Teresa Dovalpage: “Llevarás luto por Franco y otros relatos”

Written by on 24/12/2015 in Critica, Literatura - 2 Comments

Literatura. Crítica.

Por Waldo González López…

Teresa Dovalpage 2Llevarás luto por Franco y otros relatos

Publicado en 2011 por la editorial madrileña Atmósfera Literaria, el volumen Llevarás luto por Franco y otros relatos, de la escritora cubana residente en Laos, México, Teresa Dovalpage (La Habana, 1966) corrobora su calidad literaria, antes confirmada por varios conjuntos de cuentos, seis novelas y dos piezas escénicas.

El libro reúne once textos distribuidos en dos partes, cuyos respectivos títulos —“Cantos para viajeras” (con cinco narraciones) y “Sones para turistas” (seis)— dan un guiño cómplice al lector, aludiendo al poemario de Nicolás Guillén Cantos para soldados y sones para turistas (1937), rasgo que constituye el primer atisbo mordaz de los numerosos que aparecerán a lo largo del conjunto, como asimismo el empleo de «la literatura dentro de la literatura» (parafraseando el volumen teatral de George Polti), ya que reubica personajes, trasladándolos de un cuento a otro, tal también cerrando un relato como «otra vuelta de tuerca» (sic. Henry James), o regresando al inicio.

El retorno de la expatriada

Prosa integradora de «otras voces, otros ámbitos» (v.g. Truman Capote), evidencia desde el inicio el hábil empleo y el lúcido despliegue de recursos del posmodernismo, valores que corroborará con el muestreo coral del humor en su más amplia acepción, ya que explota hasta sus últimas consecuencia: ironía, sátira, burla, mordacidad, sin olvidar el nuestro: el cubano, típico y tópico de la particular idiosincrasia criolla, denominado con acierto por Narciso J. Hidalgo «joda con rigor», en su volumen Choteo. Irreverencia y humor en la cultura cubana (Colección Estudios Culturales, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, Colombia, 2012).

Una diversidad de temas —comprobables en la Isla con el continuo arribo de norteamericanos y otros turistas, en particular durante los últimos meses, tras la infeliz reunión del 17/12/2014, entre los gobiernos de USA y Cuba— es abordada por la autora, quien añade un elemento esencial de la cultura popular cubana, soporte del tono melodramático (cursi, kitsch), característico de nuestra idiosincrasia, del que se valdrá, incluso, para titular algunos de sus relatos: el bolero.

Valgan los siguientes ejemplos de la amplia y representativa comedie humaine nada balzaciana, sino eminentemente criolla, puesta en escena con suma eficacia por la Dovalpage:

1) funcionarios cubanos que laboran en otros países y no quieren abandonarlos, para no perder sus prebendas de vivir en el “odiado capitalismo”, tal lo denominara el hoy cadavérico Fidel en 1959, mantenido incluso durante su accidente e inmediata dejación del poder pocos años atrás, y solo traspasado a su medio hermano y no menos canalla Raúl, el 17 de diciembre de 2014;

2) jóvenes («luchadoras», según las definen sus padres y gran parte de la población cubana) que se prostituyen o casan con viejos extranjeros para poder abandonar el paupérrimo país y, desde otros ámbitos, ayudar económicamente a sus familiares;

3) los que parten, arrastrando consigo las creencias en fruslerías y futilidades (santería, espiritismo, teosofía…) limitantes que no les permitirán adaptarse a la nueva vida en los países a los que parten, para seguir atadas a su elemental existencia en la Isla;

El difunto Fidel C.

4) los viejos rencores a miembros de la familia, incluida la madre, guardados como penosos traumas y traídos a EE.UU. o a otras latitudes, donde serán vengados con insólitos resultados;

5) turistas llegados a la Isla con afanes investigativos o por puro placer a conocer in situ la horrible (ir)realidad —que ahora mismo provoca un nuevo y penoso éxodo de miles de cubanos a más de medio siglo de instaurada la ¿Revolución?— en la que incorporan, vestuario incluido, nuevos personajes en inesperados simulacros que les depararán situaciones ni siquiera imaginadas en La simulación por el narrador cubano Severo Sarduy;

