¿El día de quién? A propósito del 12 de Octubre

Written by on 12/10/2019 in Historia, Literatura, Sociedad - No comments
Literatura. Historia. Sociedad.
Por Flavio P. Sabbatius.

Cristóbal Colón. Tomado de Capital México.

Al igual que cualquier niño cubano de mi generación y de las cinco o seis anteriores, crecí con una buena dosis de antiyanquismo y “siboneyismo” inculcado desde la cuna y en la escuela.

No faltaban en la biblioteca de mi madre, ávida lectora si las había, unos cuantos libros escritos por el eminente Don Emilio Roig de Leuchsenring [1].

Emilio Roy de Leuchsenring. Tomado de Amazon.

Don Emilio fue sin duda un destacado intelectual con una interesante evolución, desde militante del Partido Liberal (si, el mismo de “Plutarco Tuero”) y seguidor de José Miguel Gómez a intelectual de “izquierda’’, feroz antiyanqui, simpatizante de la Unión Soviética de Stalin a la vez que ferviente defensor de la democracia liberal, y primer receptor en 1935, de manos del alcalde de La Habana (o sea, de un funcionario de la “república mediatizada” que tan fervorosamente condenaba) de aquella curiosa sinecura que su sucesor, el famoso Eusebio Leal, llevó bajo el castrismo a cumbres empresariales jamás soñadas por el buen don Emilio: el hecho de convertirse (Eusebio, digo) en Historiador de la Ciudad de La Habana.

Pudiera adjudicarse a don Emilio haber sentado las bases del (justificado o no) visceral antiyanquismo intelectual cubano que luego Fidel Castro convertiría en política de Estado y principal pretexto para su férrea tiranía, su imposición de la miseria general crónica y su supeditación al bloque soviético.

Sin embargo, en honor de don Emilio, hay que decir que una de sus primeras actividades en su cargo fue ocuparse de la restauración del ajado monumento en memoria de Cristóforo Colombo, es decir, de don Cristóbal Colón, Almirante Mayor de la Mar Océana, pero esos eran otros tiempos. Más sobre esto después.

Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé. Tomado del periódico “Granma”.

También campeaba en el anaquel de mi madre un grueso y ajado tomo de versos llamado Rumores del Hórmigo, que mi inocencia infantil relacionaba con el esposo de la hormiga, pero que resultó ser el nombre del río que pasa por Las Tunas. Su autor era Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, conocido por el Cucalambé[2] e integrante de la aciaga tríada cubana de celebridades desaparecidas sin dejar rastro, en unión de Matías Pérez y Camilo Cienfuegos.

El Cucalambé es considerado como la máxima expresión de la poesía siboneyista, movimiento que floreció en el siglo XIX y que consistía básicamente en una representación romántico-lirica de lo que debió haber sido la vida de los desaparecidos pobladores indígenas de Cuba.  El siboneyismo, al fin y al cabo, fue una suerte de enfrentamiento ideológico-cultural contra el poder español, idealizando a la población obliterada por éste en su conquista.

Todos los cubanos probablemente recuerden el:

Con un cocuyo en la mano
Y un gran tabaco en la boca,
Un indio desde una roca
Miraba el cielo cubano. [3]

El indio Hatuey. Tomado de Cuba en Resumen. WordPress.com.

Primera estrofa de la célebre oda “Hatuey y Guarina”, en la que el Cucalambé describía la despedida del jefe taíno de su mujer en tonos que recuerdan a la igualmente ominosa despedida entre Héctor y Andrómaca en La Ilíada.  Con la diferencia de que en vez de tener la fortuna de morir peleando contra nada menos que Aquiles, el pobre Hatuey fue hecho prisionero y quemado vivo, no sin antes ofrecérsele la oportunidad de salvarse convirtiéndose al catolicismo, lo cual rechazó, como se sabe, por no tener que encontrarse otra vez en el cielo con los españoles.

