Literatura. Crítica. Crónica.
Por Waldo González López.
Desde su publicación en 1989, Crónica del rey pasmado se considera la novela más irónica, atrevida y erótica de Gonzalo Torrente Ballester. ¿Por qué?, se preguntará el ciberlector. Pues, ante todo, porque en ella el narrador gallego —quien inaugurara en 1985 el Premio Cervantes, con la obtención del primero de estos lauros— presenta una visión crítica y punzante de la corte de los Austrias, partiendo del capricho de un joven soberano.
La peripecia, ágil y entretenida —en la que incluye sucesos reales— devela no pocos de los hechos del reinado de Felipe IV y las figuras más destacadas que lo rodearon. De tal suerte, muy logradas son algunas de sus criaturas, como el Conde de la Peña Andrada y otras que incorporan en la novela la impronta inconfundible del autor, quien no dejaría de incluir visos críticos del pacato franquismo, por lo que, a los veinte días de su aparición, se retirarían ejemplares de las librerías, la editorial recibiría orden de guardarlos y no volvería a editarse hasta mucho después, por lo que es la novela menos conocida de Torrente Ballester. Sin embargo, se trata de un texto de importancia capital en la evolución de la narrativa española contemporánea y de su autor, quien descollara por este y otros de sus valiosos títulos.
Ya en el subtítulo, se advierte el tono jocoso que guiará su texto.
Crónica del Rey pasmado
Scherzo en Re(y) mayor
Alegre, mas no demasiado
Y apenas nos adentramos en sus páginas, descubrimos en el primer capítulo, un velado guiño crítico al franquismo:
a la gente las cuestiones de la bóveda celeste no parecían importarle más de lo aconsejado por los predicadores, que solían ponerla como ejemplo de la afición que la Divinidad tenía a la belleza, y también de obediencia, moviéndose como se movían conforme a las órdenes recibidas hace muchos siglos no se sabe cuándo ni conviene investigarlo.
Sin embargo, el rasgo más sobresaliente para este cronista-crítico, es el erotismo, bebido por el avezado narrador en la picaresca española, que muy bien conocía. Así, en el propio capítulo, una breve escena apunta lo que digo arriba, cuando el Conde de la Peña Andrada y Lucrecia, recién terminado el sexo, quieren despertar al Rey, que, tras una noche de ardor, duerme con la hermosa prostituta Marfisa. Cuenta con sutil sensualidad Torrente Ballester:
Se acercaron a la puerta del cuarto de Marfisa, y Lucrecia la abrió con precaución de silencio. Un rayo de sol cruzaba la habitación, iluminaba las grandes baldosas, blancas y rojas del pavimento, y llegaba hasta el borde mismo del lecho. En su penumbra, dormían dos figuras: la del Rey, junto al borde; la de Marfisa, allá en el fondo.
Solo pocas líneas después, el narrador relata, casi en voz baja, con delicadeza, pero ávida lubricidad, el párrafo que sigue, donde revela su placer al contar al lector, como si él fuera quien mira y toca a la bella mujer desnuda que yace en la cama. De tal suerte, expresa su propio erotismo, bebido, seguramente en el vital Quevedo y, por supuesto, jamás en el delicado y ¿poco viril? Góngora:
El cuerpo de Marfisa había quedado medio al descubierto: mostraba la cabellera, a espalda, la delgada cintura, el arranque de las nalgas. El Rey la miro: con sorpresa, con estupefacción.
—¿Has visto algo más bello?
—Hay muchas cosas bellas en el mundo.
—¿Más que el cuerpo de una mujer?
—Si es el de Marfisa, difícilmente.
—Nunca había visto hasta esta noche una mujer desnuda.
—¿Y qué?
—El paraíso tiene que ser una cosa semejante.
La divertida historia, contada con mucha picardía, posibilita el disfrute de la novela sobre un joven rey de España que se preparaba para la política y que pronto se casaría con una reina que aún no había visto desnuda. Los hechos ocurren en el siglo XVII, época en que la Iglesia dominaba la sociedad, y entre las absurdas medidas tomadas, figuraba quizás la más enajenante: no dejar ver al rey su esposa desnuda, por lo que, ávido de sexo, tendría un desliz con una preciosa prostituta.
Por ello, el padre Villaescusa se escandaliza por la conducta “tan vergonzosa” del Rey y se vuelve intolerante; en la historia aparece otro padre, llegado de Brasil que le recuerda al rey su pleno derecho de ver y disfrutar a su mujer desnuda. El mandatario, enérgico, inteligente y pícaro, evidencia su inexperiencia en la política y en el sexo, aunque pretendía tener un hijo con su esposa; pero la Iglesia le daba un nivel misterioso y proponía tener relaciones con su cónyuge en el monasterio al frente de las monjas con los ojos cerrados. La esposa muestra un comportamiento amoroso e ingenuo en una noche realmente mágica. Por último, el Rey ve a su esposa desnuda, para lograr superar su problema de infertilidad.
