Soñando la Cuba del futuro, entre llantos y risas

Literatura. Periodismo. Relato. Crítica.
Por Jesús Hernández Cuéllar…

 

Logo de Café Impresso, columna de Jesús Hernåndez Cuéllar

Veámoslo así, con un poco de imaginación. Seis en punto de la tarde de un día cualquiera del mes de mayo, todavía con sol duro en el cielo, brisa y la calle mojada después de un aguacero torrencial. En plena esquina de L y 23, en El Vedado, con el Habana Hilton a sus espaldas, Coppelia en su nuevo esplendor y el antiguo Yara transformado en el AMC Radiocentro, ahora con 10 salas de exhibición en todo el edificio que antes era del ICRT, un anciano enjuto, con rostro depresivo, detiene a un joven que avanza hacia el hotel. El anciano, con un panfleto en la mano que le extiende al muchacho, viste una guayabera de hilo blanca, jeans Versace negros y gafas de sol Carrera para protegerse de los rayos ultravioletas. El joven toma el panfleto y lee su contenido: “A rescatar el pasado glorioso de la revolución.

 El muchacho, que va muy casual, casi deportivo, con Ralph Lauren de los pies a la cabeza, devuelve la hoja al anciano, con esta frase: “Puro, agarraría a más gente, si les dice que va a rescatar al indio Hatuey”. Después, casi sin mirarlo, sigue su camino y se pierde detrás de las enormes puertas de cristal del Hilton en medio del bullicio de un grupo de jóvenes que sale del edificio quejándose al chocar con el verano hirviente de la calle. Afuera, por supuesto, no hay aire acondicionado. Para matizar la escena, casi para amordazar un disparate dicho por el viejo, el sonido espectacular de un Boeing 777-300 de America Airlines invade La Rampa por unos segundos, durante el paso de la nave rumbo a Rancho Boyeros.

Casi de inmediato, una señora que parece ser familia del anciano, le pregunta:

– Viejo, ¿tú sabes quién es ese muchacho?

– No, ni me importa…

– Es el hermano del fundador de Siboney Technologies, la empresa cubana que diseña aplicaciones móviles para los centros turísticos de todo el mundo. Ayer, precisamente, vi una foto de esa familia en la revista Cuba Digital, todos son tecnólogos.

– ¿Y eso qué es? ¿Una quinta columna del imperialismo?

– Viejo, estás peor que aquel tipo de Venezuela, ¿cómo se llamaba? … Ya…, Nicolás Maduro.

Con una mirada cargada de confusión, el anciano apenas prestó atención a las últimas palabras de la mujer. Sus ojos estaban clavados en un enorme cartel que pendía del balcón de un apartamento, con dos fotos, una de Fulgencio Batista y otra de Fidel Castro. La de Batista tenía una frase corta debajo de la imagen: “este fue el que nos puso el yugo”. Y la de Fidel: “este fue el que nos quitó el yugo …, el yugo, los bueyes, la comida y el arao”.

– ¡Cabrones! ¿Dónde están los héroes de la Patria, carajo?

Otro joven que pasaba a toda velocidad en su bicicleta lo escuchó, se detuvo, levantó su dedo y dijo:

– Allí viejo, están allí.

Focsa

Edificio Focsa, en el Vedado, La Habana, Cuba.

En línea recta con la punta del dedo del muchacho, estaba la enorme figura del edificio más alto de Cuba, el Focsa, imponente con sus 121 metros de altura, totalmente recuperado de la tormenta política pasada, rescatado de las ruinas de la época del Niágara en bicicleta como si estuviésemos de vuelta en 1956, cuando lo estrenaron después de dos años y cuatro meses en construcción.
En aquella época fue el segundo proyecto de concreto más importante del mundo, después del Edificio Martinelli de Sao Paulo, Brasil. En la parte alta, el viejo descubrió un gigantesco cartel lumínico que en letras muy grandes decía “M y 17”, vamos, a lo Wall Street, y más abajo, en letras más pequeñas, “Bolsa de Valores de La Habana”.

Lonja del Comercio

Lonja de Comercio, donde funcionó la Cámara de Comercio de Cuba y una incipiente bolsa de valores.

De allí, le dijo el joven de la bicicleta, salían todos los capitales para nuevas obras, proyectos y grandes corporaciones empresariales de la nueva Cuba. Todos tienen derecho a invertir, cubanos y no cubanos. A comprar y a vender. A poner y a sacar dinero cuando quieran. Vamos, algo mucho más grande que la antigua bolsa que funcionaba en la Lonja de Comercio de La Habana Vieja, antes de la catástrofe. Ahora está albergada en unos 12 de los 39 pisos del Focsa. De allí había salido la plata para construir el enorme Periférico, que con sus carros cargados de pasajeros que parecían querer subir al cielo, recorrían sobre los edificios de la ciudad barrios enteros desde Regla, sobre la Bahía de La Habana, hasta Luyanó, desde Marianao hasta El Cerro, desde La Lisa hasta El Vedado. Y también todo el dinero que sirvió para abrir las 10 grandes cadenas de supermercados que operaban en todo el país, cada una con decenas de tiendas, que ahora satisfacían junto a pequeños comercios las necesidades de la población, vendiendo desde carne de res, puerco, pollo, huevos, camarones y langostas, hasta leche, arroz, frijoles, escobas, trapeadores y aspiradoras, perfumes y detergentes… Ah, y hasta brujerías y amuletos con cara de artesanías.

