Poesía. Crítica.
Por Waldo González López…
Fotos por Yordán Sedeño…
Confieso que solo vine a saber de la feraz existencia de la notable escritora cubanoamericana Amelia del Castillo —cuyo nombre me evoca la de otra poetisa cubana decimonónica: la camagüeyana Aurelia del Castillo (1842-1920), autora además de fábulas, leyendas, crítica literaria y libros de viajes— a los pocos meses de mi llegada a Miami, pues en Cuba jamás supe de ella, tal suele suceder desde 1959 con los creadores que vienen al exilio miamense u otro ámbito, y, desde ese momento, son “ignorados y olvidados”, parafraseando el relevante título ensayístico del poeta, narrador y traductor colombiano Jorge Zalamea (Bogotá, 1905-1969): La poesía ignorada y olvidada (Premio Casa de las Américas, 1965).
Sí, fue cuando, invitados mi esposa Mayra Hernández y yo por mi colegamigo de años, el destacado narrador y dramaturgo Rodolfo Pérez Valero, de muy buena gana asistimos a la acogedora librería Books and Books, donde se realizaría una un encuentro con varios poetas, entre los que figuraba Amelia del Castillo.
La lectura de algunos de sus textos bastó para convencerme de que estaba frente a una genuina poeta, cuya presencia denota distinción y elegancia, en una palabra: clase.
Tras la lectura, quisimos conocerla y nos presentamos, y ella, gentil, charló brevemente con nosotros; pero fue solo eso, pues el evento continuaba y no queríamos interrumpir. Ya al final partimos con Rodolfo en su auto y, con él, comentamos la fineza y calidad poética de Amelia.
Mas, solo semanas atrás, por fin, gracias a una apreciada colegamiga, tuve en mis manos el que creo su más reciente poemario: Fugacidad del asombro / Vanishing Amazement, publicado en el 2010 por Ediciones Baquiana, en su prestigiosa Colección Caminos de la Poesía.
Lo primero que se advierte al abrir el breve volumen es la «Nota intrascendente», donde la autora declara con lucidez:
Siempre he pensado que sobran notas y aclaraciones en un libro de versos; sin embargo, me atrevo a incluir estas líneas sobre la traducción de los poemas. Pude dejar esa tarea a un poeta norteamericano, pero temí que la influencia de su propia literatura le hiciera perder el matiz de mi poesía. Espero que mi voz les llegue en esta personalísima versión de Fugacidad del asombro.
Tras una lenta e incisiva lectura del cuaderno, descuella el intimismo y la fibra lírica que enriquecen sus versos, cualidad de otras poetisas cubanas de su promoción de “la otra orilla”, con las que seguramente no tuvo contacto, salvo quizás en el caso de dos: Carilda Oliver Labra y Pura del Prado, a quien dedica su atinado ensayo «La voz poética de Pura del Prado», en su volumen de crítica Palabras al vuelo (también publicado por Ediciones Baquiana, Colección Senderos de la Narrativa, 2012), a la que asimismo dedica otros momentos en «La Isla en tres voces femeninas del siglo XX» y, en «La libertad en voces femeninas de la literatura cubana a cien años de la instauración de la Republica»; mas solo advierte la existencia de otras en el siguiente párrafo del capitulillo La República: «Preciso es mencionar las voces de poetas que optaron por quedarse en Cuba, bien aislándose, bien acogiéndose al lamentable status imperante en la Isla: Serafina Núñez Josefina García Marruz, Carilda Oliver Labra, entre otras.»
En el breve listado, se advierte que Amelia no conoció la poesía de otra muy destacada integrante de su promoción, también neorromántica: Rafaela Chacón Nardi (La Habana, 1924-2001) con cuya poesía se advierten no pocas coincidencias, como con la de Serafina Núñez, a la que sí ha leído, según se corrobora en su propio apunte citado arriba por mí.
Mas, no es este el momento de realizar ese ensayo de crítica comparativa que se lo dejo como tarea pendiente a mi esposa, la ensayista, crítica y editora Mayra Hernández Menéndez, quien, especializada en la autora del canónico poemario Viaje al sueño —elogiado por Gabriela Mistral—, estudiaría durante años y publicaría diversos volúmenes de la producción de «Rafaela de Cuba», tal la denominara la Premio Nobel chilena.
