos,  gracias a la Internet,  la vertiginosa tecnología en las comunicaciones, y al coraje creciente de tantos cubanos en la isla que ejercen la profesión periodística de manera independiente pese a la brutal represión de la dictadura,  hoy los medios estatales del régimen  tienen competencia.

Hoy, gústele o no a la élite político-militar del régimen,  a los medios en Cuba hay que subdividirlos en prensa oficial,  y  prensa independiente. Enorme logro ese.

Y es sólo el comienzo. El hombre-masa, al fin  ya va siendo menos masa y más hombre en la isla.  De ello me ocuparé en otro artículo.

 

 

 

 

©Roberto Álvarez Quiñones. All Rights Reserved

 

 

About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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