Cuando las llamas extinguidas reviven

Written by on 15/07/2019 in Historia, Literatura, Reseña - No comments
Historia. Literatura. Reseña.
Por Eduardo Lolo.

Pedro Gómez Manzanares y su esposa Pilar en 2018. Foto de Circe M. Lolo.

Publicado por la Editorial Punto Rojo, en Sevilla, España, 2017.

Hay libros que, por sus títulos y el diseño de sus portadas, anuncian o prometen mucho más de lo que los lectores encuentran en su andar página adentro. Otros, por el contrario, ocultan tras un título fundamentalmente informativo y la sobriedad de la cubierta todo un contenido que rebasa las expectativas de quienes se dan a la tarea de zambullirse en su fiesta de palabras. Con los primeros, resulta muy difícil exorcizar la frustración de encontrarse con un magro convite donde se esperaba todo un banquete de ideas y vocablos de satisfactoria lectura. Los segundos sorprenden placenteramente y propician una positiva respuesta del lector que “recrea” el texto escrito en soledad y que queda ya, al doblar de cada pliego, acompañado del grato reconocimiento de los leyentes. Tal es el caso de ¡Arden los teatros madrileños! (Crónica de sus incendios), de Pedro Gómez Manzanares, editado en Sevilla por la Editorial Punto Rojo en 2017.

El autor es un madrileño de pura cepa que se las ha arreglado para vivir en su ciudad en eras diferentes. Recorre las calles del viejo Madrid lo mismo acompañado de fijas memorias de otros tiempos que del siempre efímero presente en camino ineludible hacia el pasado. Su MBA en la Universidad Politécnica de la urbe capitalina, y su trabajo oficial de muchos años, no preludiaban su vocación de historiador: Ingeniero Superior de Telecomunicación; aunque lo de “comunicación” pudiera haber servido de pista para el cultivo de una afición que sobreviviría la profesión ejercida: Gómez Manzanares comunica el pasado haciéndolo presente. Su punto de partida fue el género artístico madrileño por excelencia: la zarzuela, de quien es uno de sus críticos e historiadores más destacados, como lo demuestran sus artículos aparecidos en revistas impresas y virtuales. Su primera obra, titulada Felisa Herrera: musa de la zarzuela, va mucho más allá de la biografía de una actriz; al final termina como la del género al que tanto aportara la “musa” reaparecida en la semblanza.

En este, su segundo libro publicado, Gómez Manzanares va de personas y personajes sobre el escenario al medio físico en que se desarrollaran; pero no en el jolgorio de las puestas en escena y los cumplimientos satisfechos de audiencias de épocas disímiles si bien imbricadas por la alquimia atemporal del arte. Comedia y tragedia, venturas y desventuras son, en la vida real, los dos rostros del Janus del tiempo; que incluye el arte. En esta obra el sonido de los aplausos y las carcajadas son sustituidos por el crujir de las tablas en llamas y los alarmados gritos de los espectadores pidiendo auxilio; las brillantes luces de las candilejas, por el ennegrecido humo de lo que fueran telones y butacas. En no pocas ocasiones, de la diversión se pasa al terror, como cuando los asistentes tratan de huir, despavoridos, en avalanchas humanas deshumanizadas por el pánico colectivo. Caen las escenografías ardiendo en desnudas columnas de mármol de atrezo mostrando su endeblez de cartón; suenan, casi siempre con atraso letal, los silbidos de alarma de los gendarmes; todos huyen despavoridos, perseguidos por llamas incansables, tratando inútilmente de respirar el aire por sorpresa sólido en su negrura. Finalmente, al amanecer real que tratara de sustituir por adelantado el resplandor de los incendios, solo subsisten de los teatros las cenizas humeantes de sueños convertidos en pesadillas.

