Literatura. Poesía.
Por Carlos Penelas.
I
EN ESTA ORILLA DE LA NOCHE
Desde que te alejaste vienen los recuerdos.
Ese leve olor de tabaco recorriendo la casa
evocando al niño que dejó su aldea,
el árbol familiar, la iglesia románica, el jardín
donde la voz del abuelo llamaba siempre igual.
Aquí, en esta soledad, están los dominios,
la humedad en los pies furtivos, la escarcha,
mudas escaleras, lápidas que yacen
amparadas entre hierbas y aves.
La niebla donde la tierra palpita un mar.
¿Por qué vuelves esta noche,
en un paisaje donde moran otros cielos,
otros cuartos en silencios obstinados?
Espera, espera padre.
Es un sueño reciente donde de pronto
entró tu voz a mi cuarto rozando agua y muro.
Una historia, una misma soledad que me visita
entre alucinaciones y olvidos.
(Es sólo eso, nada más).
Ahora miro mis manos que envejecen.
Mientras, continúo buscando tu mirada
con avidez, desde el instinto del desorden.
Extraño destino es este esplendor
cuando todo se transparenta y huye.
II
ELEGÍA DEL MAR Y DE LA ROSA
1. He desandado el camino de leyendas,
descifrado relatos celtas.
Lloré de rodillas en el bosque de pinos,
desde un álbum familiar navegué
una barca de piedra en la tempestad.
Debo contarles, amigos, que mis mayores
escribieron sobre la tierra de lluvias
leyes de la piedad y de la muerte.
Descubrieron un hechizo, un unicornio,
la lumbre de la alcoba, caballeros medievales,
losas anónimas por el agua acariciadora.
Y la mar embellecía arenas. Infinita, silenciosa.
2. Los espectros santifican aquellas ausencias;
velan por mí imperceptibles nubes.
Veo vientos y olas y abandono.
Siento que el mundo ofrenda una fábula.
Antes creyeron en el trueno,
en la cosmogonía del mar o de la rosa,
la conciencia del vivir y del ayer.
Los observo en el destino del amor.
Ahora, es delicada y bella esta llovizna.
Abro los ojos al azar ante una luz tan alta.
III
A ANÍBAL VÁZQUEZ GIL
¿Recuerdas, amigo, las tarde de verano
mirando las flores, los tomates,
la acequia de la quinta de Lomas de Zamora?
¿Y el vendedor de globos, las muchachas
hermosas de los balcones altos?
¿O las valijas con la aduana de España,
el cine continuado, Buster Keaton,
el bar Dante, el ping-pong de los sábados?
Era la época donde el clown de la plaza
imaginaba trapecios, barquillos, azucenas.
Era la magia de la infancia
protegida en figuritas y baleros,
los pantalones cortos y los moños azules,
en la radio Tarzán y Poncho Negro.
Bellas estampillas de Londres o del Congo.
El olor de las panaderías,
las tardes donde padres y sueños
viajaban en tranvías, ventanillas libres
descubriendo perros extraviados
y obreros leyendo las estrellas.
Había un puerto, una fragata histórica,
un asombro de almacenes y de fútbol.
Decíamos Fangio, Grillo, Pascualito Pérez…
Era la época en que una ciudad
llamada Buenos Aires, iluminaba el cielo.
[27-2-2020]
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