A lo largo de su cuaderno (dividido en tres secciones: «Umbral», «Poética» y «Presencia»), Amelia emplea temas recurrentes: el asombro (cuya fugacidad le sirve de título), el tiempo, el olvido, el recuerdo, Dios, el perdón, la luz, el silencio, misterio, el tedio, la soledad, la ausencia, la muerte, como asimismo la dupla ‘júbilo y fuga’, para decirlo con el título de uno de los poemarios de Emilio Ballagas, con quien coincide en las «afinidades electivas» que decía Goethe.
Otro rasgo de interés es la utilización de dos recursos también empleados por este crítico-poeta en sus textos: los títulos son, asimismo, los primeros versos de cada poema. Con ello, ofrece fluidez y continuidad a la lectura; como las preguntas a sí misma, que, tal un constante flujo y reflujo de introspección caracterológica, dan pie a un monólogo y diálogo a la vez.
En «A veces», primer texto de la igualmente primera Sección, «Umbral», Amelia le hace un guiño al Antonio Machado de Proverbios y cantares («Hoy es siempre todavía»). Así, en la estrofa inicial, revela su gusto por el verso del gran hispano, al escribir: «A veces / se despierta alegre como un carrusel / y gira, gira / convocando a los sueños, al luego / al siempre, al todavía.»
Este tópico regresará en la página 31, con otro atinado texto: «Vuelve», que se inicia con estos certeros versos: «No sé de dónde, pero vuelve. / Es el pájaro azul del hoy / el mañana, el todavía. »
En la estrofa final, se expande el sentir inicial, y confiesa con lirismo y verdad:
He vivido con ella tanto tiempo
que la llevo tatuada sin remedio
en alma y piel.
Me acompaña, sigue, angustia, alegra, cansa…
Pero es mía. La única que tengo y he tenido
desde una tarde de junio
que viene cada año a recortarme el tiempo
y a verme envejecer.
Solo dos páginas adelante, propone un soneto, igualmente hermoso por su factura y por la presencia de algunos de sus temas recurrentes arriba mencionados:
Desde dentro
una hilacha de alegría
asoma y se me queda en la garganta.
No se atreve a reír. Apenas canta
una Nana al perdón y a la armonía.
Tiene calor de niño y cada día
—como el sol que entre las nubes se levanta—
sale a ratos y a la pena espanta.
Yo la invito a navegar conmigo
a alegrarme la culpa y el castigo
a ser flecha de luz, campana al viento.
Pero cobarde, frágil y sumisa
esconde en mi garganta la sonrisa
negándome el regalo de su aliento.
Y llega «Si me atreviera», otro texto de indudable valía porque, al asumir las voces de las «míticas mujeres / condenadas a amar, tejer, errar / desde siempre y para siempre», evoca féminas de leyenda: «Ariadna y Penélope y Casandra».
Y ya en la segunda y tercera estrofas, como leit motiv, repite el verso inicial y, a un tiempo, título de su poema:
Si me atreviera
pediría cuentas al grito, la caricia
la lagrima, el zarpazo…
Y a la cruz y el perdón.
Si me atreviera
reemprendería el viaje de la mano
de nadie.
Con la niña sabiduría
del que lo cree todo, del que lo sabe todo.
Sin saber.
Justamente el último verso (“Sin saber”, da pie al próximo texto que repite aquél al comenzarlo:
Sin saber
cómo ni por qué me va cubriendo
este polvo gris de hueso o de ceniza lenta
que al primer toque de queda rompe
el filo de la luz
echa a volar sus miedos y copula
con las enmohecidas
vírgenes del tedio.
Es
el adiós en fuga del asombro
el atisbo de un luego sin ventanas
el fuego ausente.
La noche sin corola
por abrir.
La melancolía retorna una y otra vez a sus páginas, otorgándole una pátina de suave nostalgia que se adentra en el sentir de autora y sus lectores. En consecuencia, nos dirá en el siguiente poema:
Sé que no hay espejos
que dupliquen ausencias.
solo un filo de sal, huesos de luz
reclamando un sitio sin distancias
un punado de liebres azoradas
un reptil enroscándosele al miedo…
Y yo.