EN EL CINE
En 1990, el realizador Imanol Uribe le solicita al novelista los derechos de filmación para la adaptación cinematográfica. Al narrador, al inicio, le costó conferir el permiso, pues tenía mala experiencia con el cine; mas, al final, cedió con la condición de que se respetara el tono de erotismo que caracteriza la novela. Al adaptar la historia al cine, el realizador la presentaría de modo divertido, a lo que no poco contribuiría el magnífico elenco de magníficos intérpretes que acometieron con éxito sus criaturas.
Con esta cinta, Gonzalo Torrente Ballester logró insertarse entre los mejores autores españoles contemporáneos e incorporar su valiosa historia entre las más emblemáticas de la literatura hispana de todos los tiempos.
Uno de los primeros méritos de la Crónica del rey pasmado es su humor impecable, sello personal del autor, por lo que ejemplifica de manera cómica, casi a la perfección a las castas españolas de esa época. Los personajes son pintorescos, empezando por el propio Rey. Los rasgos característicos del libro son la ligereza de la lectura, y por supuesto, el perfecto humor con que se escribió, como se desarrolla el tiempo de la obra y la confección jocosa de cada uno de los personajes y contextos en los que intervienen, pues se trata, simplemente, de un libro que no tiene pérdida.
La adaptación cinematográfica refleja la sique del inexperto rey Felipe IV, quien al ver desnuda a la bella prostituta, quiere descubrir el cuerpo desnudo de su esposa y reina, deseo que despertará el más encendido debate entre la inmoralidad y la privacidad de los reyes, pues los más altos cargos de la Iglesia católica ven el normal hecho como un acto de obscenidad y pecado, a diferencia de otros miembros de la Iglesia que lo aceptan como un acto de absoluta privacidad entre reyes, puesto que la propia reina Isabel quiere complacer a su Rey.
La cinta aborda la corte española de aquella época de la mejor manera, ya que la escenificación y el vestuario son su mejor atributo. El realizador se valdría de mucha documentación histórica para escenificar y representar casi a la perfección al reino español del siglo XVII.
Si el lector no conoce la novela ni el filme, este cronista, que disfruto ambos, les sugiere que emprendan la deliciosa aventura, pues tendrán la oportunidad de comparar la realización de la cinta, su adaptación a la pantalla y el propio libro. En consecuencia, Crónica del rey pasmado no pasará desapercibida, aunque los lectores no conozcan la novela.
UN ASPECTO CASI DESCONOCIDO
Un aspecto que desconoce el lector: En ocasión de recibir el Premio Cervantes, Torrente Ballester sería invitado por la Universidad de La Habana a impartir una conferencia. Y, como este cronista laboraba entonces en el equipo cultural de la revista Bohemia, donde atendía literatura y teatro —este último rubro compartido con mi colegamiga Neysa Ramón, también residente en Miami—, fui designado para entrevistarlo por el jefe del equipo cultural, el periodista y el crítico de artes plásticas ya fallecido Juan Sánchez.
En el esperado encuentro, no me sorprendió la bonhomía y la sencillez del gran narrador, pues ya a inicios de los 70, yo había tenido la suerte de conocer y amistar con varios de los mayores narradores y poetas cubanos de la segunda mitad del pasado siglo, quienes compartían no pocas de las virtudes del intelectual hispano. Entre otros, me vienen a la memoria varios nombres apreciados, como los Premios Nacionales de Literatura: Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Dora Alonso, Fina García Marruz y Carilda Oliver Labra, sin olvidar los de otros que, aunque merecedores del codiciado lauro, no se los entregarían por injusto olvido… ¿o castigo?, como aconteció con la poetisa y educadora Rafaela Chacón Nardi, relevante autora de una Poesía en Mayúscula, cuya estudiosa y especialista mayor, Mayra del Carmen Hernández Menéndez, se dedicaría a estudiarla y divulgarla, con el mayor rigor y entrega, como nunca antes sería realizado en Cuba. Otro nombre que tampoco recibiría tal lauro es el de la también poetisa Serafina Núñez, a quien, solo algunos de sus amigos y estudiosos de su poética, entre los que estamos, Mayra del Carmen y quien escribe, nos dedicamos a recoger y publicar su hermosa obra.
¿CONTRA FRANCO?
Aunque el célebre autor se adhirió inicialmente a la causa de Franco —guiado más por un fervor nacional sindicalista, que por entusiasmo al aun hoy recordado con nostalgia por miles de españoles u odiado por quizás no tantos comunistas—, Torrente Ballester iría abandonando las cambiantes aguas de la política para centrarse en su obra literaria. De cualquier modo, su temprana y breve filia franquista no impidió que debiese pasar sus obras por el filtro de la censura franquista.