6) turistas también llegados a la Isla tras la triste (pero cierta) fama de “paraíso del sexo”, entre ellos, no pocos pedófilos que, ansiosos de “carne fresca y barata”, cambiarán la libertad en sus países por la prisión de la Isla-cárcel, gulag interminable;

7) la frustración de ejecutantes de música clásica que, tras cursar estudios en el Instituto Superior de Arte cubano, ven cambiar su anhelado sueño: tocar el piano en una importante sala de conciertos en Europa u otro ámbito latinoamericano, para cambiar su idílico futuro de brillante ejecutante de Mozart, por la elemental plaza de pianista de un bar en un hotel habanero, donde deberá “amenizar” las noches de vulgares turistas, haciendo infinitas concesiones para conseguir algunos dólares;

8) los «secuestros exprés» y consiguientes robos (realizados por vagos y ladrones) a turistas, de los que pueden salir los tropicales hampones «con el culo roto» y muertos;

9) los también ladrones que, haciéndose pasar por turistas, se hospedan en casas de ancianas que alquilan habitaciones y supuestamente conservan algunas joyas…

A continuación, ejemplifico con algunos de sus cuentos, demostrando mi anterior planteo:

Ya en la primera pieza —que da título el volumen— Llevarás luto por Franco (dedicada a la destacada poeta, actriz y directora teatral Magaly Alabau), la Dovalpage inicia su saga con continuas alusiones/elusiones, que adoptan y adaptan su filiación con el posmodernismo y su principal ganancia: la carnavalización —Mijail Batjin y Julia Kristeva, mediante—. Veamos:

El texto (contado a su amiga Maruja por una niña cubana, hija de un periodista de Prensa Latina que vive, además, con su esposa en España) se inicia con una alegoría del primer verso de “Fiesta”, recordada canción de Joan Manuel Serrat: «Gloria a Dios en las alturas…», para enseguida pasar a la Cuba de los Castro: «Gloria eterna a los mártires de la Patria, dice el Comandante allá en Cuba, y también a los héroes del Cuartel Moncada y de Playa Girón.»

El matiz burlesco— imbuido de «la joda con rigor»— continúa con varias menciones: la del poeta izquierdista coruñés José Sanjurjo (1911) —quien residiera en Cuba desde 1918 hasta su muerte, en 1973—, como la (posible) de Francisco Franco, y las (verídicas) de Che Guevara y Fidel Castro: «José Sanjurjo dijo que con Paquito o sin Paquito y el Che dijo que hasta la victoria siempre con Fidel; aunque no Fidelito».

Los juegos de palabras, tan comunes en el habla cubana, asoman ya en el segundo párrafo: «En Madrid los apartamentos son pisos y las cañas se toman en lugar de usarse para pescar. A las chicas las llaman tías y nunca se ve el mar. (Mami me prohíbe que haga versos idiotas y yo los sigo haciendo; no lo puedo evitar).»

En el siguiente, continúa la ironía, que se desplaza de los cubanos a los españoles y, por supuesto, a los rusos. Así, monologa la chica:

España es el mundo al revés. Con decir que hasta en clases me viran la historia boca arriba. En La Habana Valeriano Weiler fue un carnicero que mató de hambre a un montón de guajiros cuando la Reconcentración, mientras que aquí fue marques de Tenerife, Grande de España y con más cruces que un convento. La maestra me advirtió que eso de carnicero era un insulto a la Nación, a la Patria y hasta a la Hispanidad.

Su padre —cubano oportunista como solían y suelen ser todavía los “funcionarios” (que no funcionan) en sus “misiones” o representaciones en el extranjero— es «revolucionario» y defiende en voz baja su ¿Revolución?

(Como otros escritores de la Isla, padecí tales personajillos en aeropuertos de Europa y Embajadas cubanas (recuerdo mi triste experiencia en Polonia, sobre todo), siempre cuidando los cargos para mantener sus amadas prebendas, defendidas con las uñas: vivir en el extranjero y demorar al máximo su regreso a Cuba).

   Mas, sigue la chica:

Ya me pasé un curso completo lidiando con maestros rusos cuando vivíamos en Praga y aquello fue de espanto. No había manera de que se me pegara el alfabeto y termine reprobando tres asignaturas.

