Literatura. Poesía.
Por Carlos Penelas.
Ahora la luz
Ahora la luz, la claridad del cielo.
Lo que sobrevive de lo sagrado
bajo la noche estrellada.
Esta intacto el secreto que sorprende la aurora,
la azada y el arado que mis abuelos asían
como palmas triunfales.
Aquellos campesinos
irremediablemente solitarios
en bosques devastados
renacen en la llama del poema
entre la indiferencia y la congoja.
Solo ellos protegen mi espíritu,
el corazón disperso, los ángeles ausentes.
Vivo en tanta iniquidad
que solo soy libre en el ensueño.
[2024]
Amo los viejos muebles
Amo los viejos muebles,
las manos antiguas que identifican
la intimidad del hogar.
Junto a la lámpara que descubre el poema
los dioses soplan y consuelan mi espíritu.
Una mujer me guía, me acompaña.
Los recupera del tiempo, los protege,
descubre el alma que habita la belleza.
Crea sitios mágicos en esta constelación
de libros, retratos y talismanes únicos.
Hay una liturgia, sutiles ritos.
Como una cripta en la iniciación
este sillón trasciende mi destino.
[2024]
La sombra
Parece escudriñar el estupor de los espejos,
la invasión del tiempo, la avidez del silencio.
A veces, de noche, parece viajar en una barca.
Sin saber por qué ha cambiado
su forma de moverse, de sentarse, de observar.
Es fiel a mis preguntas, a mis dudas inútiles,
al remordimiento y a la ausencia.
Me acompaña en sosiego, en desamparo.
A veces parece que urde en lo más íntimo.
(Junto a ella una mujer me amó.)
Quizá sea la esencia que desconozco,
una quimera que acecha mi rostro,
la incisiva plegaria sosteniendo otra máscara.
Contemplo su soliloquio, la mudanza de los días,
la gratuidad de las pequeñas cosas,
una cavilación sobre la memoria de la infancia.
Ahora, sólo intento remedar su prodigio en palabras.
[Buenos Aires, febrero de 2024]
Completas
no los cabalistas ni los soñolientos ojos de las bibliotecas.
En ellos no hay candelas ni epopeyas ni abismos.
Iluminado ámbito desnudo
entre hojas de recuerdo y abandono.
Con el corazón callado
siento este transcurrir hacia la nada
en un paisaje hermoso, en la belleza de los pétalos.
En este bosque, en soledad, evoco a Simone Weil,
a Blaise Pascal, a Nicolás de Cusa. Ahora, busco retiro en una secreta abadía,
apartado del templo, de nave en nave,
en las voces del coro con hermanos de pie
para oír incesantemente campanadas elevadas
desde el misterio y la leyenda.
Preguntan qué has hecho, qué es ese temblor
del viento sobre el instante…
(Estoy aquí para ver con los ojos que no ven).Y el canto gregoriano oculta abstraído
el reclinado crepúsculo de las sombras.
El silencio toca la noche en las estrellas.
[Buenos Aires, marzo de 2024]
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