El médico neurólogo y escritor murió el (…) 30 de agosto [de 2015], a los 82 años y unos seis meses después de hacer público en The New York Times, a través de un emotivo artículo, su estado terminal. Deja tras de sí una brillante carrera profesional y numerosos libros, en general novelas basadas en distintos trastornos cerebrales que trató. Entre otras, Despertares (llevada al cine y protagonizada por Robert de Niro), La isla de los ciegos al color, Alucinaciones o Los ojos de la mente, publicada esta última en 2010 y donde relataba la pérdida de visión de su ojo derecho a consecuencia de un melanoma, cuya diseminación metastásica ha sido la causa del fatal desenlace.
Homosexual, soltero y tímido, tuvo y a más de la literatura otras aficiones que lo singularizaban: antiguo levantador de pesas, explorador de las selvas amazónicas o motero con Los Ángeles del Infierno, haciendo patente que los comportamientos paradójicos pueden ser estímulos para la imaginación creativa y a un tiempo consecuencia de la misma, sin llegar a concluir si fue primero el huevo o la gallina.
Como él mismo aseguró, fue feliz hasta el final y comenzó a morir pocos días antes de su extinción y no desde muchos años atrás y en plena salud, como les sucede a otros. “En el tiempo que me quede -declaraba-, espero gozar de mis amistades, escribir más y viajar, si acaso puedo, para seguir aprendiendo… Me siento intensamente vivo y no pretendo decir que no tenga miedo, pero mi sentimiento predominante es el de la gratitud. He querido y me han querido, he recibido mucho…”. Después, morir; el único argumento de la obra que diría Gil de Biedma, pero ha dejado en muchos la misma gratitud que él apuntaba. Vaya pues desde aquí, y me habría gustado decírselo, un testimonio de admiración por obra y talante. Reconforta saber de gentes como él. Todo un carácter.