Hemos decidido cambiar de domicilio con el trasiego que eso conlleva. Y a quien se haya visto en la tesitura, ¡qué le voy a contar! A mí me corresponde empaquetar unos cuantos miles de libros; los acumulados en todos estos años y cada uno tiene su historia: leídos, pendientes, subrayados, comprados en tal lugar o regalo de… El caso es que, incapaz de prescindir de cualquiera de ellos y poco dotado por la naturaleza para los trabajos manuales, decidí hace unas semanas y en lugar de comprar cajas para armar, hacerme con unas cuantas de las que sacan martes y viernes los comercios y bares a la acera, para que sean recogidas por el camión de la basura.
Aprovechando mi hora diaria de paseo y de regreso al coche, recojo esos días cuatro o cinco que vacío previamente de papeles y desperdicios varios.
En esas estaba la pasada semana, sudoroso tras unos cuantos kilómetros, vestido de trapillo y removiendo el montón frente a un colmado del pueblo vecino, cuando acertó a pasar por allí una antigua conocida (hace ya años que no la visito profesionalmente) que, tras detenerse sorprendida, miró de arriba abajo mi lamentable atuendo y, a un tiempo, los desechos que me rodeaban. Seguramente pensó que las cosas no me iban demasiado bien y, por lo que a mí respecta, el ser reconocido no me produjo en modo alguno ese plus de autosuficiencia y satisfacción que, según dicen, lleva aparejada la fama. “¿Cómo le va?” -me preguntó tras los saludos de rigor-.. “Pues ya ves: cogiendo unas cajas para libros…”. “Ya… Pues nada… En fin… Si necesita algo ya lo sabe…”. Al despedirse volvió a echarme un vistazo y estuve seguro que la imagen había suplantado la realidad a mi pesar (lo que, dicho sea de paso; es justo lo que desean los políticos).
Esta mañana ha pasado en coche a mi lado y sorprendido de nuevo en plena faena. No se ha detenido, pero tras bajar la ventanilla y con voz que denotaba compasión, se ha ofrecido para invitarme a desayunar la próxima vez. O a comer, si lo prefiero. Debe creer que, desde hace un tiempo, voy de mal en peor y no me extrañaría que me figure a no tardar en una caja, pero no de las que recojo sino de madera: muerto de hambre. Tampoco es que empiece a resentirse mi autoestima, pero cuando volvamos a encontrarnos he de intentar convencerla de la verdad y acabar de una vez con el poema de Machado: Oscura la historia / y clara la pena. Mis agobios por la mudanza y su aflicción, quiero decir. No sé si podré conseguirlo aunque se me ocurre que, en lo sucesivo y hasta desfacer el entuerto, debiera pasear y recoger las cajas con traje y corbata. Y es que me sabe mal que sufra por mi supuesto pordioseo. ¡Coño de libros!
©Gustavo Catalán. All Rights Reserved