Todo lo anterior emerge en cada página descrito con lentes de actualidad. Más de 40 incendios ocurridos en teatros madrileños, desde principio del siglo XIX hasta 2005, vuelven al presente con sus llamas revividas. La minuciosidad de la investigación asombra por su falta de rigidez, muy común en los textos históricos. El resultado es una lectura fluida, antípoda del aburrimiento. Las fuentes fundamentales de Gómez Manzanares fueron las crónicas periodísticas contemporáneas de los siniestros, pero en la edición del autor pierden la amarillez inherente a los archivos de vetustas hemerotecas, pues tal parece que fueron “publicadas” hoy en día para un lector que da la impresión de haber cambiado el metro subterráneo por una especie de máquina del tiempo.

La pieza que nos ocupa, sin embargo, va mucho más allá de ser una crónica de los incendios que anuncia el subtítulo. Madrid toda arde, pero de historia. El autor no oculta las insuficientes medidas preventivas o la falta de una rigurosa aplicación de las mismas, particularmente en el siglo XIX e inicios del siguiente. Los más importantes personajes relacionados, directa o indirectamente, con los siniestros y sus entornos cronológicos, forman parte del marco epocal de los teatros consumidos por las llamas. Políticos, escritores, artistas, funcionarios y héroes anónimos nos completan una visión de conjunto que garantiza la autenticidad de cada relato. Porque es el caso Gómez Manzanero, a su pormenorizada narración de los incendios, añade la descripción del impacto social, cultural, político y financiero de estos, así como los autores y obras representados en los escenarios desaparecidos, particularmente en su última función, a veces truncada; las ovaciones a medio camino malogradas. Queda igualmente registrada la solidaridad de colegas y admiradores de los artistas y empresarios afectados, las donaciones de ricos y pobres para los damnificados y/o la reconstrucción de los edificios perdidos, etc., etc. En su minuciosidad, el autor reproduce anécdotas que habrían quedado en el olvido, como la del torero Darío Díaz Limiñana, quien salía de un café, donde se solazaba con amigos, cuando se percató de los inicios del fuego que consumiera en 1903 el Teatro Dorado y, lejos de huir, corrió directamente al lugar del incendio y fue casa por casa en los edificios colindantes dando la voz de alarma, donde en una de ellas tuvo hasta que derribar una puerta para que salieran sus ocupantes. La labor abnegada de los bomberos y personal de emergencias ocupa, con justicia, un lugar preponderante en toda la obra. Abundan sus nombres, hoy rescatados del olvido.

Otro aspecto a destacar de ¡Arden los teatros de Madrid! es la profusión de ilustraciones. El capítulo 10, titulado “Imágenes para el recuerdo”, a lo largo de 20 páginas reproduce viejos grabados y fotos de las salas siniestradas. Previamente, en la crónica de cada teatro, aparece su ubicación, pero no en mapas de la época, sino superpuesta en planos actuales donde pueden identificarse hasta las estaciones del metro cercanas. Este detalle permite al lector de hoy identificar con facilidad el lugar donde estuvo la edificación ahora inexistente, pero remanente en esta larga crónica como una sombra tenaz que no pueden conjurar, a pesar de su solidez, las nuevas construcciones.

Terminada mi lectura, pude comprobar que este segundo libro de Pedro Gómez Manzanares tiene un solo defecto: que, a pesar de todo lo que falta por escribir sobre la escena madrileña y su historia, no anuncia un tercero. De ahí que sus lectores no puedan ni siquiera conjeturar cuándo tendrán el próximo en sus manos. Pues es el caso que, parodiando la conocida expresión atribuida a Enrique de Borbón o de Navarra, puede decirse que Madrid bien vale una (otra) obra… como esta. Quedo a la espera.

[Miami Beach, verano de 2019]

 

 

 

 

 

©Eduardo Lolo. All Rights Reserverd

 

 

 

About the Author

Dr. Eduardo Lolo, autor de una decena de libros de historia y crítica literaria, Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio. Comendador Gran Placa de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V de la Sociedad Heráldica Española. (http://eduardololo.com).

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