La literatura creada por Carmen Alea Paz es una expresión básicamente testimonial de un tiempo que se reevalúa desde la perspectiva crítica que quiere darle un valor a los hechos sin que prevalezca el interés ideológico por encima de la visión humana de la autora.
Indefectiblemente, Alea Paz es la voz de las mujeres de esa época de crisis que en la premura y ruptura abrupta de un estado político a otro fue dejando sin cotejar los procesos sociales, psicológico, cultural y humano que las mujeres de esos años iban determinando y protagonizando. Casino Azul(2004) no se aleja de esta perspectiva y va dirigida a un lector que, como en el caso de quienes se iban sensibilizando y aprendiendo de las historias y temas de interés de las mujeres como protagonistas del mundo en cambio que mostraban las revistas femeninas, es capaz de comprometerse y dejarse sorprender.
Casino azul es la historia de una mujer cubana, cuya vida está marcada por la crisis. El mundo donde se desenvuelve la trama está sujeto al proceso de cambio que va transformando la ciudad de La Habana, de una comunidad provinciana en una urbe burguesa y moderna azotada por los remezones políticos del gobierno de Batista y la insurgencia de la revolución representada por Fidel Castro.
La historia, sin embargo, no es tan simple. El mundo personal que plantea la reflexión de Alba, la protagonista, no puede ser entendido sin ese reflejo social y la disquisición política que lo acompañan. En primera instancia, está el ámbito personal del desencanto y desarraigo de la protagonista que quiere dejar de ser objeto (cuerpo) para ser reconocida como un ser con conciencia (testimonio) y narra una tragedia que se anuncia desde el primer monólogo interior que comienza la novela en el que el interlocutor es el lector, espectador y confidente de lo que pasa:
“¿Cuándo se esconderá el sol? Yo, que siempre he amado su luz, hoy quiero que se apague para escapar” (9). El mundo social que se revela es el de la mujer de los años 50 y principios de los 60, que estaba viviendo como género y como clase su propia revolución no sólo en el sentido cultural, sino en el ideológico. En ese momento las mujeres tenían acceso a las profesiones liberales, competían en el mundo laboral con el hombre y se liberaban del yugo masculino y los patrones impuestos por la ideología dominante. Se explica el entorno político de la conmoción de una dictadura cada vez más opresiva que iba minando la bonanza económica que experimentaba la isla y validando la necesidad de un cambio, representado aquí como la otra cara de la misma moneda en la que sólo se sustituyó el discurso para continuar la represión y el aniquilamiento de un proceso humano y cultural abortados.
Rey es el protagonista de la historia que cuenta Alba, logro narrativo en la novela cuya estructura es contar otra historia dentro de la propia. La unidad y sentido están determinados por el hecho central que es la vida y muerte de la antiheroína. El amante es un hombre de una posición económica sólida, un empresario y donjuán que aparentemente lo tiene todo, porque lo compra todo; es la figura central de la ciudad burguesa por ser el ideal de poder; detenta no sólo la capacidad económica, sino también el poder de seducción, la cultura y el encanto de un protagonista de telenovela, pero quien va siendo descubierto, des-configurando y revelado por la voz de la mujer madura que al revalorar su propia vida descubre al verdadero ser degradado, al verdadero antihéroe incapaz de superar la alienación, la pérdida de valores humanos, la degradación de la sociedad de cambio: no es un ideal, es un producto de la tragedia social del siglo XX: todo lo que toca lo compra, lo posee, lo usa, lo manipula y lo desecha. “A Rey le importan más la posición y el dinero que el amor de una mujer”(18).
La novela plantea que no ha existido un espacio enriquecedor aún para la mujer ni antes ni después de la crisis, y que aún ella está luchando por crear un equilibrio entre su ser y su medio. La presencia de la ciudad es constante, la clase media es la que suscita la verdadera revolución de la década con sus ideales de “superación y progreso”(36). Revistas como Romances se ocupan de captar este cosmopolitismo haciendo alusión a otra intertextualidad: “Soñar tras la vitrina”, artículo que en realidad existe y que incluye la voz de otra narradora que valida la historia que se cuenta (36-37). El periódico y más tarde la revista de esos años de constantes cambios y masificación de la información son el reflejo de esa conciencia institucionalizada que iba evolucionando de acuerdo al proceso impuesto por la visión del mundo del grupo que representa. En los años 50 y 60, con la modernización y el ansia de progreso, ideales de la sociedad de consumo, y los medios de difusión masiva, la revista de tono intimista fue asumiendo un papel decisivo en el ámbito femenino.
La mujer ya era un elemento primordial en el mundo del consumo y a su vez existía la necesidad de permear este grupo que empezaba a sobresalir para convertirse en un eco de sus necesidades y sus anhelos. En Cuba revistas como Vanidades, Romances y Colorama iban creando su propio grupo de lectoras, y tenían que satisfacer esta demanda de intimismo y lograr el tono ideal de confidencia, con el propósito de convertirse en el reflejo del sentir y pensar de las lectoras.
Carmen Alea Paz era una joven escritora cuando incursiona en periódicos y revistas de La Habana, y su voz encaja en este afán de los medios de comunicación escritos por convertirse en un eco de las necesidades sentimentales de la mujer y también en guías de un comportamiento que cada vez entraba más en conflicto con los patrones impuestos por el statu quo que empezaba a ser revaluado.
Casino Azul recoge este proceso captando una imagen de la época que no puede ser pasada por alto, porque apunta a la necesidad de este grupo social y cultural de las mujeres de la clase media, de establecer una identidad, de lograr una presencia social que las reflejara y de tener una voz para compartir ideas. Como dice Rosalba Campra refiriéndose a la historia de la literatura latinoamericana y el andamiaje donde se monta que hay “una fulgurante apropiación de la palabra -de la capacidad de mensaje-; una demanda al otro para que se reconozca”, en su obra América Latina: la identidad y la máscara. (Siglo XXI Editores, México,1987) (18).
