Medidas propuestas contra el cambio climático, para empezar. La Convención de Naciones Unidas, en Río de Janeiro y ratificada por 197 países, data nada menos que de 1992 (¡casi 30 años atrás!); 6 años después el Protocolo de Kioto —del que EEUU se retira en 2001— y, por seguir con reuniones y declaraciones de buenas intenciones, en el Acuerdo de París (2015) la UE propone finalmente una Hoja de Ruta ¡para 2050!, pero, eso sí, haciendo énfasis en la urgencia de las medidas a tomar aunque, a lo que parece, no vaya de unos grados más, con lo que se hace patente que lo de banalizar el mal no fue sólo cosa del nazi Eichmann.
Se ha repetido hasta la saciedad que disminuir el flujo de emigrantes pasaría por decididas actuaciones en apoyo de los países de origen, pasto de la corruptela de sus gobernantes y de pingües negocios por parte de las naciones más ricas; sin embargo, los diamantes o el coltán siguen gestionados por el primer mundo, y al que llamamos en vías de desarrollo —por un decir—, devoluciones de los huidos o mano de obra barata si consiguen la permanencia tras llegar. Y de quedarse donde nacieron, de momento su inmunización frente a la covid poco más que una quimera, porque la pandemia ha supuesto también ingresos millonarios (test diagnósticos, empresas fabricantes de las vacunas…) que seguirán en aumento siempre que se vendan a quienes puedan pagar por ellas y, en dicha línea, el rebaño a inmunizar excluye en buena medida a colectivos que no dispongan de fondos. ¿Que una pandemia global no puede controlarse a través de una vacunación discriminatoria? Pues, al igual que con el cambio climático, sin prisas cuando éstas puedan afectar al bolsillo de los gestores y sus adláteres.
Y entrados en crisis, es obligado referirse estos días a la ocurrida en Afganistán tras sucesivas invasiones y retiradas. Rusia salió de allí a mediados de los 90 y EE.UU., en esa filfa de la “Guerra global contra el terror” que encabezara Bush tras el 11S, abandona transcurridos 20 años y deja vía libre a los muyahidines para sembrar de nuevo el territorio con asesinatos y violaciones de los más elementales derechos. “La culpa es de Trump”, se excusa Biden; “Haremos cuanto podamos”, exclaman los de más acá, pero sabido —como sentenciase Galbraith— que la política es hábitat natural de fulleros y sinvergüenzas, prestos al contubernio en cualquier ocasión, los talibanes tendrán sin duda terreno abonado a sus nefastos designios, algunos haciendo la vista gorda y otros incluso con temporales alianzas por razones varias: el bloqueo preferente a quienes dificultan su supremacía (EE.UU., en el caso de China) o, por lo que hace a Rusia, la cercanía y posibilidades de negocio estarán en la base, como ya han afirmado, del reconocimiento de ese nuevo Gobierno de maneras ultrafascistas.
Las reservas de cobalto, cobre, hierro, litio, gas y petróleo que atesora Afganistán, atenuarán cualquier diferencia con otros Estados, y no habrá violencia ni masacre que impidan la tolerancia a semejante cohorte de descerebrados. Su ideología será compatible con cualquier otra si hay ganancias de por medio, y se hará evidente una vez más, como en los mencionados escenarios de vacunas, cambio climático o inmigración, la razón que asistía al poeta cuando escribió que izquierdas y derechas, unidas, jamás serán vencidas. Por más que la temperatura del planeta pueda terminar con el sapiens, el virus se multiplique en las naciones más pobres o las uñas pintadas de las afganas lleven aparejada la amputación de sus dedos.
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