Literatura. Crítica.
Por Waldo González López…
Casi de memorias —el más reciente título del también periodista, narrador y ensayista cubano Vicente Echerri (Trinidad, Sancti Spíritus, Cuba, 1948)— es buena muestra de su rigurosa labor poética.
Publicado en 2008 por el también poeta cubano George Riverón, en Bluebird Editions, el breve pero intenso volumen —dedicado «A la memoria de mi madre, y de Heberto Padilla por la poesía»— da buena cuenta de la valiosa creación en versos del también autor de Luz en la piedra, su primer título que —escrito en Cuba y confiscado cuando Echerri se disponía a abandonar el país en 1979— solo podría ver la luz cuando lo reprodujera de memoria en Madrid, donde por fin lo publicara en 1986, por la Editorial Oriens.
La sencillez y el lirismo sin ambages dirige el discurso en versos de Vicente Echerri, cercano al de su admirado Heberto Padilla, tal se corrobora en su segundo volumen, al margen de que el propio poeta lo confesara en la presentación del título en Miami. Entonces, diría Echerri:
Yo siempre me he sentido afín a su estética, a una poesía que le sea connatural la sencillez, que no es el equivalente de la ramplonería, y, al mismo tiempo, que esté infundida por una pasión que la salvara de cualquier trampa prosaica; que tenga un grado de tensión que nos convenza de su necesidad, de que se trata de un decir insustituible, de una manera de comunicarnos que no puede suplantarse por ninguna otra. Cualquier debilidad en esta búsqueda, en este compromiso, convertiría la poesía en un quehacer frívolo, incluso superfluo.
Rasgo corroborado, en la propia presentación del volumen, por su editor George Riverón, quien con acierto afirmara: «[Echerri] es un poeta sin retórica, fresco, alejado del lugar común, un juglar moderno que regresa de un largo viaje».
Muy cierta la precisión del poeta holguinero, pues la sencillez y frescura de Echerri tiene mucho que ver con las del Padilla de El justo tiempo humano (título que marcara pauta en la poesía cubana de los 60 hasta la fecha). Entonces, en este segundo poemario se aprecia el aliento liricoloquial de Echerri. Mas, vayamos por partes.
Dividido en tres secciones («Memorabilia», «Ex Arcadia» y «Un lugar de regreso»), el cuaderno corrobora su pasión por la necesaria sencillez, en el abordaje de sus temas, teñidos con nostalgia (en una suerte de querida remembranza) y pesar (en la triste evocación de los sufrimientos vividos en su país), tal asimismo la huella de la lírica memoria y la honda praxis, proporcionadas por su sensibilidad de poeta al conocer (in situ o imago mediante) ciudades, países, como también obras clásicas de la plástica internacional de Europa (París, Hungría, Polonia, Grecia…) y Estados Unidos, en los que ha experimentado los trabajos y los días, tal un nuevo Hesíodo.
A lo largo de este nuevo cuaderno, lo erótico se fusiona con su discurso de saudade y presente que quiere salvar lo vivido. De tal suerte, si ya en su anterior Luz en la piedra, quería instituir su impronta poética/estética con logrados versos —que anticiparían los de este segundo volumen—, ahora continuará tal legado. De ahí que, si en el “Nocturno tercero” de aquel primer poemario, escribía Echerri:
El amor es estas cuatro letras
la marejada sin identificar
asunto de poemas…
Lo cierto,
el alquiler de los hoteles
el torso que descubre los caminos australes
lechos, exudaciones
esa animalidad agazapada
en las buenas maneras de clubes y teatros.
Y sólo varios versos después, ya finalizando este poema, define de esta suerte:
Han hallado debajo de las camas
los cuerpos de los ángeles
mordidos de ratones,
mientras sopla sin ruido
un huracán de lóbregas resinas.
Durante la mencionada presentación en Miami de su poemario, añadió Echerri:
A veces estos poemas tienen algo de álbum de viaje, sobre todo los contenidos en la primera parte, pero siempre van a ser el resultado de un deslumbramiento y de una pesarosa reflexión sobre la caducidad y sobre el devenir, sorda rebelión contra el tiempo que implacable y minuciosamente nos hará polvo, junto con nuestros sueños y proyectos. A veces, un poema en particular, responde a la emoción que suscita un objeto, una persona o su recuerdo, un paisaje particular.
Así, en Casi de memorias, confesará sus impresiones líricas en varios momentos (“Beaux Arts”, “La tour de M. Gustave Eiffel”, “Dans la Conciergerie”, “Jasón”, “Autorretrato de Durero”, “Aquisgrán…”, “Elegía Varsoviana”, “Primavera”, “Pero ya no”…
Tales impresiones/evocaciones sobresalen en la primera sección, pero en las restantes posee mayor peso lo vivencial/real/acontecido, siempre evocado con un lenguaje idóneo, mediante el que las palabras casan admirablemente con lo expresado por el poeta. Mas, leamos un fragmento de su poema “Beaux Arts”:
Desierto
el camino que bordea
los poderosos contrafuertes del río,
no encuentro quien comparta
mi júbilo y mi asombro
al comprobar
que uno puede escaparse
por el cuadro de un libro.