   Prefiero hacer el cuarto grado aquí aunque las maestras me enmienden la plana de la Historia y mi padre me dé matraca cada tarde con ten cuidado, niña, no te dejes lavar el cerebro y recuerda que Franco es un gran hijo de puta. Así me dice, cosa más rara, porque es lo mismo que mi abuela, que se quedó en La Habana, me decía de Fidel.

—Tu eres pionera —machaca papi—, estés donde estés, y tienes que ser fiel a la Revolución y al caudillo.

   Aunque no al de España, ¡qué enredo!, sino al de allá, al de Cuba. Al que tiene barba y no es general sino comandante.

El humor —«la joda con rigor»— asimismo, aparece en las menciones a sitios y fechas históricas, como cuando al mencionar a Mangos de Baraguá, añade que en un examen: «Puse que españoles y cubanos se habían caído a mangazo limpio durante la Guerra de Independencia. Después me llevaron a la oficina del director por irrespetuosa. Cómo no te da vergüenza, muchacha, con el historial revolucionario que tiene tu familia».

Y sigue su delicioso relato:

Familia somos todos, Cuba y España, a pesar de los pesares, repite papi, y la sangre va por delante. Por eso aunque él es más comunista que los calzoncillos de Fidel (eso dice mi abuela) y rojo como la camisa bordada del himno aquel de todas las mañanas, no le molesta vivir y trabajar en Madrid a pesar de que Franco sea un tal por cual.

A diferencia del padre-funcionario, la madre detesta la Revolución y no quiere regresar jamás a Cuba. Por eso, le espeta al marido cuando él defiende al Líder, según narra la chica: «—¡Qué Fidel ni que ocho cuartos! —rezonga mami—. Anda a que te suban el sueldo que nunca alcanza o pedimos asilo político».

Asimismo, aparecen referencias a algunas de las torpes imposiciones del aún más torpe castrismo, tal la prohibición de escuchar The Beatles, entre los años 60 y los 80, experimentada por tantos adolescentes y jóvenes de la época, como este crítico quien, por oír a hurtadillas algunas de sus canciones, durante sus estudios de Francés en el Instituto de Idiomas «Máximo Gorki», sería expulsado, por además confesarle a su mejor amiga entonces: «Viet-Nam me tiene hasta el tope». Y tal condiscípula, en un vil gesto propiciado por las “enseñanzas del hombre nuevo”, luego lo delataría en una asamblea de 1966, presidida por el excomandante del Ejército Rebelde y entonces Ministro de Educación Belarmino Castilla.

Le sigue «El retrato astral (Fábula post moderna y multicultural)», monólogo de La Flaca, en el que la narradora multiplica su peculiar humor, pasando la cuenta a la absurda (i)rrealidad de la ya perdida Cuba, sin presente ni futuro.

Al emplear con máxima eficacia la fantasía (el suicidio final), como igualmente connotar la fluidez y el dominio narrativo, logra en este relato una de las mejores piezas entre las excelentes que integran su volumen, enriquecido con múltiples refranes que enriquecen la peculiar habla cubana.

La chica conoce en La Habana a un norteamericano: El Johnny, que es seducido por la cubanita, quien narra que lo «llevé por las orejas (o, más exactamente, por la picha) a la Consultoría Jurídica Internacional y nos casamos ipso facto, antes de que se fuera a arrepentir».

La muchacha, tras vivir casada y luego abandonada en El Paso, Texas, por el antes enamorado y luego desencantando Johnny, se presenta ante funcionario mexicano de inmigración, con un discurso-soliloquio que, de llevarse a escena, sería un exitoso Stand Up Comedy.

Tal no pocas cubanas de hoy —vulgaridad-chusmería mediante—, le cuenta al funcionario con lujo de detalles su vida en La Habana. Pero leamos fragmentos de su discurso típico y tópico del habla de  la Isla actual entre la mayoría de la población:

Buenas tardes, señor. Yo estoy aquí porque, como el pez del refrán, morí por la boca. No, no fue por hablar demasiado. La raíz de mis problemas no se encontraba en lo que se me escapaba del cerco de los dientes, sino en lo que me entraba por esa vía.