Y de verdad no puedo decidir quién tenía más cojones, si Héctor [en la toma de Troya, contada por Homero] para enfrentarse a un asesino altamente entrenado, a quien además no le entraban las lanzas más que por el talón [Aquiles], o Hatuey dejando que le quemaran vivo antes que “renunciar a sus principios”.  En fin, que el movimiento siboneyista nos proporcionó nuestro Héctor tropical por generaciones. Sin embargo, el Cucalambé y los demás siboneyistas nunca pudieron imaginarse que los cubanos (como amargamente descubrió después Fernando Ortiz) eran unos tipos de relajo que al cabo de solo unas décadas se las arreglaron para convertir a Hatuey en una cerveza y a Guarina en un helado…

A pesar de eso, de alguna forma Colón y Hatuey coexistieron pacíficamente en el panteón de nuestros héroes históricos por muchas décadas, incluyendo toda mi infancia y juventud, ilustrando de alguna forma el hecho de que en un final no éramos más que el producto de una amalgama de culturas aunque, a diferencia de otros países de Tierra Firme, en el caso particular de Cuba no quedaron indios “ni pa’ semilla”, como decía mi madre.

La cultura siboney. Tomado de Wikisivar.

Con siboneyismo y todo, Cuba, al igual que todo el resto de ambas Américas celebraba de manera tradicional el justamente llamado por los gringos “Columbus Day” y no sé por qué llamado en español “Día de La Raza”, para conmemorar el aniversario de la primera vez que fue dado a un navegante europeo avistar la tierra a la izquierda del Atlántico, si se exceptúa a los vikingos de Leif Ericsson, pero de esos solo se sabe más o menos el año en que llegaron y además se fueron para no volver.

Pero muchos años después mi siboneyismo infantil recibió un duro impacto.

Me encontraba allá por 1986 en Bratislava y un colega me invitó una noche a cenar a su casa donde conocí a su esposa, de profesión historiadora. La charla, amenizada por un apetitoso asado y varias botellas de buen vino tinto (muy bien recibidos después de años de carencia), derivó hacia aspectos culturales e históricos después que los niños de mi amigo eslovaco me preguntaran llenos de curiosidad si desde Cuba podía verse “América” (ya saben a qué me refiero) y si yo vivía en una choza de paja. La madre los regañó y me pidió disculpas por su indiscreción, pero yo le dije que no se preocupara, que igual los chicos no me hubieran ofendido si me preguntaran si en Cuba se practicaba el canibalismo. La señora se rio de buena gana, pero después se puso a preguntarme en serio acerca de la historia de Cuba y yo, por supuesto, lo primero que hice fue soltarle orgullosamente la leyenda de nuestro “Héctor” tropical.  Para mi más absoluta sorpresa, en lugar de expresar y compartir mi admiración por el heroísmo de Hatuey, la historiadora eslovaca se mostró extrañada del grado de veneración que yo mostraba por los enemigos de mis antepasados. Que a ellos como eslavos, les importaba un pito el destino de los celtas que originalmente poblaban ese territorio, de los cuales, al igual que los taínos, siboneyes y guanatabeyes, no quedaron “ni pa’ semilla” después que los eslavos colonizaran la ribera norte del Danubio. Le confesé que nunca había considerado la cuestión desde ese punto de vista, y que en ese caso tendría que elevar al archivillano Pánfilo de Narváez a la categoría de héroe, así como los gringos, más consecuentes, ya habían hecho con Davy Crockett, el general Custer o Buffalo Bill…

Así las cosas, vino 1992 donde, junto al Periodo Especial y la Neuritis Óptica, llegó la hora de celebrar el Quinto Centenario del “Encuentro de las Dos Culturas”, porque en un momento dado “se consideró políticamente incorrecto” llamarlo “Descubrimiento de América”, dado que cuando Colón desembarcó, los indios de Guanahaní, al mismo tiempo, también le descubrieron a él.