Y yo tirando inútilmente de los hilos
empeñada en que salten
los muñecos.
(No te engañes. No insistas.
corta los hilos, Baje el telón
y descansen en paz las marionetas)
En «Si vinieran por ti», aflora el pasado lírico y real —lecturas mediante— que ofrece el íntimo mundo de «los campos de la ausencia», y la poetisa se pregunta:
No indagues, no preguntes
no reclames el sueño, ni el olvido.
¿Para que sin memoria ni tatuajes
ni siquiera el polvo
del recuerdo?
Mas, no conforme, insiste en su pedido/exigencia:
Si vas a reclamar
reclámales cada hilacha de tiempo.
¡Ah…! pero no olvides que el tiempo
en espiral busca su fuga
y que en su fuga todo lo que es
nos hiere
y todo lo que fue
nos quema.
Uno de los mejores textos del cuaderno, elaborado con versos-preguntas, es el que, tal un memorándum, resulta acaso un prontuario o guía de vida lírico por sus propias interrogantes y respuestas. Leámoslo:
¿Adónde ir
cuando todo se haya ido
cuando solo quede el hueco ardido
del silencio?
¿Al horizonte, testigo siempre
alerta siempre y siempre cómplice
de un luego sin final?
Y enseguida, las respuestas/propuestas a las que, desde la duda cartesiana, responde la indócil voz poética de Amelia del Castillo:
Quizás volver. Desandar, deshacer.
De vuelta al polvo
al mar, al fuego, al arco iris. De vuelta a mí.
Tal vez quedarme y convertirme
¿en ala, en música, en reflejo?
Tal vez quedarme y convertirme en nada.
Quieta. Seca como la higuera seca.
Como la piedra.
Como el surco agrietado.
Como el leño.
Como lágrima seca
que nos llega a los labios
sin llegar.
Le sigue «Qué extraño»: aquí el confesionalismo de la experimentada mujer/poetisa adquiere vasto alcance, al ofrecer sus propias lecciones (praxis), enriquecidas por el dolor del temprano exilio que le hizo abandonar su desde ya lejana Isla, en plena juventud:
Qué extraño
sabio y doloroso este morir a cada instante
como la gota de agua, el niño por la vida
el minuto en fuga por la esfera.
Muriendo sin morir
con la esperanza al filo siempre de la orilla.
Con tanto sueño en vela […]
y que no hay greda
capaz de desafiar este obsceno morir
poro a poro, grito a grito
rezo a rezo.
Este pasar sin tregua, este morir
sin tiempo para dejar sueltos los hilos
las culpas claras y el perdón
abierto.
De tal suerte, el poemario va narrando/poetizando la dura, pero fértil existencia de la autora en tierra extranjera, donde, a pesar de tanta nostalgia, ella creara una poética a salvo de odios y lugares comunes.
Al contrario, su poesía es, justamente, poiesis: creación, auténtica escritura o, mejor: verdad y razón, para decirlo, otra vez, con Goethe e, incluso, también con Goya y sus «Sueños» de 1797.
Por ello, llega el siguiente texto de valía:
Voy con prisa
porque me sigue
el filo más hambriento de los grises.
Porque no hay verde sin hollar
ni manantial puro
ni alondra al paso.
Porque “el ayer se ha ido
mañana no ha llegado”
y al hoy le faltan horas y le sobran
huellas, angustias
y mitades.
Porque muerde el viento
la cara de la luz
y el huesudo lomo de las sombras.
Porque hay azul cansado
porque huye el tiempo…
Y por esa última e inevitable
cita por cumplir.
Por su firme honestidad y su incambiable dignidad, Amelia ofrece al lector un poema/alegato de genuina cubanía desde esta orilla, donde ella, como tantos otros colegas, laboran, escriben y publican con la necesaria calidad, ausente en otros libros de también otros que han quedado en la Isla, donde, humillándose, deben bajar la cerviz y pactar con el totalitarismo. Por ello, proclama:
No voy a regalarte
Sombra
ni un minuto de paz.
Ni siquiera un pestañear de miedo.