Entendámonos: no fui gorda de niña, ni jamás tuve vocación de interfecta temprana. En mi país de origen me llamaban La Flaca, entre otros adjetivos que incluían, pero que no se limitaban a La Huesitos y Palo con Pelo. Lo que se usa allá en Cuba es tener buen culo, tipo batea de lavar ropa, y caderotas de rumbera de Tropicana. Si hay o no hay panza que acompañe al culón (y la hay, en la mayoría de los casos, porque allá todavía no se han puesto de moda la liposucción ni los ejercicios Pilates), eso no le preocupa a nadie. Lo fundamental es lo que se carga detrás. Y las pechugas, desde luego.

El humor continúa con instantes de significación, como el siguiente:

Ocho meses, una visa y una montaña de papeles después llegué a El Paso, Texas. ¡Oiga, mi padre, qué choque cultural ni choque cultural! El choque mío fue con el refrigerador del apartamento de mi flamante marido. Se me despertó un apetito colosal. De repente descubrí que podía tragarme, de una sentada y sin esfuerzo alguno, diez bombones, dos perros calientes y tres tartas de frutas. Y una cazuela entera de fettuccini Alfredo, solo por lo bien cortados que se veían los pedacitos de pollo y por el regodeo infantil de pescar los floretes de brócoli que asomaban sus cabecitas verdes entre la crema, espesa y blanca como velo de novia.

¿Sabe qué pasó? Que engordé como una vaca Holstein puesta en ceba. A las nueve semanas de existencia tejana, el culo y las caderas que con tanta asiduidad me habían eludido en La Habana se materializaron y cubrieron mis huesos como por arte de birlibirloque. “Hija, ni que te hubieras mudado para Culifornia”, comentó abuela al ver mis fotos, orgullosa como si yo hubiera escalado el Everest o conquistado el título de Miss Universo,

«Malvenida, mamá» da continuidad a la gozosa saga, instaurada por la Dovalpage desde el inicio de su volumen. En este relato, con inesperado final, la hija supuestamente espera a su madre que llegará a Tijuana y, durante el arribo por auto al aeropuerto, la narradora acierta al combinar párrafos de sugerente matiz poético, con los de su característico humor. Con ellos, suaviza el tono de gracejo advertido en el anterior cuento, ofreciendo otra tonalidad, pues el personaje no ha visto a la madre en mucho tiempo, si bien le guarda viejos rencores de la infancia. En consecuencia, escribe: «El cielo de San Diego se ha velado con una mantilla oscura que le presta a las dos y veinte de esta tarde de mayo un raro encanto de anochecer estival».

Mientras conduce su auto, pasa balance a su vida y evoca, con joyceano monólogo interior, desagradables momentos de su mamá con ella, quien, rencorosa por los abusos de su propia progenitora con ella, luego repetiría con la hija, propinándole tan fuertes palizas durante su niñez, que su abuelo debería intervenir: tal era el abuso con la entonces pequeña y hoy adulta, que ahora la recibirá en el aeropuerto General Abelardo Rodríguez.

Mas, al llegar al supuesto destino final —donde la recibe un “oaxaqueño, muy serio y con cara de quien está cometiendo un delito menor, que sale de los controles de Aduana”—, enseguida continúa la ruta prevista y, siempre en primera persona, comenta:

Me desvío de la ruta que lleva a la línea de Aduanas y busco el río Tijuana, que se eclipsa también bajo un sudario de humo y hollín. Abro la caja y la dejo salir. Hemos llegado, malvenida. Hemos llegado al fin […] aquí la dejo suelta, libre, a sus anchas. Polvo, polvo y cenizas que confundidas con las del incendio se me posan en los labios cuando repito a gritos, como quien reza a un dios duro de oídos, malvenida mamá.

«Miénteme una eternidad» —que incorpora como título la penúltima línea del célebre bolero del mexicano Chamaco Rodríguez, popularizado por «La Reina del Bolero», Olga Guillot— resulta un homenaje a esta gustada manifestación de la música popular cubana. En él, como en otros números cantados por la recordada cancionera, aparecen temas como el engaño, propio de este género musical que, en el siglo XXI, sigue cautivando a miles de cubanos, latinoamericanos y europeos.

De ahí, que tal leitmotiv aparecerá cada tanto entre los intersticios del relato, que aborda desde una perspectiva crítica y humorística, La Habana en especial, El Vedado de estos días, pleno de «muchachas repintadas y con atuendos ajustados, como polillas en torno a un candil».

