Literatura. Historia. Sociedad. Crítica.
Por Mario Ángel-Luzbel.
Por muchos años el habanero Miguel Cabrera Peña ha cavado a fondo en las ideas de José Martí (1853-1895) sobre los negros y su actitud hacia la raza. Para decirlo en forma aritmética, son más de treinta temas originales si al conjunto se suma su tesis doctoral, publicada en España en 2014 y ensayos en distintos medios. La última entrega del autor, que sacude también la columna vertebral de la historia de Cuba y Estados Unidos, se titula Gargantas sofocadas. La alianza de José Martí con los negros.
Más que inéditos, un puñado de incursiones martianas en cuanto a discriminación no han sido siquiera sugeridas ni en Cuba ni en el país del norte, y no excluyo a los estudios afroamericanos donde pareciera que el antirracismo radical en el siglo XIX deja escuchar su grito, únicamente, en Estados Unidos.
Cabrera llama radical al método más eficaz –el no violento– ejercido por personas dispuestas a llegar hasta la muerte inclusive, como concibieron y llevaron a cabo Mahatma Gandhi y Martin L. King, Jr. en el siglo XX.
Martí fue el principal portavoz y resorte esencial de un pequeño grupo de negros y mulatos que el investigador llama grupo neoyorquino y aproxima a lo que el suizo-argentino Enrique Pichon Riviére (1907-1977) conceptuó como Grupo Operativo. Establecido en el ocaso de los ochenta reflejó las variadas formas de discriminación que se ejercían a su exterior, así como el inevitable enriquecimiento –de Martí y el resto– al ir esclareciendo el dilema.
Sin semejante convivencia, al organizador de la guerra y jefe del Partido Revolucionario Cubano, fundado en 1892, le hubiera sido imposible bucear en las honduras en que lo hizo. El intenso del pensar juntos se plasmará en el periódico Patria, vocero de la independencia, con el fin expreso de lograr los derechos efectivos de la raza después de la inauguración de una república democrática hija del triunfo de las armas anticoloniales. No se equivoca Cabrera cuando señala que aquella alianza fue el antecedente más visible del Partido Independiente de Color, masacrado en 1912.
Grupo que operó desde el encuentro cara a cara varias veces a la semana, desde las cerca de 140 cartas enviadas por Martí a sus amigos y desde la labor conjunta en Patria, expuso el ideario de la liberación adherido al antirracismo, sus temas primordiales. Hasta los domingos se reunieron, para no hablar de más de una comida juntos.
Piénsese en la sociedad La Liga, que Rafael Serra, afrocubano y lúcido antirracista, estableció para incrementar la instrucción de la raza en la comunidad, institución a la que asistían como alumnos, entre otros de Martí, los integrantes del pequeño grupo. El poeta llevó a la sociedad profesores blancos, a los que convenció para impartir clases gratuitas y, además, para que pagaran cuota. Su actitud hacia aquellos negros entrañables (súmese a sus familias) alcanzó cúspide cuando no les permitió, a ninguno, ir a la guerra, y aun cuando Serra, por ejemplo, tenía lista su mochila de combate, reproduce el ensayista a Deschamps Chapeaux. Para la negativa esgrimió una justificación, algo así como ustedes son más útiles en Nueva York que en el campo de batalla. Latía en el fondo, sin embargo, que en la guerra podían morir.
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José Martí junto a miembros del Consejo de Kingston, Jamaica, 1892. Wikimedia Commons. Tomada de “Palabra Abierta”.
No ayuno de emotividad, el objetivo de Gargantas sofocadas es poner fin, aniquilar un relato extendido por más de treinta años y que ha silenciado, disminuido, tergiversado y mentido al portavoz principal del grupo, subraya el investigador. No sé si este tuvo derecho a hartarse después de leer tantos menoscabos contra el que muchos cubanos asumen como Héroe Nacional, pero así parece que le ha sucedido. Sin embargo, lo imprescindible radica en atender al peso y número de sus argumentos. Poco antes de morir, Rafael E. Saumell, Profesor Emérito que revisó el manuscrito, escribió que Gargantas sofocadas es el libro más revelador que se haya escrito sobre Martí. Para verificar si exageramos o no basta leerlo.
