Como todos —y ya con cierta edad encima— sabemos, cualquier otra ocurrencia era ficción que el paso de los años ha acercado a la realidad que conocíamos hasta mezclarse con ella y hacer, de los límites entre ambas, una frontera transitoria y tal vez en trance de extinción. La realidad virtual forma ya parte de la cotidianidad, al punto de que esa otra con la que convivíamos y en este nuevo escenario, pronto habrá que entrecomillarla.
No hace demasiado, me topé con la palabra Metaverso y supuse que se refería a la poesía, en paralelo a lo que entendemos por Metaliteratura. He tenido que vivir la experiencia propiciada por mis nietos para darme de bruces con el universo digital, saber de una nueva forma de socialización y aceptar que, a no tardar, términos como Metausted, Teleexistencia u otros que seguramente ya sobrevuelan el próximo futuro, entrarán a formar parte de nuestra existencia. El caso es que, como les digo, una tarde me colocaron las gafas de una máquina Óculos —así me dijeron que se llamaba, al terminar la vivencia— que permite visiones insólitas en un entorno de 360º. Inmerso en el nuevo mundo, fui rodeado por dinosaurios varios, apareció una enorme anaconda a pocos metros con el susto consiguiente, erupcionó un volcán y hube de transitar junto a algunos mamíferos destripados que intentaban evitar, dando pasos hacia ambos lados y entre las risas de los preadolescentes testigos.
Seguí en la estupefacción tras quitarme el aparato. Después, ya sentado y libre de la pesadilla, lo visto me llevó a pensar que las mentiras pueden terminar también por parecer verdades, en otros ámbitos y sin Óculos de por medio. Los bulos crear opinión, las imágenes convenientemente distorsionadas transformarse en pruebas, y de ahí a apoderarse de nuestro devenir, individual y colectivo, tan solo un paso.