Al turista español, Esteban [el protagonista], «le habían asegurado en Oviedo que las cubanas eran ligeras de cascos, definitivamente fáciles de conquistar». Como tantos visitantes que llegan ávidos de sexo a la lujuriosa Isla, Esteban se había alojado en el Hotel Habana Libre y, ya sentado en el Bar Siboney, del segundo piso («El primero en recibirlo y el ultimo en despedirlo», según el eslogan), donde cantaba: «Una negra bellísima [que], a pesar de sus cincuenta bien cumplidos, derramaba todo el feeling del mundo en un bolero pegajoso como una panetela empapada en almíbar. ‘Miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz’».

Yarmila (de la Generación Y), tras algún que otro trago en este bar, le proporcionará al pudibundo Esteban «una noche absurdamente parecida a las que pasara con su mujer después del quinto año de matrimonio». De aquí, pasarían a Cayo Coco, continuando las nada deslumbrantes jornadas de sexo pagado y luego se despedirían, con falsas promesas de un reencuentro.

Como en otros de sus cuentos, el final de «Miénteme una eternidad», es decisivo por inesperado. Más aun en éste, donde la Dovalpage “juega” con la mentira narrada por el bolero desde el título. Llevada a Estados Unidos cuando niña, a principios de los años 60, solo quince días atrás lleva de visita en La Habana (donde ha venido por primera vez). Su viaje —le confiesa a Esteban por un e-mail a su regreso a California— responde a su antiguo deseo de «hablar con la gente, absorber aire cubano —que no Cuban— por todos los poros y constatar sobre el terreno cómo vivía la gente allá».

Mas, también le dice que su presunto nombre de Yarmila no es tal, sino Lisette; que tampoco es jinetera, sino «profesora de la Universidad de California en Santa Bárbara, doctora, hispanista, crítica y otros carguillos académicos que no vienen al caso». Incluso, añade que el próximo otoño impartirá el curso de literatura “Reconstrucción de las identidades femeninas en la novelística cubana contemporánea”, ahora enriquecido por su experiencia con él, al que le añade en el e-mail: «Eso es lo que se llama trabajo de campo en activo, investigación participativa y blablablá».

Para autentificar su segunda identidad y aportarle veracidad a su disfraz, fingió ser «una habanera perdida en la selva del período especial». En correspondencia con su nuevo papel, «jugué a ser una chica que luchaba la calle, que buscaba en un extranjero lo que no podía darle una pareja nacional».

En respuesta a su e-mail, Esteban, desde Oviedo, le confiesa su difícil situación económica y, como en otros cuentos, un final inesperado cierra su logrado relato. Así, le dice:

… tu confesión me lleva de la mano a pedirte un favor grandísimo. Puesto que no tienes problemas monetarios, ¿podrías reembolsarme aquella dichosa excursión a Cayo Coco? Al menos tu parte. Se trata de ochocientos euros que para ti, con tu sueldo de profesora, crítica y todos los demás cargos que tienes, serán una gota en un vaso de agua, pero que a mí me ayudarán a completar el alquiler del piso este mes.

En la segunda parte del volumen, «Sones para turistas», a través de seis relatos, la autora ofrece otros rasgos comprobables en la ya desconocida para muchos cubanos (ir)realidad cubana, al punto de que el sumo sacerdote del surrealismo, André Breton, de vivir en nuestra época habría ubicado al libro de la Dovalpage en la narrativa del importante movimiento vanguardista.

De estos, todos de valía, escojo el primero: «Un americano y el Che», que abre esta segunda sección con el pedófilo Daniel Donovan, turista norteamericano que, traumatizado por a los diez años «se revolcara desnudo con su prima de nueve sobre la cama de sus tíos [mucho recordaría], con pálpitos y sudoraciones, el cuerpo de la niña sin rastro de vellos, la suavidad rosa del pubis y el pecho plano, liso como una tabla de planchar», desde entonces es un tarado.

Tras esta honda experiencia, se rencontrarían seis años más tarde los ahora jóvenes, y Daniel descubre que «ella era una lesbiana como un escaparate». O «un armario empotrado», tal se dijo él al verla.