Después de advertir que solo es un botón de muestra, el autor acarrea a catorce estudiosos, con una sola excepción académicos en Estados Unidos, cuyas ideas se extraen de lecturas desdichadamente fragmentarias y ajenas a un meditar que sobresale por sus reexámenes y avances antirracistas. Los afrocaribeños acogieron como válidas las posturas del poeta en pro de la igualdad efectiva de derechos.
Y es aquí, en la recepción que se le escabulló a Ottmar Ette, donde se abre un abismo entre lo que pensó la gente de estirpe africana que conoció, convivió y leyó al bardo y la academia que divulga una obra llena de contradicciones racistas. Esto conduce a preguntar: “¿No se pone en entredicho el pensar creador y para sí, la inteligencia y potencia hermenéutica, interpretadora de la raza, su capacidad de selección?”. El libro explica a través de filósofos encabezados por Gilles Deleuze en qué consiste el acto de creación, parada ineludible porque la característica más saliente del grupo neoyorquino fue su creatividad ante el dilema racial, sobre el que, sin duda, no solo escribieron sino además dialogaron.
Solo unas cuantas manifestaciones de racismo que Martí ataca o devela: 1.- Necesidad de resistir sin violencia la opresión y el constante reclamo para que blancos solidarios apoyaran las demandas de derechos. 2.- Relevancia social de su liberación, con insinuaciones de acción afirmativa, hoy en polémica. 3.- Impugnó la colonización del cuerpo afrodescendiente, un muro a sus potencias, y lo plasmó en tanto símbolo y territorio de la belleza humana. 4.- Aunque hoy se extraña que el general Antonio Maceo no haya dedicado más tiempo al asunto, coincidió con el hijo de españoles al acometer la discriminación y en especial el dispositivo del miedo al negro.
Otra arista apunta a Abdala, que amén de escrita a los dieciséis años, es la única obra de teatro en la historia de la literatura cubana con un negro combatiente en rol protagónico y locus africano. Sin embargo, vibra acá una contradicción con el trato brutal que sufrían entonces, al ver la luz Abdala, los esclavos en las filas rebeldes, algo que el bardo desconoce y deshilará en 2005 José M. Abreu. Es rincón no escudriñado en la historiografía y literatura nacional. Entre diversos abordajes se lee la visión martiana del abakuá, exponente del patriotismo y la identidad nacional. El mestizaje, en área próxima, trata la concepción cultural de Martí y del Fernando Ortiz de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, disonante, como prueba el analista, con nociones de Antonio Cornejo Polar.
La exaltación del calibre de un afrocubano, capitán rebelde, homosexual y practicante de religión africana en pleno siglo XIX, el más racista y eurocentrista de la historia, debiera acogerse como una hazaña antihomofóbica. Al personaje lo escuchó respirar Martí en charla con el general blanco Serafín Sánchez. De inmediato lo incitó a escribir una serie de crónicas sobre sus vivencias de la guerra. Sin exceptuar la del mambí gay las publicó en Patria y tornó a proponer en libro que editó: Héroes humildes. Ante estos trances, críticos en la academia norteamericana miran para otro lado. En tantas ocasiones va Cabrera contra la homogeneidad social, las razas trascendidas y la no inclusión, todas atribuidas a Martí, que casi fatiga.
Muy en el centro de nuestros días, el volumen lanza una andanada contra el artículo “Domingo del Monte, ‘¿El Más Real y Útil de los Cubanos de su Tiempo?’”, estrechamente engarzado con los negros y reflejo, según Cabrera, de la posverdad (mentira en sustancia) imperante en el globalismo, que comprende al movimiento woke, el “mayor peligro que ha acosado a la humanidad desde que existe civilización”.