No voy a darle tregua a la ventisca
ni al huracán ni a mi
ni a nadie.
Tengo los pies sembrados en un surco
que crece y crece y de crecer se ahonda
erosionando piedras y lamentos
y ni deserto, ni me rindo
ni me doblo.
No voy a darte paso. Sombra.
No voy a renunciar
a serme.
En la segunda sección, «Poética», sigue el hilo conductor que guía su verso en Fugacidad del asombro. Ya en el primer texto, el intimismo se acentúa con una aun mayor hondura de su quehacer lirico, gracias a su atinado estilo, definitorio de su propia estética de preguntas y respuestas, que dicen mucho más que ciertos poemas de otros autores.
Pero leamos:
Ese yo de luz
atado a su cuerpo que se quiebra.
Ese blanco fulgor hendido en rojo palpitante.
Ese cántico
duende del silencio y de la voz misterio.
¿Quién lo convoca?
¿Cómo encuentra la cinta, el hilo
la dimensión exacta de mi esfera?
¿De dónde viene y adónde va cuando se pierde?
¿Cuándo una a una roba las palabras y la idea?
¿Cuándo hiere el aire y rompe el arco
y en su flecha extraviada nos dispersa?
¿Cuándo golpe a golpe
y de orilla a orilla nos vacía
sin que el canto y la voz en tregua iluminada
nos rescaten?
En «Por retener el canto» (dedicado a su colegamigo Orlando Rossardi), consolida otra suerte de poética que —tal el título de esta homónima Sección— resulta una suerte de Auto de fe, cuando afirma:
Por retener el canto
me enfrento a la orilla filosa de la ausencia
al miedo, a la palabra nunca, al ayer, al hoy
a mí y a todos.
Por retener el canto
repito insomne la palabra siempre.
Despierto, abro las manos, me levanto
atesoro la magia de estar viva
doy gracias y perdono
y creo.
Por retener el canto escribo.
No importa qué ni cómo.
Segura de este ser y estar porque
me queda el canto.
Otro texto mencionable es el siguiente, dedicado a la propia Poesía («sierva de nadie»), de la que se ha ocupado con alta calidad esta valiosa poeta cubana del exilio:
Ni ayer
ni hoy, ni nunca, pero siempre
azuzando mi estatura
¿cómo un mendigo, un ciego
un niño, una semilla?
Como un grito. Un llamado.
Una Diosa expectante.
Una espiga de lumbre, inviolable
e inquietamente viva.
Ni ayer, ni hoy, ni nunca
pero siempre:
la Poesía.
Esa inalcanzable, arisca y caprichosa
sierva de nadie.
Otro soneto, de algún modo dedicado a su dignidad de cubana y su propio oficio poético, es el que sigue, también de alta calidad:
Por defender mi esencia
me desciño
de moldes, de hojarasca y de ceniza.
En cerrojos el galope de la prisa
vuelvo al cauce, al manantial y al niño
Por defender mi savia me doblego
y soy otra y la misma: diferente.
Amiga del silencio y de la fuente
de la cruz, la verdad, la fe y el ruego.
Ciudadana del tiempo, de la aurora
la noche, el mar, el rio, la pradera
el ayer, el mañana y el ahora…
Con el viento y con la sementera
Me doy, me entrego al canto. Me enamora
jugar a hacer de la Palabra, hoguera.
En la tercera y última Sección, «Presencia», la poetisa interioriza aún más su verso que, por su honda religiosidad, lo dedica a Dios y su fiel creencia en él. Valioso texto, de uno de cuyos versos de la tercera y última estrofa, extrae el afortunado título de su cuaderno:
Para tomarle el pulso
a la crueldad del tiempo
invítalo a clavarse a tus paredes
a cancelar el ciclo del fracaso
y a retener el del amor
y el sueño.
Conmínalo a quebrar relojes
a asumir la magia del recuerdo
a desbrozar caminos sin lastimar las piedras
a acaciciar el alba
y a beberse contigo, sorbo a sorbo
la inmensidad del agua de la ausencia.
Para tomarle el pulso
a la fugacidad del tiempo
exígele el pedazo de ayer que te quitaron.
