Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Anoche a las 4:00 a. m. me desperté y recordé esa frase del título que tantas veces mamá me dijo o preguntó, cuando me veía pensativo sentado en un rincón o mirando por la ventana, en un sábado o domingo en la tarde, mientras los muchachos se recogían en sus hogares y no había un alma con quien “mataperrear”.
¿Y qué es una musaraña?, me pregunté por primera vez anoche en mi insomnio. Y esta fue la mejor descripción que encontré, y que se ajusta a la intención de la pregunta de mamá entonces: “La musaraña es un animal que habita oculto debajo de la tierra, en los prados, y por extensión, cualquier sabandija o animal pequeño; sin duda por su poca utilidad y provecho se originó la frase, dando a entender que una persona se distrae por y en cosas de poco valor”.
Y si, muchas veces entonces mi mente divagaba, pero para mí no eran musarañas, sino cosas importantes que pensaba hacer en la vida y una de ellas es esta, sí, escribir, transportarles a otros mis ideas y sentimientos, mi forma de ver el mundo, de interpretar las acciones humanas, de observar hasta la saciedad el difícil y complejo comportamiento humano. Entonces me había leído muchos libros, y me preguntaba por qué no tendría yo la misma tendencia de canalizar mis pensamientos por esta vía, tal y cómo hacen otros con la pintura y la música.
¡Ah!, que bello es sumergirse cuando niño en el océano de las musarañas, y atracar en este puerto y en aquel otro. Hay quien dice que es un arte la escritura, y yo más bien la veo como un desahogo del alma, que fluye cuando le rompes las compuertas al río caudaloso que las embalsa, y entonces se forman rápidos y cascadas que al final confluyen en el remanso, o quizás desembocan en el mar para fundir las aguas salobres con las dulces, y formar esa amalgama agridulce de ensueños y nostalgias, como cuando terminas de hacerle el amor a la mujer amada.
Sí, anoche supe una vez más de las musarañas, pero ya en un estado sombrío y lejano, meditativo y maduro, como la vid ante la cosecha para dar el mejor de los vinos. Las musarañas de la vejez han cambiado un poco, son más lentas en su andar, se ocultan menos pues no son tan temerosas, pero aún viven, y mientras ellas desanden por mi cabeza trazo planes y genero quimeras, soy feliz y embriago a otros con mi estado de ánimo, y es el ejemplo que quiero llegue a mis hijos y nietos como el legado más preciado.
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