Reflexiones martianas sobre los negros en Estados Unidos aparecen por doquier en el volumen, que enlistamos, como lo anterior, sin orden: John Brown, Henry H. Garnet, la colonización (sobre todo presión para que los afroamericanos abandonaran su país), y Frederick Douglass; polémica con Carlos Ripoll en torno a una crítica martiana contra Abraham Lincoln y donde, de paso, le clava el poeta un largo alfiler a George Washington. Se agrega un análisis del mito o ideología de la Causa Perdida (conocida como Lost Cause), y sobre esta un breve cotejo entre Douglass y el cubano. Amén de la concentración martiana en los principales héroes norteños, se ofrece un boceto que podría inscribirse como radiografía moral y ética de Jefferson Davis, presidente del Sur durante toda la guerra civil. Por zona diferente, Cabrera responde a una pregunta que estaba en el aire y allí continuó por décadas: ¿Por qué Martí silenció el apoyo político de los afroamericanos a la guerra cubana de emancipación?
Las opiniones del luchador acerca del resbaladizo ideólogo Henry Grady, la crónica “El terremoto de Charleston” y el revival confundido con el spiritual por la avisada Juliette Oullion, y también fusión de tradición religiosa africana y cristianismo, así como el concurso llamado Cake Walk (“baile del pastel”), se suman a, en el capítulo bautizado, “La risa del negro en el teatro del mundo”, afín a nociones de Mijail Bajtín.
Si el lector de esta reseña guarda duda en torno a la singularidad de Gargantas sofocadas, bastaría indicar que cuando Martí se refiere en lógica temporal a la resistencia como “perenne” y “eterna”, o cuando concluye que la discriminación puede disminuir y recular, pero también intensificarse, lo que indica con la frase “las vueltas de la preocupación” (el vocablo preocupación era sinónimo de racismo), precede a profesores muy notables como P. A. Taguieff y Eric Foner, quienes propusieron criterios semejantes a finales de la década de 1980. Paralelamente, desarrolla la necesidad de “la vigilancia” en cuanto a racismo y otros problemas sociopolíticos. Texto sin rival en la historia de esas luchas, en “Los pobres de la tierra” condena a “la soberbia, que sujeta y deprime”.
Para el Epílogo, “Universidad, Lacan, Globalismo”, se propone un esbozo del contexto sobre los últimos años en que Gargantas sofocadas fue escrito. Explica si con el globalismo se ha incrementado la crisis del conocimiento que se ensancha en la academia estadounidense, que Cornel West perfiló de “moribunda” ya en 1989. Es una crisis que afecta también a las ciencias sociales y humanísticas en Occidente, resultado de la ideologización, absurdos consensos izquierdistas y de la más de una vez cruel estrategia política de una gavilla de superpoderosos, y sus instituciones y dineros, que pretenden controlar totalmente a los humanos, despojar de soberanía a las naciones y adueñarse del planeta. El eje de este proceso hay que buscarlo en el sometimiento del Partido Demócrata a esa claque.
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Aún no hemos mencionado los dos capítulos a nuestro juicio más novedosos. Ambos se titulan “Una Pretensión Comparatista” y en los cuales se ponen cara a cara al eminente pensador y activista afroamericano W. E. B. Du Bois (1868-1963), y a Martí. La comparación gira sobre la raza negra y el racismo. Incursiones basadas en lecturas frívolas han mirado por un instante a los dos y el resultado invariable es la superioridad “inconmensurable”, se afirma en una de ellas, de Du Bois sobre Martí. Dichos capítulos se basan en la indagación canónica The souls of black folks, publicada ocho años después de la caída del poeta en combate, y en profesores afroamericanos de la envergadura de Henry L. Gates, Jr., y Cornel West, que escribieron a dos manos The future of the race, a la que añaden obras aplaudidas por su talento y honestidad.
