Raúl Rivero: Un provocador de taquicardias

 

Literatura. Poesía. Periodismo. Política. In Memoriam.
Por Víctor Manuel Domínguez
La obra poética y periodísticas de Rivero está hecha de esa mezcla invariable de pasión, talento y eternidad con que los dioses amasan a sus elegidos

La obra poética y periodísticas de Raúl Rivero está hecha de esa mezcla invariable de pasión, talento y eternidad con que los dioses amasan a sus elegidos. La magia irreverente de sus versos y las pormenorizadas, cultas y populares crónicas sobre la sociedad, le han ganado un sitial dentro de lo mejor de la cultura cubana, más allá del exilio forzoso y el índex del Estado excluyente y represor.

Desde su arribo a los suntuosos, encartonados y oficialistas parajes del parnaso cubano en el período revolucionario, su grito: “Ángela amor, hija de la gran puta/vuelve a darme tu fiebre”, fue como un ábrete sésamo en el lenguaje de la poesía nacional, que lo estableció, por su papel de hombre (Premio David, 69), entre las voces a seguir por los lectores y los comisarios en la nación.

Por los lectores, debido a que un hombre que rasgaba la noche de la poesía cubana con un grito de puta seductor y arrogante, también cargaba en su carcajada de versos flechas de ternura y amor que cerraban heridas. Por los comisarios, ya que vislumbraron que además traía otras flechas de punta envenenada contra quienes urdían prohibir o dosificar la voz otra, el pan de todos, y el vino de a quienes les dé la gana, de entre los sueños de una isla que comenzaba su cautiverio cultural

Ambos tenían razón. Como Raúl Rivero, nadie muestra en la poesía cubana ese don señorial y callejero de mezclar en sus versos, con total desenfado, el humor, el sarcasmo, la ironía y la ira, y lograr textos memorables, tanto para los de abajo como para los de arriba, en un tono mayor de tesitura lírica, que hace de su poesía un punto de aquiescencia o rechazo según el receptor.

Firmados en La Habana

Algunas de las autodefiniciones que hiciera Raúl de su persona en la poesía lo muestran como ese ser humilde, sin prejuicios fáciles, seguro de sí mismo y su poética, que todos conocemos. En su poema “Malos sueños”, donde el título hace un guiño irónico a sus esencialidades humanas y sociales, despojadas del falso pudor y la inexistente pureza, el poeta muestra uno de los rasgos que lo caracterizaban con mayor certeza: “Soy un provocador de taquicardias”.

Y eso es verdad. Nadie quedaba indiferente ante un poema o la personalidad de Raúl Rivero.  ¿Quién puede dudar de un hombre que aseguraba “Soy un tipo triste que llora sobre las cuartillas/ o sobre un hombro pasajero? ¿Alguien se atrevería a desmentirlo cuando decía: “Soy un poeta, como se ve, múltiple intenso/en el centro de la debacle de su época/de su país y de sus circunstancias?  Su vida personal y su obra poética certificaron con creces estos conceptos.

Leamos si no cómo su poesía, despojada de corsés académicos, alientos rebuscados y caminos trillados o facilistas cercanos a la banalidad, se adueña del lector, invade su experiencia, y los mantiene asidos a sentimientos comunes a todo ser humano, como el amor, la duda, los fracasos, los sueños y la ira, entre otras realidades que hacen de la vida un reto cada vez mayor.

En su “Poema pedagógico”, Raúl recorre con singular maestría poética varios siglos de la historia de Cuba, para desembarcar en ese primer amor platónico de la infancia, cuando dice: Ahora, a punto de concluir su clase/mi profesora se indigna con el fuego de Hatuey/y me mira/me alumbra con sus ojos/allá en el fondo/en un rincón del aula/donde yo palidezco/enamorado”.

La duda, ese fulgor estremecido en el tiempo y la distancia, asoma en el recuerdo como una braza tenue en el poema “Volver, ¿se puede?”: “Cuando no venga yo/ ¿Barbra Streisand/cantará Touch me? Si no he venido/ ¿estarás en el balcón/junto a los pájaros/que le robaste al árbol? ¿Seré, cuando no vuelva/algún dulce fantasma/un fantasma querido/y dulce, si no vuelvo?

