En un par de días, un año más y, por lo que hace a todos nosotros, un año menos hasta el no ser, porque llegar a la absoluta transparencia, al olvido, el compañero del alma como dijera Filón de Alejandría, es para todos únicamente cuestión de tiempo en esta trayectoria que discurre entre el primer vagido y la desaparición incluso del nombre, así que polvo y anonimato en lontananza, aunque este último se haga ya presencia en nuestro discurrir y desde la niñez.
Se van borrando de la memoria muchos de los amigos de antaño y, en los nuevos escenarios, iremos conociendo a quienes les suplanten con parecida transitoriedad que sabemos recíproca. Perseguimos destacar en habilidades varias que serán al poco superadas por otros. La competencia, sea cual sea, siempre efímera y, en nuestro inevitable discurrir, los hijos se irán alejando, los padres en avejentadas fotos e irreconocibles ya para sus nietos mientras que, en nuestro caso, sus imágenes terminarán por suplantarlos antes de borrarse incluso sobre el papel y pasar a la nada como anticipo de lo por venir.
El caso es que, en cada periodo de una vida fugaz, nos creemos obligados, responsables, sujetos de atención e incluso en ocasiones necesarios hasta que, llegado el óbito, saltamos a memorias ajenas antes del definitivo desvanecimiento y nada que ver con el desmayo, siempre provisional. Muchos recordamos las certezas de Aleixandre: Quien canta vive y quien vivió ya es canto, pero al poco, ni eso. Sin embargo, no fueran a deducir de todo lo anterior que es tristeza lo que subyace tras estas líneas; únicamente la reflexión, previa a esta Nochevieja de mañana, para relativizar cuanto suceda de ahora en adelante mientras se espera, tras las uvas, el champán para brindar. Siquiera por haber llegado hasta aquí. Restar trascendencia al mimado ego también procura tranquilidad, y con los pies en el suelo, un par de copas permitirán volar.
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