Y ese trauma le perseguiría a lo largo de su vida, al punto de que, transcurridas más de tres décadas, «Daniel seguía añorando las pieles sin vellos, los pubis rosáceos y los pechos lisos como una tabla de planchar».

De ahí que, decidido a buscar nuevas aventuras con adolescentes, decide viajar a La Habana. Ya durante su vuelo, una noticia leída en el avión, amedrentó de inmediato al pedófilo. Y no era para menos, pues era grave el hecho recién acontecido en la capital cubana, hoy también capital del sexo en Latinoamérica: en la Quinta de los Molinos, había aparecido el cadáver violado y luego asesinado de un niño de 10 años, Yosmani Aragón, hijo de una antigua jinetera, que encabezaba una larga lista de sospechosos

Aparecen tópicos cotidianos en la paupérrima vida cotidiana de la Isla, entre ellos, por supuesto, el asesino Che, no solo en el mencionado filme Los diarios de motocicleta, sino asimismo, en el final, cuando el pederasta, incitado por una supuesta prostituta (la teniente Ana Carriles, «agente»: espía del terrorífico Ministerio del Interior, «atroz sistema de vigilancia en Cuba»), ha seguido sus pasos para descubrir, asombrado, un mural con el ampliado rostro del matón argentino en la fachada del edificio de tres plantas: MININT, en la Plaza de la Revolución, mientras «los ojos charolados del Che lo fulminaban desde lo alto, furibundos».

Tras el análisis y muestreo de algunos de los relatos, el lector tendrá una idea del volumen de Teresa Dovalpage, cuya calidad enriquece su valiosa producción, que sin duda continuará acrecentando con nuevas obras de narrativa, poesía y teatro.

[Este trabajo fue enviado especialmente por el autor para Palabra Abierta]

Waldo González López

©Waldo González López. All Rights Reserved

 

