Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Vivimos en el día a día de las noticias actuales y más ahora, desde hace casi dos años, con la situación de la pandemia que nos azota. Raras veces, echamos un vistazo atrás para retroalimentarnos de hechos pasados. A unos poco les interesa la historia sin percatarse de que el día de hoy, que tanto les absorbe y viven intensamente, será mañana ya historia, y sin los conocimientos de ella no hubiésemos progresado ni desarrollado, pues si olvidamos lo que hicimos ayer, cómo vamos a desarrollar el día de hoy que, con su gran complejidad, casi nada se resuelve, “de punta a rabo”, como decimos los guajiros, en un solo día. Y bien, vayamos al asunto que nos concierne.
Desde que llegué a Montreal, debo haber cruzado centenares de veces la calle D’iberville, que va desde el boulevard de Notre Dame al sur, hasta la autopista 40 al norte. Por otra parte, siempre ando en la historia buscándole, “la quinta pata al gato”, quiero decir, algo nuevo, porque todo lo demás está en los libros e internet. Pues bien, a menudo en aquellos tiempos y máxime tal como fue con la familia pudiente de Pierre Le Moyne, se adjudicaban señorías, en este caso pienso que lo de D ‘Iberville sea basado en una localidad que no está lejos de Montreal, a unos 30 km de donde nació un 16 de julio de 1661, y que al parecer existía en aquellos tiempos, aunque tengo mis dudas, y quisieron a él adjuntarle, sieur (señor), de Iberville, y todavía más, también le añadieron, D’Ardillieres, que buscando solo existe esa localidad en Francia. Lo de Iberville cerca de Montreal, no estoy seguro, si se le quiso llamar así después a esa localidad en honor a este héroe de la Nueva Francia, o realmente existió antes esa comunidad, objeto a investigar. Lo real y verdadero es que su apellido Le Moyne, viene de su padre, Charles Le Moyne, un comerciante de prestigio de la localidad de Longuei en Quebec.
Estatua D’Iberville de bronce, en La Habana de 1999, en la explanada del Castillo de la Punta. Cortesía del autor.
Esclarecido estas circunstancias, diremos que a nuestro montrealés quisieron sus padres hacerlo religioso, pero fue todo lo contrario, desde los 12 años se embarcó con un tío y se hizo navegante, soldado, conquistador y dicen que hasta corsario. Realmente su vida la desarrolló fundamentalmente luchando contra las fuerzas británicas a las que combatió en múltiples lugares de Norteamérica, fundamentalmente las posiciones inglesas alrededor de la Bahía de Hudson.
Después de colonizar la Louisiana desde 1699 hasta 1702, por orden de un ministro francés, regresó a su madre patria, Francia, desde la cual en 1706 emprende una última expedición con el objetivo de, en unión con España, constantemente ésta en disputa con Inglaterra por el dominio de parte de Norteamérica, atacar la Carolina del Sur. Llegó a las Antillas y tomó la isla de Nevis perteneciente a Inglaterra, donde se dice la saqueó como un pirata más. De aquí se dirigió a La Habana en su navío Juste, siendo entonces recién nombrado gobernador General de la Isla, Don Pedro Alvarez de Villarin. Pero la muerte sorprende a ambos el 9 de julio de 1706, al parecer por alguna de las epidemias que entonces azotaron La Habana, aunque se dice que D’iberville había contraído en la Louisiana la fiebre amarilla, y todavía más, hay fuentes que dicen fueron envenenados por la inteligencia británica.
Nuestro héroe fue primeramente enterrado en la Iglesia de San Cristóbal de La Habana, y luego trasladado para el Palacio de los Capitanes Generales donde yacen sus restos. Se dice asimismo que D’iberville fue el primer gran militar nacido en Canadá.
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