Literatura. Política. Periodismo. Crónica. Crítica.
Por Waldo González López.
Tras semanas sin publicar otra de mis “Notas al Margen”, hoy regreso a mi sección con otra crónica (mi género preferido del «diarismo»), tras visionar el pasado 13 de agosto otra edición de El Espejo, popular espacio del Canal América TV creado y conducido por el colegamigo Juan Manuel Cao, quien, entre varios asuntos, lo dedicara a otro «cumplediablos» del por fortuna fallecido tirano (desgraciadamente nacido en Cuba) con un tema padecido durante décadas en el periodismo cultural de la Isla, por cientos de periodistas, entre los que estoy yo, que lo ejercí en revistas populares y especializadas, tal en diarios, por lo que me debía esta nota.
Para ello, me valgo de un refrán tomado del sentencioso caudal de frases que tipifican y prestigian nuestro idioma, y que recreo con un ligero pero válido cambio: «Nunca es tarde, si la deuda es vieja».
De este proverbio parto, pues me sirve para anotar-cronicar una de las más comunes falacias que aún ¿creen? los periodistas oficiales de la Isla Cárcel.

Medidas cautelares para cuatro periodistas independientes, reporteros de Diario de Cuba (De izq. a der.) Adriana Zamora, Osmel Ramírez, Manuel Alejandro León y Ernesto Carralero. Foto Diario de Cuba.
Por su parte, hoy en día, sabemos de la actitud de los valerosos colegas independientes, quienes cuentan con talento y valentía, sin recursos, y a los que, en su mayoría, golpean y les arrebatan (roban) sus papeles en canallescas acciones en las calles: evidencia de la absoluta falta de derechos humanos y libertad de expresión en la Cuba pisoteada, tras sesenta y un años, por el castrado castrato.
Antes de continuar el tema sobre la creída ¿cultura? del inculto guía de la «Robolución», confieso que —tarea obligatoria de una redacción [a]cultural, mediante— debí leer el bodrio del periodista y excretor (que no escritor, pues apenas excretaba indignos libelos) Mario Mencía: La prisión [in]fecunda: relato de las «vacaciones» del ¿prisionero político? y sus adeptos, en el llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos, jamás comparables a las mazmorras en las que el castrismo confina a sus numerosos opositores. En su lacayuna y adulona entrevista al tirano, este confiesa sus lecturas preferidas, como novelistas decimonónicos y, claro, textos políticos, cuyos títulos recordar no quiero.
Aristóteles —quien, con su maestro Platón, conformara el dueto de clásicos genios de la filosofía griega antigua— postulaba la existencia de trece tipos de falacia, si bien desde siglos atrás, se conoce una cantidad superior, como diversas clasificaciones. Mas, de vivir en nuestro tiempo el brillante autor de la Poética, se asombraría del hecho que aconteciera y aún acontece en las redacciones de las revistas donde laboré en Cuba hasta el 2010, solo unos meses antes de venir a residir en Miami: el falso tópico de la «gran cultura de Fidel», que durante décadas escuché de los jefes y sus alcahuetes en consejos de redacción y estúpidas reuniones.
Mas, para suerte mía, semanas atrás, una fiel colegamiga me obsequió un importante volumen: mi regalo preferido, tal conocen mis cercanos, quienes saben de mi pasión por los libros (¿bibliofilia, bibliomanía?), como de mi biblioteca dejada en Cuba, tan grande, que ya no cabía en mi antigua y vetusta casa de la calle San Lázaro, entre Infanta y N, colindante entre El Vedado y Centro Habana, visitada por colegas que requerían libros para consultas, documentarse e incluso, llevarse alguno a hurtadillas.
Entre otros importantes títulos prohibidos en la Isla que nunca pude leer, mi fiel colegamiga me donaría varios libros ansiados, pero que estaban y estoy seguro que aún están prohibidos en la Isla por la censura. Entre otros de alta valía, figuran dos de mi narrador cubano preferido: Guillermo Cabrera Infante (al que meses atrás dediqué un ensayo sobre su predilecto Exorcismos de Esti(l)o. Otro canónico es Un oficio del siglo xx (1963) que reuniría sus críticas de cine, republicado en varios países occidentales.