A este tono lírico pese a su desenfado y ese juego temporal y espacial, el poeta contrapone, con similar estilo y calidad, otra voz que a la vez es la misma, en el texto “Dazibao”: (…) “En este muro inscribo toda su belleza/y apago, con gesto de suicida, el fulgor de sus ojos/en esta pared suspendo el fuego de su boca y de su cuerpo/tiendo sus piernas largas/detengo el movimiento de sus manos de pianista adolescente/y grabo el mundo complicado de su cabello”.

Pero también su poesía, comprometida con el decursar vivencial de su patria, tiene versos irónicos para las debacles de su época, en poemas como “La canción de los perdedores”: “El bulevar de San Rafael/limita al noroeste/ —ya en el Paseo del Prado/—con la República de Haití. Aquí vamos, con una bota rusa/y una gorrita del Cincinnati/tratando de vender una pizza casera/tres bolígrafos chinos/y un jabón Nácar/robado anoche en los almacenes de Sabatés”.

O, en textos como “Paisaje con jineteras” (Estudio): “Niñas que un día cantaron/en ayunas el himno nacional/las han lanzado hoy a esas mismas calles/disfrazadas de putas/con sus caras de vírgenes/y sus culitos prisioneros en licras y blue jeans/con su extemporáneo maquillaje matinal/y los labios violáceos/como si hubieran intentado un suicidio/la noche anterior con pasta eléctrica. (…) Ahora que Dios ha vuelto/pedidle que les permita perdonarnos”.

Tampoco los gestores de tantos desastres y desencuentros en la escena nacional, pese a los maquillajes ideológicos y los disfraces políticos, escapan a los versos de un poeta identificado con las circunstancias de su país, que desacraliza y revela en un sarcástico ejercicio de catarsis poética, toda la podredumbre de un régimen de espaldas a la realidad que provoca.

En su poema “Orgullo nacional”, Raúl Rivero, con esa fina ironía que nos aleja el texto del panfleto, nos dice: “Ninguno de nuestros ministros es rico/Ninguno tiene fincas, fábricas ni propiedades/Ninguno tiene cuenta en los bancos de Suiza/ ¡Ni falta que les hace! En su parábola poética de la condición de finca en que ha convertido al país su máximo líder, señala:

(…) “No sabemos/pero ya los parientes no soportan tu soberbia/tus manías, tu dominio total/porque en el tocadiscos nuevo (que debes todavía) /nos prohibiste a los Beatles/y los televisores de los viejos/sólo captan las señales/que trasmites tú mismo/y sólo sintonizas los programas que te gustan a ti. Manuel, Manuel, ¿qué pasa con la finca, la hortaliza/las cosechas? / qué pasa con la familia dividida y amarga/con la alegría que prometiste?

En su poema “Preguntas”, Raúl interpela a una tal Adelaida en un tono de angustia cuestionador: Por qué, Adelaida, me tengo que morir/ en esta selva/donde yo mismo alimenté/las fieras/donde puedo escuchar hasta mi voz/en el horrendo concierto de la calle (…) Por qué me tengo que morir/no en mi patria/sino en las ruinas de este país/que casi no conozco”.

Como resumen de la suma poética y conceptual de la obra en versos de Raúl Rivero, sólo es preciso citar esta “Nota aclaratoria”:

(…) No fue la nostalgia, ni la tristeza, ni la melancolía / Ni la academia, ni Dios, ni la duda, / Ni los atardeceres, ni un carajo. / Fue el amor. Fue la vida. Son versos imperfectos, quiero decir, humanos pero míos.

Metáforas sobre la vida, alegorías de la sinrazón, los amores rotos, el tiempo perdido, las ruinas del país, entretejen sus cantos y denuncias sobre una realidad oculta por las autoridades cubanas, que cobran vida en poemarios como Poesía pública, Recuerdos olvidados, Cierta poesía, Puente de guitarras, entre otros condenados a la posteridad. Gracias por todo, Raúl. Descansa en paz, amigo.

[Domingo, 7 de noviembre de 2021]

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