El tono intimista de la confidencia va a ser un elemento presente en el monólogo de Alba; su confesión llena de profundas reflexiones sobre la vida de la mujer y su sentido como ser en el mundo de los hombres está dirigida a un lector femenino; un lector que se solidarice y entienda el porqué de su decisión final y se haga eco por contraposición de la rebeldía implícita contra un mundo que niega a la mujer, que la transforma en el objeto del deseo masculino y que no le permite desarrollarse, ni trascender dentro del mundo que libremente ella quiera elegir.
El proceso de Alba es en términos generales el símil del devenir de una ciudad que se exilia de su propio proceso por una ruptura abrupta que la transforma a través de la fuerza y la violencia por lograr un orden nuevo que termina siendo la otra faceta de la tiranía: la revolución que cierra el cerco en aras del ideal y termina devorándose a sí misma y negando el ser que pretendía reivindicar. “Esa era La Habana de su adolescencia y juventud, que Alba recordaba ahora en su distante exilio mexicano. Su Habana coqueta y cordial. Una ciudad luminosa, llena de encanto, belleza y alegría. ¿A dónde había ido a parar todo? ¿Sus sueños, las ilusiones, la esperanza, el porvenir? Ya nada de eso existía. La maldita Revolución había acabado con todo”(37).
En el transcurrir de la historia de Alba (una mujer sin identidad, sin apellido) se va cerrando el círculo no sólo de la opresión social y psicológica, sino de la política. El lector testigo va comprendiendo a través de los datos políticos, que va creándose la crisis con la represión de los aparatos de estado y la policía de la dictadura de Batista, situación que afecta no sólo el curso de los negocios de Rey (símbolo de la libre empresa de la burguesía del momento), sino que también causa inestabilidad afectiva y emocional en la relación amorosa. Esta conmoción permanece y se exacerba cuando revienta de facto la revolución que ya se venía murmurando en el medio en el que se desenvuelve la protagonista: las voces que conforman la memoria de esta mujer relatan los hechos en segmentos que el lector debe organizar.
El último cerco que se estrecha hasta cerrarse es el de la revolución misma. Los personajes ya no sólo se sienten vigilados, sino que se ven perseguidos y expropiados, sin más alternativa que el exilio. Cuando Alba sale de Cuba queda excluida del nuevo proceso que va a dividir la identidad del cubano entre los de aquí y los de allá haciendo mucho más profundo el desencuentro.
La condición de poder económico, sin embargo, no puede dar a Alba una base cultural, emocional y psicológica que la haga sentir el arraigo a algo. Es una exiliada de su país, de su familia, de su sociedad en términos de ideales morales y éticos; es una exiliada de su relación desigual y negadora, y es una exiliada, en última instancia, de la vida que ella deseó y no pudo tener. Su frustración se equipara con la de su pueblo, Cuba está nombrada en la novela, están exorcizados sus fantasmas y están explicados los procesos de negación del ser que fue. Con la revolución se impone otro discurso que promete la reivindicación del ser humano y deviene otra forma de violencia y negación.
La obra de madurez literaria de Carmen Alea Paz se escribe en los años 90, sin embargo, ya había incursionado en el ámbito de la poesía y el cuento en La Habana donde publicaba en periódicos y revistas en los años 50.
Su obra se refiere a la época de la crisis y del cambio, pero desde la perspectiva del distanciamiento de los procesos decantados. Es inevitablemente una visión testimonial pero a su vez enmarcada en una conciencia crítica de los resultados de un proceso histórico ya concluido como propuesta social, política y cultural.
Sin embargo, no se puede enmarcar a la escritora en una ideología de izquierda o de derecha en un contexto dentro o fuera de la revolución, hecho ya superado por la misma realidad. Más bien debe ser revalorada como perteneciente a esa generación postmoderna que rescata el aspecto testimonial, el factor humano para hacer la autoevaluación del proceso histórico que se catalogó como revolución y se asume ahora como dictadura.
En su obra están implícitos y desenmascarados los discursos de esos dos mundos en conflicto y el rescate de lo humano negado en la palabra institucionalizada. Esto último hace que la palabra en la obra de Alea Paz sea un constante poner en claro y que su sentido sea la revelación. El tono íntimo, la confesión, la necesidad de dar un lugar a la mujer y a su entorno no es otra cosa que la tarea como intelectual y como creadora de apropiarse del sentido prohibido, del mundo negado y de la realidad en tanto hay “una palabra impuesta, o bien palabra negada… para afirmar la palabra original. Para ganar un espesor, un cuerpo. Para pasar de la invisibilidad y el silencio a la presencia y la voz” (Campra, op.cit. 104).
La novela es una visión testimonial desde la perspectiva de una mujer cubana; de allí la importancia de la re-visión histórica, social y política que se hace: en tanto reafirmación de una conciencia y apropiación de la imaginación. El hecho de mirar hacia atrás establece un proceso de distanciamiento que da valor a la propuesta crítica que se plantea.
En términos existenciales, es el cotejo del devenir del ser cubano: desarraigado por la palabra impuesta, aquí o allá, de su discurso y que se mira con desilusión porque el resultado no parece ser el triunfo del ser sobre el medio, sino la imposibilidad de ser en un estado supremo e inamovible, como si la historia se hubiese detenido: un suicidio existencial.
[Publicado por primera vez en Contacto Magazine, 18 de agosto de 2004]