Asunto peliagudo cuanto implique dependencia, porque pesa como una losa sobre quienes viven/vivimos en una isla o tantos otros que han de desplazarse lejos. Me refiero a los aviones y las maquinaciones sin cuento de las compañías para apretarnos, más allá de esos asientos donde no caben las piernas, el bolsillo con excusas varias.
Se basarán en el tamaño del equipaje de mano, la fecha en que se compró el billete, un suplemento por cambiar el vuelo… Desde hace pocas semanas y en Air Europa, la asignación de asientos es aleatoria y de preferir ventanilla, o pasillo por aliviar el menisco, se habrán de pagar seis euros adicionales en los trayectos nacionales y el doble si se trata de internacionales. En Vueling tutean a los usuarios por los altavoces aunque haya confianzas que den asco y de Ryanair para qué contar; una línea aérea que es el paradigma de la desvergüenza y engañifas varias para sacarnos cuanto puedan: bien a través del tamaño de la maleta que se pretende embarcar (rueditas incluídas en la medida), bien analizando con lupa el que se facture. Y todo lo anterior, sin entrar en retrasos, anulaciones o un espacio entre los sillones que se ha reducido al extremo de obligar a la contorsión.
No se trata, como escribía García Márquez, de que el viaje en avión sea tan rápido que llegue antes el cuerpo que el alma, sino que ésta, desde antes de saberse encogida entre dos respaldos y por incapaz de ausentarse del lamentable espectáculo, es por norma presa de un cabreo que no hará sino aumentar a partir del mismo mostrador del aeropuerto por las artimañas empleadas. Después, al poco y hasta destino, como en espera del siguiente guantazo. Y para acabarlo de arreglar, ha desaparecido Air Berlín, una de las pocas que daban la talla. ¿Por qué será que los mejores llevan siempre las de perder? Si hubiese que aventurar una respuesta, cosas del libre mercado. Supongo.
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