“Jasón” —escrito por el poeta en una visita al Victoria and Albert Museum, ante la estatua que da nombre a su texto—, acentúa el erotismo, tal se constata en el siguiente fragmento:
[…] la tibia piel
el olor
el aliento
la humedad de los labios
el deseo…
se quedaron
en el pequeño, penumbroso taller
del escultor
que conoció la gloria de tu carne
y quiso perpetuarla
con el nombre de aquel que navegó
en busca del fabuloso vellocino.
Asimismo, en otros momentos subraya lo erótico, tal sucede en «Autorretrato de Durero»:
El tiempo pasa mientras pintas
y el cielo opaco de la medianoche
es lo que se recorta en tu ventana,
y la luz de tu lámpara
juguetea en las paredes y en tu imaginación,
y afuera alguien se embosca
y en los lechos se ama.
En la segunda sección «Ex Arcadia» resalta el influjo vivencial/erótico. Lo constatan textos como “Confluencias”, donde, tal su título indica, la soledad dice más que mil palabras, según lo corrobora el poeta en este fragmento con que se inicia su texto:
Sólo con tu recuerdo
rodeado de las pequeñas cosas que te nombran
aparecido de mí mismo
sumergido en tu busca
en esa zona de luz que habitas
dentro de mí,
en ese espacio que la tristeza siempre cede al goce,
la blandura del júbilo,
el deseo.
“Qué menos” permite a Echerri enunciar el lirismo de fina y honda raigambre, ya adueñado de su corpus poético, que posibilita el idóneo cierre:
Es otoño
y ahora miro las frondas doradas
de los bosques que no han visto tus ojos.
En la última y más breve sección «Un lugar de regreso», Echerri entrega al lector quizá los más altos poemas del volumen, en tanto echa un vistazo, más que en los textos que anteceden a esta zona del libro, al cotidiano acontecer, a lo vivido. De tal suerte, tal acontece particularmente en dos textos: “En la penumbra” y, sobre todo, en “Disertación de la memoria”.
El primero se inicia con versos conceptuales que muy bien precisan, con insondable poesía, esa etapa cantada por tantos poetas en la que desarrollamos nuestros mayores y mejores potenciales cognitivos y físicos, por constituir la etapa cenital de los humanos. De tal suerte, escribe:
La juventud es siempre un lugar de regreso,
el único país al que viajamos
tripulando la muerte;
por eso en la penumbra
donde jugamos al amor
tu rostro es tan antiguo
y tan se porvenir:
el destino que tejen la memoria y el sueño.
Me separo de ti para mirarte
el rostro —de perfil—
que yace levemente en las almohadas
sereno, hermoso
intocado todavía por el tiempo
y que, siendo tan tuyo,
es de la humanidad.
En la penumbra,
me conmueve la visión de esos rasgos
que el tiempo ha de borrar
y que, no obstante,
son eternos
—memoria y porvenir—
amorosa fusión del arte y de la vida.
Por fin, “Disertación de la memoria” constituye, como anuncia el título, una suerte de repaso memorioso/vital en una segunda persona que, de algún modo, imbrica su propia voz y personalidad, pues intuyo en sus versos no pocos rasgos autobiográficos, aunque tal aspecto no es decisivo, pues lo que importa es la calidad de este poema que sirve el autor de formidable despedida del lector.
En sus primeros versos, Echerri confiesa:
Yo te había visto desde la infancia
cuando hacía castillos diminutos en las mañanas
u oía de los mayores relatos de otra época […]
Dos estrofas más adelante, precisa, siempre en la presunta confesión dialógica:
No sabías de nostalgia
ni te afligía el destino de Mozart
ni el fin de Napoleón en Santa Elena
ni percibías la destrucción minuciosa de todo
ni buscabas
en libros viejos y empolvados
el hálito de un orden sin retorno.
Vivías naturalmente,
como crecen los árboles
o como fluye el río,
sin excusarte
sin saberte en el centro de un mundo que caduca.
Ya en los versos finales, concluye su hermoso texto de esta suerte, como reconstruyendo los idus de un tiempo decisivo, mas sin olvido:
Hoy no te reconozco
en el adolescente
que va silbando una canción de moda,
sino que te recuerdo por tu nombre,
como fuiste,
con una juventud que es solamente mi memoria.
En suma, Casi de memorias resulta —en su reconstrucción de algún modo autobiográfica, siempre lírica— una inestimable evocación de la dura pero hermosa existencia de Vicente Echerri, cuya praxis arriba al sensible e inteligente lector, a través de sus apreciables versos con la honda claridad que ejemplifica la mejor poesía en lengua española, de Quevedo a Borges, pasando por el admirado y decisivo poeta cubano Heberto Padilla.
[Foto de Vicente Echerry por Orlando Jiménez Leal. Caricatura por Juan David]
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