Tras la victoria de 1939, el régimen de Franco comenzaría a enfrentarse con voces críticas que mostraron su desengaño en la literatura. En consecuencia, cuatro obras radicales serían censuradas por las autoridades franquistas, marcando el terreno de lo que iba a poder ser escrito y publicado: La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela; La fiel Infantería (1943), de Rafael García Serrano; Legión 1936 (1945), de Pedro García Suárez, y Javier Mariño (1942), de Gonzalo Torrente Ballester, primera novela suya puesta a la venta en diciembre de 1943.
En su tesis del 2015, La obra de Gonzalo Torrente Ballester como juego, Santiago Sevilla Vallejo subraya:
Torrente Ballester aprendió a mirar el mundo en que vivió a través de la literatura, se dio cuenta que tanto los hechos que verdaderamente tienen lugar como las ficciones son esenciales para el ser humano; la literatura es un instrumento que el ser humano puede emplear para comprenderse a sí mismo, a los demás y al mundo que lo rodea. De modo que Torrente Ballester convirtió todo lo que percibió, pensó e hizo (o quiso hacer) en narraciones y dio un valioso testimonio sobre cómo construirlas; es decir, sistematizó su experiencia subjetiva, relacional y de conocimiento del mundo en la literatura.
Por su parte, como bien subrayara el propio Torrente Ballester sus obras intentan «explorar, mediante la palabra, mundos imaginarios». Como un niño que juega a esconderse, el recordado narrador correteaba por los límites entre la realidad y la fantasía. «Es un escritor muy fácil de enclavar en una tradición cervantina y costumbrista pero que, al mismo tiempo, lleva esa literatura a un lugar mágico, imprevisible y totalmente desmesurado», tal señalara el crítico y narrador Andrés Barba.
Desde muy pequeño, empezó a sufrir una miopía que le dejaría prácticamente ciego, lo que no le impediría, ya en la vejez, continuar con éxito su carrera literaria y académica. El renombrado narrador comenzó a vivir durante el reinado de Alfonso XIII, vivió la dictadura de Primo de Rivera y la II República, y desarrolló casi toda su carrera dentro de la dictadura franquista. Tras realizar estudios en Filosofía y Letras y en Derecho y Ciencias, viajó a París, en 1936, con la intención de realizar su tesis doctoral. Cuando terminó el conflicto, comenzó a impartir clases en la Universidad de Santiago de Compostela.
UNA GRAN CREACIÓN
Prueba del alcance de sus clásicas novelas, es el juicio emitido por el más grande narrador portugués, merecedor del Nobel de Literatura: José Saramago (1922-2010), quien aseverara: «Al lado de Cervantes había una plaza por ocupar y ahora está ocupada por Torrente Ballester».
Hijo de una humilde familia portuguesa, su madre era analfabeta; sin embargo, no quiso la misma suerte para su hijo y le regaló su primer libro cuando era pequeño. Saramago comenzó a estudiar a los 12 años, pero por desgracia no logró completar su formación debido a problemas económicos, teniendo que ponerse a trabajar con quince años.
Su inquisitorial obra se caracterizó por interrogar la historia de su país y las motivaciones humanas, siempre a través de la ironía y al servicio de una aguda conciencia social.
Ahora evoco brevemente un hecho que, sin querer, me aproximó a la vida y obra de Saramago, relevante escritor, ensayista y periodista portugués. El hecho fue como sigue: Estando de visita en su patria, gracias a la invitación cursada a mí y a mi esposa Mayra del Carmen Hernández Menéndez —a través del relevante amigo y artista plástico cubano Aisar Jalil Martínez, por el poco tiempo atrás fallecido Hermes Alberto, presidente de la ASCA (Associação Social e Cultural de Almancil) y miembro del Rotário Clube Internacional de Almancil—, supe de los afanes del gran autor de Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, El Evangelio según Jesucristo, Memorial del convento, Las intermitencias de la muerte y El evangelista según Jesucristo, entre otras brillantes novelas, como asimismo su esfuerzo por anexar Portugal a España, pues su amor por el país vecino aumentaría al casarse con la intelectual hispana Pilar del Río, traductora suya y directora de la institución que lleva el nombre del gran narrador.
Mas, otro aspecto me sorprendería con creces: cuando el Premio Nobel portugués fue invitado por la Casa de las Américas a su anual entrega de Premios, su traductor cubano y también novelista Rodolfo Alpízar me lo presentaría, y allí en apenas minutos, comprobé la sencillez que, como los grandes cubanos mencionados, poseía el grande y sencillo José Saramago.