No obstante, no traigo en vano el nombre del legendario autor de los cuentos de Así en la paz como en la guerra (1960), de la novela icónica Tres tristes tigres (Premio Biblioteca Breve, 1964), los relevantes relatos de Vista de amanecer en el Trópico (Editorial Seix Barral, 1974) y justo merecedor del Premio Cervantes 1997, no. Viene aquí por la filia con su cercano Carlos Franqui (1921-2010), quien en la clandestinidad contra Batista, crea el diario Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio; en la Sierra, funda Radio Rebelde en las montañas y ya, entre 1959 y 1963, dirigiría el homónimo periódico. Mas, tras descubrir la falsía y la engañifa del canalla Castro, renuncia a las prebendas ofrecidas por el propio traidor y no acepta vivir en una casa robada a los «burgueses». Tan defraudado se sentiría el franco e infranqueable Franqui, que partiría al exilio, donde moriría, como su cercano colega Cabrera Infante.

Carlos Franqui in front of a painting that includes one of his poems. Taken at his home in San Juan, Puerto Rico, September, 2006. Wikimedia Commons.
Por su interés, adjunto un breve fragmento de la formidable semblanza que, tras la muerte de Franqui, publicara en España, el 30 de junio de 2010, Ricardo Cayuela Gally:
[…] A él se debe la visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la aceptación de Picasso para hacer una escultura gigante que sustituyera el monumento al Maine del malecón habanero (que por trabas burocráticas quedó sin realizarse) y el traslado del célebre Salón de Mayo parisino a La Habana en 1967, punto culminante de la imagen positiva de la revolución entre los escritores y artistas de Occidente. Franqui fue además quien invitó a su amigo Guillermo Cabrera Infante a dirigir el suplemento Lunes dentro de su diario, que sería rápidamente censurado y que le costaría su temprano exilio a Cabrera Infante. El fracaso de Cabrera Infante y, después, del propio Franqui, acosado por diversos frentes, boicoteado en sus iniciativas y presionado para adoptar la línea oficial, fue la imposibilidad de conciliar la libertad de expresión con el fervor revolucionario; la independencia crítica con el color verde olivo. Su fracaso es el fracaso de Cuba.
Como dije al inicio, tras disfrutar el programa de Cao, recordé que, entre otros valiosos títulos donados por mi amiga y leídos recientemente, figura uno que ansiaba leer desde que, en Cuba, no recuerdo cómo, supe de su publicación en 1981, por la barcelonesa Editorial Seix Barral S. A. —gestora de la aparición en Europa de la narrativa del Boom, desde los iniciales libros de Vargas Llosa, García Márquez y Cabrera Infante, entre otros). Me refiero, claro, al documentado testimonio personal, humano y político, escrito con franqueza por Carlos Franqui, uno de los protagonistas de la revolución: Retrato de familia con Fidel (Editorial Seix Barral, S. A. 1981).
Esta valiosa obra, por la veracidad de su autor, sería calificada como el testimonio más impresionante, polémico y valeroso que, acerca de la revolución cubana, se haya hecho por parte de alguien que la vivió por dentro, que se halló en los núcleos del poder, y que posee información de primera mano acerca de unos sucesos que han marcado decisivamente la historia de nuestro hemisferio en las últimas décadas.
Sin duda, en no pocas de las quinientas cincuenta páginas, escritas con pasión y honestidad, Franqui —como tantos que creyeron en los infieles cantos de sirena del traidor— evidencia su frustración al ver que el ideal de su juventud había fracasado con el «fidelismo», por lo que pronto atisbara el engaño del «líder», quien durante décadas ocultara al pueblo y a sus compañeros de lucha, sus canallescos propósitos: imponer el socialismo en Cuba, donde solo poco tiempo atrás, por su estatus económico, social y cultural, sobresalía junto a Uruguay y Argentina, la tríada de países latinoamericanos más adelantados en estos y otros rubros. Del apasionante volumen, incluyo un fragmento donde Franqui denuncia algunos rasgos del Fouché tropical y sus supuestos afanes «culturales» que corroboran el desvelamiento y la fractura de un mito aún mantenido por la falsaria prensa de la Isla.
