El Covid-19: un problema nacional, no estatal ni local

Medicina. Sociedad. Periodismo. Política. 
Por Tenchy Caymares.

Coronavirus. Pixabay.

Una profunda evaluación sobre la historia de la pandemia del Covid-19 nos conduce a la actitud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en contacto con el Gobierno comunista de China aplazó irresponsablemente la noticia oficial al mundo y minimizó el alcance y gravedad de la pandemia.

Tedros Adhanom Ghebreyesus, presidente de la OMS. Wikimedia Commons.

Esta actitud de un gobierno y de una organización, que debe velar por la salud de todos los habitantes del planeta, son tan graves que bastarían para destituir a Thedros Adhanon de su cargo. Pero él continúa en su trono de Ginebra, pese a que no cumplió con su deber. Se dejó influenciar por Pekín, no envió el urgente aviso mundial de alerta ni recomendó a tiempo el uso de mascarillas.

El retardo de la OMS en dar la alarma internacional impidió al mundo, Estados Unidos incluido, el avituallarse con equipos médicos de protección para enfrentar a tiempo un tsunami sanitario que ha cobrado ya tantas vidas humanas.

El Center of Disease Control (CDC), de Estados Unidos, no se quedó atrás. Desde los inicios debió alertar sobre la importancia de usar mascarillas (comerciales o caseras), para protegernos. Por el contrario, el CDC negó la utilidad que tienen y las recomendó solo para los enfermos. Pasó por alto que hay personas que aparentemente no están enfermas pero sí son portadoras del Covid-19, aunque no tienen síntomas, por lo cual son un peligro en todas partes.

Las noticias sobre el fabricante de mascarillas 3M eran confusas y empeoraron la situación. Eso podría haberse solucionado si compañías farmacéuticas competentes hubiesen iniciado una producción masiva de mascarillas más eficientes, como las N-95.

Además, la desatención por parte de las autoridades sanitarias, que no proveyeron en forma adecuada al personal médico y sanitario en general, resultó incomprensible. Incluso se llegó a inducir a los ciudadanos a no comprar mascarillas y cederlas al personal médico.

Fue una irresponsabilidad. Las mascarillas son parte esencial de los insumos de los hospitales, junto a los respiradores artificiales, las jeringuillas y otros enseres médicos. Eso es responsabilidad de las autoridades ligadas a la “Big Pharma”: garantizar el suficiente avituallamiento en todos los centros de salud y no depender de mascarillas quirúrgicas que son ineficientes ante el Covid-19.

Agravantes: apertura prematura de comercios y las protestas

Official portrait of President Donald J. Trump, Friday, October 6, 2017. (Official White House photo by Shealah Craighead)

Otro aspecto es la inadecuada manera en la que el presidente Donald Trump manejó la pandemia desde el inicio. Primero trató de minimizarla y promovió actitudes antimascarilla y contra el distanciamiento social. Promovió mítines y colocó la economía por encima de la pandemia. Ninguna economía puede estar por encima de la salud humana, pues sin salud no hay ni empresarios ni consumidores.

La prematura apertura de los comercios, incluyendo los no esenciales y sí grandes centros de contagio como bares, iglesias, cines, gimnasios y playas, dispararon la expansión de la pandemia. Y aquí surge una disyuntiva: ¿qué hacer, esperar un poco más para abrir la economía, o sufrir las consecuencias de la precipitación con daños que retardan más la apertura económica?

Debimos aprovechar mejor a una autoridad en materia de virología como el doctor Anthony Fauci, quien continuamente aconsejaba prudencia y que invariablemente era frenado en sus decisiones por el Gobierno.

Las protestas callejeras motivadas por el asesinato de George Floyd y contra la discriminación racial estaban justificadas, pero con mascarillas. Esas manifestaciones sin que los participantes llevasen mascarillas incrementaron considerablemente los contagios. También lo aumentaron el vandalismo callejero y las acciones de movimientos iconoclastas que se han dedicado a derribar estatuas.