Y un minuto de Dios.
Y un credo.
Otro poema, «Pétalo a pétalo», guarda resonancia con uno de los sonetos que le escribiera Antonio Machado a su amada Guiomar (la pintora Pilar de Valderrama), camuflado entre sus «Poesías de guerra», donde escribiera el autor de «Proverbios y cantares»:
De mar a mar, entre los dos la guerra
más honda que la mar. En mi parterre,
miro a la mar que el horizonte cierra.
Tú asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otra mar, la mar de España
que Camoens cantara, tenebrosa.
Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
A mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte.
Y es la total angustia de la muerte,
con la sombra infecunda de la llama
y la soñada miel de amor tardío,
y la flor imposible de la rama
que ha sentido del hacha el corte frío.
Por su parte, Amelia escribe en la segunda estrofa de su texto:
Como se tala un roble, Señor.
Como se corta un miembro gangrenado.
Como se arranca el dardo de la herida.
De un tajo. De un redondo hachazo
limpio, exacto y compasivo.
A este texto, le sigue otro de no menor lirismo:
Yo no estaba allí
pero sentí Tus manos forjándome
con la greda mítica del sueno
y nacerme a gritos
esta gama de inquietudes, angustias
luminosidad, paz y miedo.
No. Yo no estaba allí
pero fui ya —sin ser y para siempre—
esta raíz hambrienta, este perfil de vuelo…
Esto que soy que me hiciste
mucho antes de mí
y del tiempo.
Uno de los poemas más descarnadamente comprometidos con la existencia es «Porque», donde realiza una honda vivisección que alcanza a «la sangre de los muertos». Acaso un cántico/reclamo a la vida, donde «en cada esquina de la ausencia», sobresale la altísima voz de esta cubana, cuyo nombre quedará inscrito en las letras de la Isla, a pesar del silencio a que ha sido sometida durante décadas por haber venido al exilio, desde el que, sin pedir nada a nadie, con su valioso verso, estará y permanecerá en la mejor poesía cubana de las dos orillas:
Porque
en cada esquina de la ausencia
esta el reproche
de la sangre viva de los muertos
vuelvo de golpe y sin afán a la esfera
en que giro y giro hasta caer desnuda
en las orillas de un paraje
sin horas, sin huellas, sin culpas
y sin mí.
He viajado por el fuego incauto
que preside las noches y los sueños.
Por témpanos, paramos y laberintos
y todavía no sé cómo salir de este molde
que me lleva, trae, duele, asfixia
encierra…
Quizás cuando «se suelte el hilo de plata
y se rompa el cántaro en la fuente».
Al final del tiempo de mi tiempo
de ese día sin noche —ése que saldrá al mar
a reclamar los ríos y el Sembrador su siembra
y el Jardinero su labor.
Quizás, cuando otra vez arcilla blanda
este barro mío, en Sus manos la amase
la sople, la acaricie el Alfarero
y haga con ella otro objeto. Otra cosa.
Quizás otra mujer.
Sin embargo, quiero concluir estas páginas con un poema que no obstante su brevedad (o por ello mismo, pues como dijo el conceptista hispano Baltasar Belmonte de Gracián (Calatayud, 1601-1658): «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»), una vez más evidencia su alta calidad poética.
Se trata de «Hoy», en el que la poetisa —elogiada por Agustín Acosta y cuyo poemario Géminis deshabitado prologara Eugenio Florit— ahonda aún más su concentrada expresión y nos entrega otro texto de hondísimo confesionalismo, acaso una despedida, solo temporal, ya que su poética y sus libros de crítica merecen continuar apareciendo, para disfrute de sus lectores de varias generaciones.
Hoy
estoy en paz conmigo
—o con la vida—
que es al fin estar en paz con Dios.
No sé si al sacar al sol y al frío
esta nueva piel que estreno
se me encoja, estríe o desprenda
capa a capa hasta dejarme
expuesta y rota como ayer.
Pero hoy…
Hoy exhibo esta paz
de fiesta regalada
y la abrazo, la ofrezco, la comparto
sin pensar que mañana, quizás
ya no será.
[Este trabajo fue enviado especialmente por su autor para Palabra Abierta]
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