La plática no pudo seguir. El viejo, la mujer y el muchacho en bicicleta fueron interrumpidos por los gritos estridentes de El Caballero de La Habana, una copia al carbón de El Caballero de París, que parecía enloquecido también con barbas blancas y andrajos, pero muy grosero …

– ¡Me cago en el presidente de la República, me orino en los micrófonos del Congreso, me vomito en el texto de la Constitución … porque soy un hombre libre…, libre de pecados, libre de dictaduras, libre de represión…!

El viejo lo miró con una mezcla de rabia y pena, y solo se le ocurrió decir.

– El pobre, ahí lo tienen, víctima del capitalismo. La burguesía lo volvió loco.

Pero El Caballero de La Habana pareció escucharlo y entender muy bien lo que decía, al punto que le respondió.

– Escucha bien, demonio bolchevique, yo vivo dando gritos por las calles desde que Colón llegó a América… ¡Y lo hago por loco, no por comemierda!

Y se alejó gritando quién sabe qué otros improperios contra el alcalde de La Habana y el ministro del Interior, contra Estados Unidos y Rusia, contra los fascistas y los comunistas.

– Puede decir todo eso porque está loco -, dijo el viejo.

– No, viejo, yo no tengo guayabitos en la azotea como él y también puedo gritar todo eso aquí en plena calle. ¿Quiere que lo haga?

– No, m’hijito, no lo hagas. Yo mismo me vería obligado a llevarte para el Combinado del Este.

– Puro, eso fue hace muchos años. El Combinado del Este es ahora el Museo de la Tolerancia. Es un proyecto del gobierno y de Amnistía Internacional. Aquí nadie va a la cárcel por decir lo que piensa. Ni siquiera los guagüeros que se la pasan dando tángana porque solo ganan 25 dólares diarios. Cuba es ahora democrática y capitalista, como España, como Suecia, como Canadá, como Estados Unidos.

Otra vez, se interrumpió la conversación. Un turista mexicano que había estado escuchándolo todo, pidió permiso para tomarle una foto al viejo, sencillita, con su celular. Este último, al enterarse de que el visitante era mexicano, contentísimo, sacó una sonrisa de oreja a oreja.

– Seguro que eres un militante de la izquierda mexicana, ¿no es así?

– No.

– ¿Dónde trabajas?

– En el Museo de las Momias de Guanajuato.

La mujer tomó al viejo por un brazo y casi lo arrastró por toda la calle 23, alejándolo de tanta humillación. Su próxima misión sería impedir que el anciano tuviera acceso a las noticias de las 10, porque ya a las 6 de la tarde, mientras ellos trataban de repartir panfletos en L y 23, el ídolo del viejo, un atolondrado y lenguaraz líder del Partido Comunista, había reconocido la victoria del próximo presidente en las elecciones de ese día. No solo eso. Había admitido de mala gana que como en España después de Francisco Franco y en casi toda Europa del este luego del derrumbe del Muro de Berlín, su partido, absolutamente legal en la democracia, estaba a punto de desaparecer ante la indiferencia total de una multitud de jóvenes cubanos becados en la NASA, o paseando sus talentos artísticos, literarios, científicos, empresariales y deportivos por las más diversas geografías, y nuevos empresarios cubanos que abrían a diario una empresa tras otra, colmados de aparatos móviles donde a cada segundo tenían la oportunidad, casi la obligación, de comunicarse con el resto del planeta. Y toda esa agitación porque en la nueva Cuba, camarón que se duerme …

El joven montó otra vez en su bicicleta, pero antes de comenzar a pedalear, sacó su móvil inteligente y le envió una pregunta a su mejor amigo.

– Pepe, ¿será cierto eso de que el socialismo es el largo y tortuoso camino que va del capitalismo al capitalismo?

[Trabajo tomado de ContactoMagazine.com]

Jesús Hernández Cuéllar

©Jesús Hernández Cuéllar. All Rights Reserved

About the Author

Jesús Hernández Cuéllar es director y editor de Contacto Magazine. Desde 1981 ha trabajado en todo tipo de medios: agencias de prensa, diarios, radio, televisión, semanarios, internet, revistas y redes sociales. Fue redactor de la agencia EFE en Cuba, Costa Rica y Estados Unidos, así como editor metropolitano del diario La Opinión de Los Angeles, California, e instructor de periodismo de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA). Ha trabajado como periodista en las elecciones presidenciales de Estados Unidos desde la elección de Ronald Reagan en 1984.

Leave a Comment