REGRESO A TORRENTE BALLESTER
Gonzalo Torrente Ballester (Ferrol, A Coruña, 1910-Salamanca, 1999) es una de las principales figuras de la literatura española contemporánea. Entre su intensa y extensa narrativa, destacan: la trilogía Los gozos y las sombras (1957-1962), Don Juan (1963), Off-Side (1968), La saga/fuga de J. B. (Premio de la Crítica 1972), Fragmentos de Apocalipsis (Premio de la Crítica 1977), La isla de los jacintos cortados (Premio Nacional de Literatura 1981), Dafne y ensueños (1983), La rosa de los vientos (1985), Filomeno a mi pesar (Premio Planeta 1988) y Crónica del rey pasmado (1989). Miembro de la Real Academia Española desde 1975, recibió también, entre otros muchos, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1982.
Asimismo, autor teatral, agudo ensayista e inveterado profesor, debe su notoriedad en particular a su destacadísima narrativa, a la que aúna sus relevantes y múltiples tareas como periodista, crítico, dramaturgo y novelista, con las que muestra su relevante creación, descollante entre las de los más notables escritores españoles del siglo XX.
Prolífico creador, solo con su praxis y su amplia producción llegaría a ser reconocido por crítica y público como lo que fue y es: uno de los mejores narradores españoles del siglo XX.
NOTA BENE
Para concluir, adjunto un fragmento de su discurso de respuesta al Premio Cervantes, conferido en 1985, donde aborda la responsabilidad del escritor, como el elogio y la defensa de su maestro, el gran autor de El Quijote y su preferida sátira, de la que haría buen uso en su Crónica del rey pasmado. Scherzo en Re(y) mayor Alegre, mas no demasiado:
El escritor vive en la realidad inevitablemente, pero, además, como materia prima de su arte, solo cuenta con ella, con lo que de ella pueda obtener o recibir; a la relación del hombre con lo real llamamos experiencia. La experiencia del artista tiene sus particularidades. Lo mismo la del escritor. Pero de la experiencia de lo real, el escritor no puede limitarse a tomar materiales, a reformarlos, a darles otro orden, otra estructura, sino que, además, inquiere su sentido. […] Yo pertenezco a una generación de escritores a la que preocupó ante todo hallar ese sentido. Podría traer aquí una cumplida nómina de contemporáneos míos que ante el espectáculo de la Historia se preguntaron qué era la vida del hombre y cuál su coherencia con el resto del Cosmos. […] el primero que se hizo esa pregunta y le dio una respuesta no filosófica, sino poética, fue Miguel de Cervantes. En el hallazgo de la pregunta y en la formulación de la respuesta influyó decisivamente su particular peripecia humana, además de su talento de artista. A Miguel de Cervantes le decepcionó la Historia de su tiempo, la misma que le había entusiasmado. […] pecador insigne, para poder perdonarse a sí mismo, tuvo primero que perdonar a los demás: un general, universal perdón. Y, al hacerlo, sonrió. En este cruce de experiencias y sentimientos reside, creo yo, la clave de su visión del mundo: que no es radical, que no es dogmática, sino relativa y ambigua; al no atreverse a juzgar lo bueno y lo malo (cosa, por otra parte, de Dios), deja que sus figuras transcurran llevadas por su propio impulso, al margen de lo bueno y lo malo. Las visiones posteriores de la realidad como carente de sentido, como absurda, clavan sus raíces secretas en la sonrisa de Cervantes, cuya experiencia le enseñó a no tomar nada demasiado serio, sobre todo lo que era necesario para sus contemporáneos. Y su amor se ejercita artísticamente. […]. La sátira de Cervantes no pasa de pretexto para que se conceda a su visión desencantada y benévola del mundo un pase de libre circulación. Sin ese pretexto, la sociedad de su tiempo lo hubiera repudiado. Su sátira de los libros de caballerías no es más que una lanzada a moro muerto, y los satiriza de tal modo que fácilmente se descubre el amor que les tiene. No. No hay que tomar en serio las pretendidas moralizaciones de Cervantes. El moralista ríe a carcajadas, o se indigna: cuanto más estentóreas, mejor. La moral es siempre tajante, inevitablemente dogmática, y, por supuesto, incompatible con la sonrisa y con el “deje usted las cosas como están, ya que cambiarán solas”, que es, al fin y al cabo, lo que viene a decirnos Cervantes. Pero semejante afirmación no la aceptan los que quieren forzar al mundo en su cambio, los apresurados, los impacientes. Por eso todos estos rechazan a Cervantes, aunque se queden con un Don Quijote convencional, supuestamente idealista y efectivamente loco. Ese Quijote que solo se encuentra cuando se le va a buscar así. Pero el que inventó Cervantes también lleva la sonrisa escondida tras el yelmo, y, lo mismo que su autor, sabe jugar.
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