Por cierto, estos movimientos violentos no constituyen un llamado inteligente y responsable para la revisión de los monumentos a próceres sobrevalorados del pasado, pues actuaron como verdaderas hordas bárbaras que pretenden medir a Cristóbal Colón con el rasero de nuestros días, medio milenio después.

Los organizadores de esas turbas, puesto que no fueron espontáneas, debieran ser llevados ante los tribunales. Esos movimientos dudosos, con maquillaje de progresista y de justicia, dejan a su paso símbolos como el de la hoz y el martillo y sin embargo no han derribado las estatuas de Lenin que de manera increíble se erigieron en Estados Unidos, la primera democracia moderna en la historia y cuna de la libertad. Eso define a esos agitadores como extremistas procomunistas.

Siendo EE.UU. el país que por lógica era el más capacitado del mundo para afrontar una pandemia, por su sólida economía, su tecnología de punta y sus vanguardias científicas, paradójicamente ha quedado como epicentro del Covid-19, por el atraso social, el egoísmo a ultranza de muchas personas que les impide ver más allá de su casa, su familia y su mascota.

Cuando nos enfrentamos a un monstruo sanitario, para poderlo vencer necesitamos de la unión de todos, por estar todos precisamente interconectados. Y de todos dependerá ese futuro saludable que tanto deseamos. El mayor freno a la solución de nuestros problemas es una especie de miopía peligrosa que confunde la libertad individual con el uso de la mascarilla, por ejemplo. Pensemos un poco en que cuando la libertad de alguien que no se protege con mascarilla me afecta a mí, no es tal libertad, ya que me puedo contagiar y morir. Además puedo contagiar a otros, incluyendo mi familia completa.

No es más libre quien no usa mascarilla, es potencial homicida

¿Estamos hablando realmente de libertad o de egoísmo y prepotencia individual? Hay que entender que frente a una pandemia tan descomunal como ésta un concepto estrecho de libertad no nos sirve. Nos resulta obsoleto para dar paso a un concepto colectivo y amplio de libertad como lo es la salud humana.

Hay una gran parte de la ciudadanía que no es en absoluto responsable y que no sabe cuidarse. Los medios de difusión deben prestar más atención a este problema tan serio y convertirse en voceros eficientes para preservar la salud. Medios y ciudadanos deben respaldar más a las autoridades médicas y científicas y olvidar, por una vez siquiera, las diferencias políticas entre demócratas y republicanos. Y contribuir a unirnos como ciudadanos de un mismo país, con una misma suerte.

Llegados a este punto cabe preguntarnos, ¿cuántos muertos más tenemos que poner para que se reaccione correctamente?. Una pandemia, al igual que una guerra, es un problema federal y no de cada estado de la federación. No se puede dejar el mando a los gobiernos estatales o locales, que envían directrices encontradas y confusas. El equipo del doctor Fauci es el que debiera tener el liderazgo en cuanto a las medidas a tomar, y no los políticos, a quienes corresponde callar y aprender por el momento.

Nos sentimos a bordo de un barco sin timonel. Toca entonces tomar conciencia de grupo y aprender a crecer como seres humanos a nivel social asumiendo una actitud de madurez, pero sobre todo de humanidad.

Esta mala experiencia nos dice que el Congreso debiera aprobar una ley federal que establezca reglas y medidas de obligatorio cumplimiento para todos los estados de la nación, cuando el país sea afectado por una pandemia. Esa ley federal, con sus reglas, no podría ser cambiada ni ignorada por los gobernadores de los estados. Sus violadores serían llevados ante la justicia.

Mientras no haya una ley como esa hay que hacer conciencia de que quien no lleva una mascarilla puesta no es más libre por eso, sino un potencial homicida.

 

 

 

 

 

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About the Author

Tenchy Caymares (Cuba), autora de este artículo, es escritora y productora de televisión, también con una amplia experiencia en cine. Ha publicado en revistas y periódicos. Radica en el sur de California. Asimismo fue experta en publicidad, en Cuba.

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