Si el coincidir emerge cuantioso, las diferencias son sorprendentes. Martí supera en radicalidad al paradigmático Du Bois, mientras éste deja atrás al cubano por su especialización académica, que en cierto sentido también lo enfrenó. Veámoslo en un aperitivo a contrapelo de las abundancias que brinda Cabrera. Si en The souls of black folks nunca se afirma la decisión de morir por el derecho de los negros, Martí sí lo hace. Solo citaremos tres. Él se encuadra entre los que “…están prontos a morir por el derecho del hombre, sea negro o blanco”. Y en similar impulso: “Volverá a haber, en Cuba y en Puerto Rico, hombres que mueran puramente, sin mancha de interés, en la defensa del derecho de los demás hombres”. En artículo en Patria cita a Rafael Serra, quien ha publicado un opúsculo donde asegura que si los cubanos independentistas “luchan por obtener una libertad a medias, una libertad exclusivista, una libertad ‘sin todos ni para todos’, lucharemos y volveremos a luchar, moriremos luchando”. Se ha dicho, también a través de Du Bois, que la virilidad (anteponer la hombría) demostrada contra la discriminación es inexistente en el poeta. Esto es falso de toda falsedad, subraya el autor, quien prueba que la intensidad viril del blanco Martí es mayor y además la reconoce en el Directorio de Sociedades de Color que dirige su amigo Juan Gualberto Gómez. Más que curiosidad, por cierto, es la intervención de Martí en los días fundacionales de La Fraternidad, primer paso de lo que será un continuun, anota el ensayista.
Mientras el caribeño refuta tres veces la existencia de razas, en el afroamericano el asunto, considerado vital para cualquier análisis, se enreda en una polémica inacabada hasta hoy entre la crítica. West reconoce, por otro lado, que en dieciocho ocasiones Du Bois denota el cuerpo de la raza como falto de gracia o belleza. Martí, al contrario, descoloniza ese cuerpo y destaca numerosamente su “beldad”, según ya mencionamos.
En larga conversación antes de escribir esta reseña el investigador enfatizó en que otros avances de Martí respecto a Du Bois bracean en aguas de interés histórico. Insertamos varias en forma de pregunta: ¿Sugirió el poeta la famosa “double consciousness” dubosiana? ¿Existen distinciones en torno a cómo abordaron el dispositivo del delincuente negro? ¿Aludió el bardo a “millones” “de hombres negros castrados”, “acobardados por completo debido a la sumisión”, o prefirió honrar la valentía del afroamericano, del masculino en general de la raza y de la mujer, como en el caso de Mariana Grajales? ¿Vio en la iglesia negra en Estados Unidos signos de protesta? ¿Se anticipó a un descarnado reportaje en la revista The Crisis, dirigida por Du Bois, sobre un negro quemado vivo?
La frecuencia y fiereza con la que golpea al supremacista –le dice hasta “imbécil”– no halla punto de comparación en The souls of black folks. Henry L. Gates destaca que Du Bois intentó persuadir incluso a los más escépticos u hostiles racistas, pues parece aceptar –añade el profesor de Harvard– la “racist premise” de que el pueblo negro necesitaba liderazgo social más que la mayoría de los grupos, ya que no tenía tradiciones, costumbres o fuertes lazos familiares.
El escritor de Gargantas sofocadas entiende que para ahondar en los contrastes y afinidades entre Martí y Du Bois habría que completar un libro de tomo y lomo. Aquí no debe ausentarse que las nociones problemáticas que se endilgan a Martí son, hasta determinadas épocas del siglo XX, más y más graves en el afroamericano. Y conste que Cabrera nos confesó que se siente martiano y dubosiano, pues tiene muy en cuenta el peso enorme de los contextos que Stuart Hall procuró como meditación radical, además de la imposibilidad de no equivocarse en tema muy complejo donde ambos abrían brechas al futuro. A Martí, como al autor de Black Reconstruction in América (1860-1880), ajusta la frase dedicada a éste: los dos son titanes del pensamiento.
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