Llevo una temporada en que los libros elegidos no responden a mis iniciales expectativas y, si alguno no lo he dejado a la mitad, llegar al final ha supuesto una voluntariosa lucha contra el aburrimiento por esperar, dado el prestigio del/la autor/a que, pasado mi mal momento, unas páginas después comenzaría el hechizo. Lo que no ocurrió y, entretanto, el tedio prolongado durante horas.
Me ha ocurrido con el “Alfanhuí” de Ferlosio, “Al faro” de la Woolf y, en el ominoso silencio que acompañaba a mis frustradas expectativas, “Tiempo de silencio” de Martín Santos o “Silencio” de Clarice Lispector, por citar algunos silencios amén del mío. Como advertirán, los responsables de mis bostezos no eran unos pardillos en literatura y, por ello, me sigo preguntando si ha sido suya o mía la culpa de que se me cayeran de las manos.
¡Y no quiero imaginar si hubiese leído en Tablet y, por dormirme, el artilugio termina contra el suelo! El espíritu de las mencionadas obras se me antojó un auténtico coñazo y si -como dijera Trapiello tiempo atrás- no se puede leer sin entusiasmo, mejor me habría ido en los últimos meses una cura de sueño que esas páginas, quién me lo iba a decir, monótonas, sin chispa, reiterativas e incapaces en mi caso de herir o asombrar.
Y lo cuento aquí porque sigo sintiéndome incapaz de asimilar la falta de sintonía con esos próceres de las letras y que en otras obras leídas tiempo atrás no me causaron igual impresión. Es posible que eligiese mal o que, finalmente, llevase razón Josep Pla cuando sugirió que quien a los cuarenta años (o unos cuantos más) sigue leyendo novelas es idiota, aunque me cueste creer a quien dijo también que lo que gusta más a los hombres es la ópera, el vino dulce y las mujeres gordas. En cualquier caso, mientras me repongo y dado que la relectura es privilegio de la edad madura, he decidido, aunque sea por unos días, volver a Julio Verne y Salgari por ver si ellos, como ocurrió en el pasado, me devuelven el placer de decirse, al terminar: ¡Jo, quiero más! Y cuando ocurra, regresaré a los antes reseñados, no fuera a ser que haya sufrido, sin enterarme, de una insuficiencia cerebral transitoria.