Pero como generalmente sucede cuando se le abre la puerta a algo tan venenoso como la “corrección política”, enseguida subieron la parada y alguien en el Departamento Ideológico del Partido (hablo de Cuba y su castrismo, claro) se apeó con la genial idea de decir que no había que celebrar ningún descubrimiento ni encuentro ni un carajo, sino la resistencia de los pueblos indígenas contra el invasor español (o portugués, o francés o inglés, da lo mismo, todos son más o menos blancos). Enseguida, como por arte de magia (la magia de la tupida red secreta internacional del G2), se propagó  por todo el hemisferio un “movimiento de protesta”.

Irónicamente, al convocarse un “Congreso de los Pueblos Indígenas” a ese efecto, Cuba, donde como ya se dijo no habían quedado indios “ni pa’ semilla”, envió una delegación.  Nunca se me olvida que por esos días yo me reunía con algunos más o menos intelectuales cubanos en el Arzobispado de La Habana, y esa tarde “se” decidió que el punto de orden era discutir el asunto del “Quinto Centenario”. Estúpidamente, por creerme que al estar en el Arzobispado podía expresar mi punto de vista sin ser “purgado”, se me ocurrió decir francamente mi opinión acerca de que un país donde no habían quedado indios “ni pa’ semilla” mandara una delegación a un “Congreso de los Pueblos Indígenas”. La visceral reacción de un par de colegas allí presentes me dejó estupefacto, y además, temeroso. Afortunadamente otro colega [Manuel Gayol] salió en mi defensa diciendo que en definitiva sus padres eran asturianos y él no tenía un carajo que ver con los indios…

Yo entiendo perfectamente que países con una sustancial o mayoritaria población “aborigen” como Perú, Bolivia o México asuman esta posición, aunque sigan hablando español y, en el caso de México, tengan su trapito sucio en cuanto a los yaquis. No sé si los argentinos, cuyo héroe folclórico es el cazador de indios Martin Fierro, hayan sufrido esa picazón del cambio de nombre. No incluyamos aquí algo tan “auténtico” como unos supuestos “supervivientes taínos” (que allí tampoco quedaron “ni pa’ semilla”) celebrando la resistencia indígena en un documental de viaje sobre Puerto Rico, ataviados con casacas de piel de ciervo con flecos al mejor estilo sioux. Pero en la Cuba castrista, al igual que después en la Venezuela chavista, el “Día de la Raza” (¿cuál será?) fue sustituido por el “Día de la Resistencia Indígena”, y a los chavistas les dio por derrumbar o profanar las estatuas de Colón y otras figuras asociadas. Esto podría simplemente considerarse otra de las risibles “curiosidades” onomásticas de las dictaduras comunistas si no fuera porque en los últimos tiempos, ciertos “blanquitos liberales” en ciertas ciudades norteamericanas están empujando seriamente por eliminar el “Columbus Day”, derruir los monumentos a Colón (esos mismos que salvaguardaba don Emilio) e instaurar en su lugar el “Día de los Pueblos Indígenas”. No es que yo crea que Colón haya sido un santo, sino que desafortunadamente, carezco de la incapacidad de estos novísimos activistas juveniles de izquierda de poder analizar a los antepasados como “hombres de su tiempo”, con sus virtudes y defectos y no juzgarlos con los raseros actuales. En definitiva, si no hubiera sido por Colón, nada de lo que existe a la izquierda del Atlántico sería.

En conclusión, como también decía mi madre, “cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo…”.

Notas:

[1]  http://www.cubanosfamosos.com/es/biografia/emilio-roig-de-leuchsenring

[2] http://www.tiempo21.cu/el-cucalambe/biografia.html

[3]  https://verbiclara.wordpress.com/2015/07/01/hatuey-y-guarina-decimas-de-juan-cristobal-napoles-fajardo-el-cucalambe/

 

 

 

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Flavio P. Sabbatius es el "nom de plume" adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta, en el actual clima totalitario de rabiosa intolerancia vigente en las instituciones académicas de este país, arriesga la pérdida de su empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.

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