Creo, sin embargo, que lo más apetecible de esta crónica es la inclusión del fragmento «Zoo o Picasso», del capítulo «Viaje a los Estados Unidos» (pp. 57-58), tomado de Retrato de familia…, donde escribe Franqui:
Quise llevarle al Museo de Arte Contemporáneo. Visitar el Guernica, la Jungla, el cuadro del cubano [Wifredo] Lam, allí en permanencia frente a Les demoiselles d’Avignon, de Picasso. Iniciar así el movimiento cultural, la búsqueda de cuadros. El apoyo de Picasso. Nada. Fidel me respondió:
—Tú y tu pintura. Queriéndome alfabetizar. No voy y no voy.
Y no valieron las tentaciones de publicidad que la visita implicaría. Un jefe de Gobierno visitando Guernica. Segura entrada a Europa.
—Me voy al Zoológico. Me meto, si es necesario, en la jaula de los leones —riéndose.
—Los Picasso no muerden, Fidel —contesté, riéndome también. Nada. Ni en Nueva York, ni en Washington. Quise llevarlo al Metropolitan. Si no los modernos, al menos los clásicos. Nada. No tuve su apoyo para llevar a Cuba la famosa Colección Cintas, el millonario y embajador cubano, muerto en Estados Unidos. Una extraordinaria colección de obras de arte. Nada de nada. Fidel prefería leones, caballos, toros y texanos. Irse a Texas y Canadá…
Por fin, sin apartarme del tema, sino para ampliarlo con un aspecto afín, concluyo con un comentario sobre el formidable ensayo de mi colegamigo Manuel Gayol, quien apuntara en 1959. Cuba. El ser diverso y la isla imaginada:
[…] otros mitos integraría el castrismo al enorme conjunto de mentiras que Gayol llama con acierto Espejismo. Y tal alucinación provocaría la utopía, por el hábil empleo de otras falsías/falacias adjudicadas a Cuba por los «creyentes» (término utilizado sotto voce por los cubanos para denominar a los que apoyan o fingen creer en el castrismo). Entre esos antiguos mitos (aun creídos por tontos extranjeros) que estimulaban aún más la engañifa, se recuerdan: «El Paraíso», «La Potencia Médica», «Faro de América Latina» y «Territorio Libre de América», sin olvidar uno que es el más descabellado: «La Isla de la Libertad», creado/estimulado por los gobiernos de la desaparecida Unión Soviética, décadas atrás y repetido ¡en La Habana de 2019! por el expresidente y hoy primer ministro ruso Dmitri Medvédev.
Lo increíble de la prensa cubana llegó hasta el límite de tres meses atrás, en mayo, periodistas de la oficialista televisión cubana «se manifestaron alarmados ante la escasez alimentaria que surgiría en Estados Unidos y España como consecuencia de la pandemia del coronavirus». Si no fuera tan serio, provocaría risa. A ellos se les olvidó que quien tiene techo de vidrio no puede lanzarle piedras a sus vecinos. Además, es estúpido imaginar que aquí y en España falten los alimentos, pues en ambos países sobran, como en todos los de Europa.
Hasta aquí. Bastan estos convincentes ejemplos que desmitifican una de las grandes mentiras exigidas a los periodistas de la Isla, quienes, con la doble moral impuesta al pueblo por el desgobierno de la Isla, aparentan, como cándidas ovejas, ¿creer? las mentiras exigidas por la oficina del Comité Central que los «atiende», si bien no los entienden si se quejan y los expulsan por «problemas ideológicos» de sus revistas, diarios y noticieros de radio y televisión. Tal es y no otra la [ir]realidad de la prensa en la vejada y pisoteada Cuba.
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