Existen innumerables motivos para sentirse acongojados, deprimidos u horrorizados. Enfrentarse a determinadas situaciones, a lo desconocido o aconteceres percibidos como amenazas, ciertas o presuntas, afecta a cualquiera, aunque la inquietud y su intensidad dependan de distintas variables y, entre ellas, del modo de ser y asumir lo que sucede, en directa relación con la personalidad de cada cual. En consecuencia, hay angustias inevitables y otras subordinadas a la subjetiva percepción. Entre las primeras, podríamos imaginar lo que deben sentir quienes ven cómo se acerca un incendio que amenaza con quemar su casa, los familiares mientras esperan la evolución de un ser querido ingresado en la UCI, esos millones de ucranianos obligados a huir del entorno que los vio nacer o, décadas atrás, aquellos judíos transportados, por el sólo hecho de serlo, a campos de concentración.
Por contra, hay veces en que el dramatismo con que unos visten el hecho sería, para otros – a veces una mayoría –, cuestión intrascendente y, para ejemplo, lo sucedido hace un par de semanas, cuando una vecina nos llamó por teléfono para decirnos, textualmente, que estaba presa de una insoportable angustia existencial motivada por la cucaracha aparecida en su cuarto de baño. “Bueno: tampoco es para tanto – le respondió mi esposa -. ¿Y qué piensas hacer?”. Pues he cerrado la puerta. No voy a entrar y, cuando tenga pipí, me iré a hacerlo a los lavabos del Corte Inglés. He llamado a mi prima, pero anda ocupada hasta la noche… ¿No podrías acercarte, o con tu marido, para ver de echarme una mano? Me siento fatal…
Compadecidos y entre sonrisas de incredulidad por aquella nimiedad convertida en odisea, fuimos a su casa, abrí el baño, la aplasté con la suela y, con un papel, al váter, mientras me decía con Gracián que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Fue tras volver a mi despacho cuando recordé lo leído días antes: que los humanos – así decía más o menos el artículo – se perfilan por su relación con el resto de los seres vivos. Ignoro si hemos reconocido derechos a las cucarachas, pero de ser así, ¿cómo seré juzgado por mi comportamiento con una de ellas? Sin embargo, y en todo caso, me sirve de consuelo el profundo agradecimiento de la vecina, que como recompensa ha prometido invitarme a un vino cualquier día de estos.