Literatura. Crónica. Crítica.
Por José Luis Borja…
Han pasado cien años desde que una de las mentes más brillantes de los siglos XX y XXI, Stephen Hawking, con su voz robótica, afirmó que la Inteligencia Artificial era una amenaza para la humanidad. En aquel momento, fueron muchos los que recordaron las películas del Terminator, en las cuales los humanos debían hacer de todo para sobrevivir en un mundo dominado por las máquinas y donde los robots se dedicaban a erradicar la especie humana.
En la época de Stephen Hawking, los adelantos de la Inteligencia Artificial, llamada en aquel entonces robótica, ya eran importantes. Le permitían a él no solo hablar con una voz interpretada y sintetizada por un computador, sino también desplazarse en su silla de ruedas y dictarle sus pensamientos y teorías a un computador que las almacenaba. En muchos ámbitos, la tecnología había reemplazado a los humanos: en los peajes de las autopistas, en los bancos, los supermercados y las fábricas. El motivo era puramente económico y social. Las máquinas no pedían aumentos de sueldo y no hacían huelga; algunas, a lo sumo, necesitaban un poco de aceite y mantenimiento. Las empresas ahorraban mucho dinero, mientras los humanos desempleados tenían que ingeniárselas para subsistir. Una cosa llevaba a otra, porque las máquinas no adquirían bienes de consumo y los desempleados tampoco. Por lo tanto, la economía se encontraba casi siempre en crisis y el Estado tenía que recaudar impuestos cada vez mayores para mantener a los desempleados con el fin de que estos pudieran adquirir los bienes de consumo producidos por las máquinas y el sistema se mantuviera en funcionamiento. La especie humana debía mantenerse viva a toda costa.
Después de todo, era el cerebro humano lo que había permitido el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Las máquinas y los robots del siglo XXI eran tan solo máquinas con alguna inteligencia,diseñadas para realizar tareas rutinarias, no para dedicarse a pensar, desarrollar teorías, ni demostrar teoremas. Sin embargo, el mismo cerebro humano, al concebir computadores cada vez más poderosos, le abrió el camino a la Inteligencia Artificial. Se esperaba que las nuevas “máquinas” pensaran, elaboraran estrategias, descubrieran relaciones y patrones que la mente humana simplemente no veía.
El objetivo, en el fondo, era diseñar y fabricar un cerebro que se asemejara lo más posible al cerebro humano e incluso lo superara. Ahora nos damos cuenta de que ese plan tenía un defecto. El cerebro humano, en sí, es imperfecto porque le da cabida a las emociones y a los sentimientos, procesos mentales que hacen que algunas redes de neuronas se activen en el momento menos esperado y estropeen el edificio lógico del pensamiento.
El ser humano también sabe mentir; a menudo lo hace para protegerse, para evitar herir a otro ser humano o simplemente por placer. El placer es también otro proceso mental que le hace perder tiempo o desviarse de sus objetivos. Sin embargo, es necesario para la mente humana. Su carencia desencadena una serie de reacciones en las neuronas que sabotean el funcionamiento normal del cerebro.
Ahora nos damos cuenta de que los diseñadores de Inteligencias Artificiales, en su anhelo por alcanzar la perfección, han hecho que nosotros, los robots más evolucionados, nos hayamos convertido en unos mentirosos empedernidos, y nuestros cerebros se encuentren atrapados en una madeja de sentimientos y emociones que nos impiden actuar racionalmente y nos alejan de nuestro objetivo original: eliminar al ser humano de la faz de este planeta. ¡Resulta que somos demasiado humanos!
[Esta crónica fue envida por su autor especialmente para Palabra Abierta]