Receta médica para el doble tiro de gracia

Literatura. Política. Estampa.
Por Mario Blanco…

—Buenos días señora Caridad, ¿cómo está?

—Muy buenos días doctor Toirac, ahí como de costumbre luchando con la vida. Aquí le traigo a Raúl que se sigue quejando de insomnio y dice que las últimas pastillas que le recetó tampoco le dan resultado.

—El problema es conocer la génesis del mal mi amigo. ¿Será que duerme una siesta muy prolongada y por eso no puede conciliar bien el sueño en la noche? ¿Será que se acuesta muy temprano y luego se desvela?

Raúl observa al médico fijamente y expresa:

—Mire doctor, quizás esto le pase a todos los viejos, pero cada vez que estoy solo me pongo a pensar en mi pasado y cuando pongo la cabeza en la almohada me atormento. Resulta que hace muchos años cuando trabajaba para el MININT, se hizo una selección dentro de nosotros, los oficiales, para ser jefe del pelotón de fusilamiento de la provincia, y esa responsabilidad recayó en mí en la cual estuve cerca de unos diez años. Usted se imaginará la significación de esta tarea, que si bien como revolucionario y militar la acepté con disciplina, cada vez que debía llevar a cabo mi trabajo la tensión era inmensa. Me nutría siempre con la idea de estar con apego a la justicia, pues si bien yo ejecutaba la orden, eran otras figuras con mayor comprensión del proceso revolucionario y social, quienes juzgaban y tomaban esa decisión para bien del pueblo. Yo simplemente pensaba que realizaba una tarea como cualquier otro la suya, y más bien debía estar agradecido de haber sido yo el elegido, por la trascendencia que ello tenía.

No obstante doctor, dar la orden de fuego que di tantas veces para eliminar a un ser humano, quitarle su vida, es algo que repercute siempre en mi conciencia, y no solo eso, la tarea más difícil es la de dar el tiro de gracia al ejecutado, que si bien una vez recibida la descarga, y éste quedase aún con vida sufriría, pues esa acción suprimiría su dolor. Pero era yo el responsable de quitarle el último eslabón de vida a ese humano en este mundo. Cuando se trataba de ejecutar a un asesino que había reconocido sus crímenes, internamente sentía un cierto alivio por haber librado a la sociedad de una alimaña más, pero cuando eran personas que se ejecutaban por problemas políticos, por muy revolucionario que he sido, mi conciencia me ponía un signo de interrogación en la mente, y hoy en día esas imágenes afloran y me desestabilizan emocionalmente.

Entonces me resulta difícil, pues cuando tengo esos recuerdos, sueño que soy yo el que al estilo antiguo, tengo un hacha en mis manos y le corto la cabeza al individuo, o soy yo quien afloja la guillotina para que caiga el hierro que decapita, y todo esto me impide dormir toda la noche.

El doctor Toirac escuchó aquella versión de los hechos junto a la esposa de Raúl, sin apenas interrumpirlo por un segundo.

—Comprendo señor su situación y como sabrá, yo no estoy aquí para comentar esos eventos, sino para psicológicamente ayudarlo como mi paciente que es, y tratar de curarlo o al menos aliviarle sus penas. Vamos a cambiar el método y le pido venga a verme dentro de dos semanas.

Una vez retirado el paciente y su señora, el doctor pidió a su secretaria una pausa de media hora en la atención a los demás enfermos. En su largo historial clínico no había escuchado una historia semejante. Nunca había sido un ferviente revolucionario, si bien aplaudió la huida del tirano Batista, pero justamente cuando empezaron los fusilamientos con juicios sumarios, la imagen que tenía del proceso fidelista declinó totalmente. Justamente ahora, pensaba, tenía que atender a un individuo con semejantes características.

Al cabo de dos semanas el doctor Arias tuvo ante él otra vez a Raúl, esta vez solo, pues no quiso el paciente que su esposa entrara a la consulta.

—Y cómo sigue su insomnio caballero, espero haya desaparecido o se haya amortiguado.

—En la vida hay cosas doctor, padecimientos o enfermedades, que ni los mejores medicamentos los hacen desaparecer, y creo ese es mi mal. Quizás con un trasplante de cerebro, y ni eso, pues el corazón, donde dicen radica el alma, también tiene memoria y conciencia. El alma aunque no la veamos existe. ¿Quién ha visto la electricidad?, y nadie duda de su existencia. Pues bien doctor, la vida a veces nos lleva por derroteros bien complicados. Usted estudió y ejerce el oficio de salvar vidas, yo en cambio hice lo contrario, cercené vidas humanas, justificadamente o no, pero ese rol lo jugué y hoy estoy pagando las consecuencias. Sus medicamentos me han ayudado, no quiero se sienta defraudado, pero hay muchos días donde aflora un pasaje que aún no le he dicho a nadie, solo hoy lo haré con usted, pues sería injusto que se afane en darme una solución y yo no le haya contado toda mi historiFusilamientos hubo muchos, pero hubo uno que no desaparece de mi mente por mucho esfuerzo que haga. En una ocasión en que llevamos al paredón a un sancionado, una vez realizada la orden de fuego, me tocaba la engorrosa tarea de darle el tiro de gracia al ejecutado. Después que apliqué esta acción, me volví y comencé a dar unos pasos de retirada, cuando entonces escuché la voz de la persona antes fusilada llamándome por mi nombre. Sentí un estremecimiento y escalofrió en todo el cuerpo, pero sin pensarlo dos veces y delante de la tropa, me volví y le descargué un segundo tiro de gracia al hombre, tal como estaba establecido. Jamás he podido olvidarlo.

—Cálmese Raúl, creo hizo bien en contármelo. Si fuera sacerdote, le diría que debería exorcizar su alma y rezar miles de oraciones. Como médico y ser humano, le sugiero se lo diga también a su esposa y a todo aquel que usted entienda, desaguar su espíritu interior le servirá como un automedicamento que es probable lo ayude a sobrevivir su trauma. Esa es mi receta hoy.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

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