About the Author

Waldo González López (Cuba, 1946). Poeta, ensayista, crítico literario y teatral, antólogo y periodista cultural. Graduado de Teatro en la Escuela Nacional de Arte, donde creó el Archivo de Dramaturgia e impartió clases de Historia de la Literatura para Niños y Jóvenes, en la Cátedra de Teatro para Niños (cofundada por él) y de Historia del Teatro Universal y Cubano. Cursó estudios de Francés en el Instituto «Máximo Gorki» (1964-1966), Licenciado en Literatura Hispanoamericana (Universidad de La Habana, 1979), integró el Centro Cubano de la Asociación Internacional de Teatristas de la Infancia (ASSITEJ, de la UNESCO), las Asociaciones de Teatro y Literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en sus Secciones de Crítica Teatral, Poesía, Traducción Literaria y Literatura para Niños y Jóvenes. Fue Asesor del Teatro Nacional de Cuba y de los dos Centros Iberoamericanos de la Décima (La Habana y Las Tunas). Sus versos han sido traducidos a varias lenguas y publicados en Francia, Estados Unidos, México, Colombia y Argentina. Ha traducido del francés a los poetas Jacques Prévert, Marie de France, Molière, Joachim du Bellay y realizó versiones para la antología Poesía polaca. Su labor como poeta, crítico teatral y literario, antólogo y ensayista ha sido reconocida entre otros, por las pedagogas y antólogas puertorriqueñas Flor Piñeiro e Isabel Freire de Matos en su volumen Literatura Infantil Caribeña; el profesor y ensayista jamaicano Keith Ellis, en su estudio Cuba’s Nicolás Guillén: Poetry and Ideology, y el antólogo y ensayista español Antonio Merino en el prólogo de su antología Nueva poesía cubana. Ensayos suyos fueron incluidos en las antologías Nuevos críticos cubanos, Acerca de Manuel Cofiño y Valoración múltiple: Onelio Jorge Cardoso. Prestigiosos ensayistas y críticos cubanos y de otros países se ocuparon de sus múltiples libros. Fue jurado consuetudinario en eventos literarios, teatrales y de periodismo cultural, y participó en Congresos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), foros y otros encuentros con especialistas de Cuba y otros países. Entre sus más de 25 libros resaltan los poemarios: Que arde al centro de la vida (1976), Salvaje nostalgia (1991), Casablanca (Colombia, 1994), Las palabras prohibidas, Estos malditos versos, Ferocidad del destino, El sepia de la nostalgia y Umbral de la nostalgia (libro de arte, con sus poemas ilustrados por la artista plástica Julia Valdés); los cuadernos para niños: Poemas y canciones, Donde cantan los niños, Jinetes del viento, Libro de Darío Damián y Voces de la querencia; las antologías poéticas (con selección y prologo suyos): Preciosa y el aire (textos de García Lorca, 1976), Los versos de tu amigo (textos de García Lorca para jóvenes, 1978), Que soy marinero yo (textos de Antonio Machado, 1984, Premio de la Crítica de libros para la infancia, 1985), Cazador de colores (poemas del cubano Emilio Ballagas; 1986), y para adultos: Paris at night (poemas de Jaques Prévert, traduc. y pról. suyos, 1993), Hasta que Dios queme el tiempo (poemas de William Butler Yeats, 1993), Añorado encuentro. Poemas cubanos sobre boleros y canciones (2001), Viajera intacta del sueño. Antología de la décima cubana (2001), Este amor en que me abraso (décimas de José Martí; 2003), De tu reino la ventura. Décimas a las madres (2003) y Que caí bajo la noche. Panorama de la décima erótica cubana (2004). Asimismo, es autor del volumen de ensayos Escribir para niños y jóvenes (1983) y de la antología La lectura, ese esplendor (ensayos de figuras internacionales sobre lectura y literatura (Campaña Nacional por la Lectura, Quito, Ecuador, 2009), Navegas, Isla de Oro. Panorama de la décima para niños (en colaboración con Mayra Hernández; 2009), Esta cárcel de aire puro. Panorama de la décima cubana en el siglo XX (en colaboración con Mayra Hernández, en 2 tomos: 2009 y 2010). Como de los libros de crítica literaria: La décima dice más (2005) y La décima, ¿sí o no? (2006), ambos con reediciones; y las antologías La soledad del actor de fondo. Monólogos cubanos (1989) y Cinco obras en un acto (2001), así como el de crónicas Niebla de la memoria. En Cuba mereció las siguientes distinciones: Diploma al Resultado Científico por Colaborar con la nueva Historia de la Literatura Cubana, en tres volúmenes, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; el Laúd y la Medalla del Cucalambé (Las Tunas); Diploma por la Labor Realizada en Apoyo a la Décima (Universidad “Camilo Cienfuegos”, de Matanzas); Reconocimiento como Escritor y Crítico Literario (Presidencia del Instituto Cubano del Libro) y Distinción por la Cultura Nacional. EN MIAMI Desde su arribo a Miami (julio de 2011), ha sido jurado en los Concursos Internacionales: de Poesía (2012) y «La vigencia de Tula» en homenaje al 200 Aniversario del natalicio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, ambos de la Editorial Voces de Hoy), el Internacional de Poesía «Facundo Cabral» (2013, del Gremio de los Artistas Latinoamericanos, GALA). Asimismo, ha fungido como jurado de los eventos escénicos: 1er. Festival Internacional de Obras de Pequeño Formato (Compañía teatral ArtSpoken, 2011), 1er. Primer Festival Internacional de la Comedia (Compañía Havanafama, 2013) y de Teatro de los Miami Life Awards. Participó como ponente en el «Congreso Internacional de Dramaturgia y Artes Escénicas. Teoría y Práctica del Teatro Cubano del Exilio Celebrando a Virgilio Piñera, en su Centenario» (Universidad de Miami, 2012). Mereció el 3er. Premio de Poesía en el Concurso Internacional «Lincoln-Martí» (2011). Integró los Consejos Asesores del Festival Internacional de Monólogo “A una voz” y del Gremio de los Artistas Latinoamericanos (GALA).

2 Comments on "Teresa Dovalpage: “Llevarás luto por Franco y otros relatos”"

  1. pedro perez 29/12/2015 at 3:43 pm · Responder

    pa su madre!!….resena de lujo!!!,estas son las grandes ligas;felicidades a ambos

    • Manuel Gayol Mecías 11/09/2016 at 5:51 pm · Responder

      Gracias por su comentario, de parte de Palabra Abierta. Le deseamos lo mejor, saludos cordiales, Manuel

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